Inclinábase el rey a anunciar su decisión, oídos ya tan avisados consejos, cuando otros dos cruzados se levantaron y pidieron la palabra, uno normando, otro francés, para decir que también ellos eran peritos en levantar torres de aquéllas, y que allí mismo pedían reconocimiento de competencias al respecto, haciendo valer la economía de sus métodos, tanto en diseño como en construcción, con la confianza de que serían aceptadas sus propuestas. En cuanto a las condiciones, también ellos se entregaban a la magnanimidad del rey y a su gratitud se confiaban, uniéndose por tanto al caballero Enrique, y haciendo suyas sus palabras por las mismas causas y razones. A quienes no gustó este giro del debate fue a los portugueses, ni a los partidarios de la espera ni a los que lo eran de la acción inmediata, si bien por motivos diferentes, sólo de acuerdo unos y otros en rechazar la hipótesis, peligrosamente creíble, de que los extranjeros llevaran la primacía, sin que la gente de esta tierra sirviera más que de mano de obra anónima, sin derecho a dejar su nombre inscrito en la obra y en la lista de recompensas. Verdad era que a los defensores del cerco pasivo no les desagradaba del todo el proyecto de las torres, pues resultaba evidentísimo que no podrían ser construidas en el desorden de los ataques, sin embargo a estas consideraciones habría que sobreponer siempre el orgullo patriótico, y así acabaron aquéllos haciendo frente común con los impacientes y partidarios de una acción pronta y directa, intentando de esa manera aplazar la simple recepción de las propuestas extranjeras. Ahora bien, la prueba de que Don Afonso Henriques merecía verdaderamente ser rey, y no sólo rey, sino rey nuestro, está en que supo decidir como Salomón, otro ejemplo de despotismo ilustrado, al fundir en un solo plan estratégico las diferentes tesis, disponiéndolas en una armoniosa y lógica sucesión. Felicitó en primer lugar a los partidarios del ataque inmediato por las virtudes de valor y osadía que así demostraban, dio luego su enhorabuena a los ingenieros de las torres por su sentido práctico adornado por los modernos dones de la invención y la creatividad, se congratuló finalmente con los demás por encontrar en ellos el loable mérito de la prudencia y la paciencia, enemigas de riesgos innecesarios. Hecho esto, sintetizó, Determino, pues, que el orden de las operaciones sea el siguiente, primero, asalto general, segundo, en el caso de que falle, avanzarán las torres, la alemana, la francesa, la normanda, tercero, si todo falla, mantendremos el cerco indefinidamente, que algún día se rendirán. Los aplausos fueron unánimes, o porque hablando el rey así debe ser, o porque todos encontraron satisfacción bastante en la decisión tomada, lo que vino a expresarse por tres diferentes dictados, o divisas, cada cual para su facción, decían los primeros, Candela que va delante, alumbra dos veces, contestaban los segundos, El primer mijo, para los pardales, remataban irónicos los terceros, Reirá mejor quien ría el último.