Читаем Historia del cerco de Lisboa полностью

La evidencia de la mayor parte de los acontecimientos que constituyeron, hasta ahora, lo más sustancial del meollo de este relato, ha venido a demostrar que a Raimundo Silva no le sirvió de nada intentar hacer valer sus puntos de vista propios, ni cuando ellos transcurrían por así decir en línea recta, obligatoriamente, de la negativa introducida en una historia que, hasta ése su acto, se mantenía presa de esa especie de fatalidad particular a la que llamamos hechos, ya tengan ellos sentido en su relación con otros, ya surjan como inexplicables en un determinado momento del estado de nuestro conocimiento. Se da cuenta él de que su libertad comenzó y acabó en aquel preciso instante en que escribió la palabra No, de que a partir de ahí se había puesto en movimiento una nueva fatalidad, igualmente imperiosa, y que no le queda ahora sino intentar comprender lo que, habiendo comenzado por parecer iniciativa y reflexión suya, resulta tan sólo de una mecánica que le era y continúa siendo exterior, de cuyo funcionamiento alimenta apenas una muy vaga idea y en cuya actividad interviene no más que por el manejo aleatorio de palancas o botones cuya real función se desconoce, sabiendo únicamente que ése es su papel, botón o palanca movidos aleatoriamente por la emergencia de impulsos no previsibles, o, si adivinables e incluso autoestimulados, fuera de toda previsión en lo que se refiere a sus consecuencias próximas o remotas. Por eso se puede comprobar que, no habiendo él previsto, efectivamente, contar la nueva historia del cerco de Lisboa como aquí viene contada, se ve de pronto confrontado con el resultado de una necesidad tan implacable como la otra, aquella de la que había creído huir por la simple inversión de un signo y en la que al fin volvía a caer, ahora en negativo, o para hablar en términos menos radicales, como si hubiera escrito la misma música bajando medio tono en todas las notas. Raimundo Silva está pensando, seriamente, en poner punto final a su relato, en hacer regresar a los cruzados al Tajo, que no deben de ir muy lejos, estarán tal vez entre el Algarve y Gibraltar, y dejar así que la historia se cumpla sin variaciones, como mera repetición de hechos, según consta en los manuales y en la Historia del Cerco de Lisboa. Considera que ha dado ya su fruto verdadero el pequeño árbol de la Ciencia del Error por él plantado, o lo tiene prometido, que ha sido colocar a este hombre ante aquella mujer, y si eso hecho está, que empiece un capítulo nuevo, tal como se interrumpe un diario de navegación en el momento del descubrimiento de la nueva tierra, claro está que nadie prohíbe que se continúe escribiendo el diario de a bordo, pero será ya otra historia, no la del viaje, terminado, sino la del encuentro y la de lo que fue encontrado. Sin embargo, Raimundo Silva sospecha que tal decisión, si la tomara, no le iba a gustar a María Sara, que ella lo miraría indignada, y quizá incluso con una insoportable expresión de decepción. Siendo así, no habrá, por ahora, punto final, sólo una suspensión hasta la anunciada visita, que, por otra parte, en este momento en que estamos, Raimundo Silva sería incapaz de escribir una sola palabra más, si tiene perdida la serenidad del todo al ponerse a imaginar que tal vez Mogueime, en la víspera del asalto en masa ya decidido, y teniendo ante los ojos los muros de Lisboa resplandecientes de hogueras en las terrazas, se pusiera, él, a pensar en una mujer algunas veces avistada en estos días, Ouroana, barragana de un cruzado alemán, y que a esta hora estará durmiendo con su señor, en el Monte da Graça, en casa cubierta sin duda, y en una estera tendida en los ladrillos frescos en los que nunca volverá a acostarse un moro. Mogueime se ahogaba dentro de la tienda y salió para refrescarse, los muros de Lisboa, iluminados por las hogueras, parecían hechos de cobre, Que yo no muera, Señor, sin probar el gusto de la vida. Se pregunta ahora Raimundo Silva qué semejanzas hay entre este imaginado cuadro y su relación con María Sara, que no es barragana de nadie, con perdón de la impropia palabra, sin cabida hoy en el vocabulario de nuestras costumbres, ella dijo, Hace tres meses he puesto fin a una relación, no he empezado otra, son situaciones obviamente distintas, se supone que de común está sólo el deseo, que tanto lo sentía el Mogueime de aquel tiempo como lo está sintiendo el Raimundo de ahora, las diferencias, que las hay, son culturales, sí señor.

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