Iba mediada la mañana cuando sonó el teléfono. Era de la editorial, querían saber cómo iba la corrección, quien empezó a hablar fue Mónica, de Producción, que tiene, como todos los que trabajan en este sector, el hábito de la mención mayestática, así, Señor Silva, dijo, Producción pregunta, parece que estamos oyendo Su Alteza Real quiere saber, y repite como repetían los heraldos, Producción pregunta por las pruebas, si falta mucho para la entrega, pero ella, Mónica, aún no ha entendido, después de tanto tiempo de vida en parte común, que Raimundo Silva detesta que le llamen Silva sin más, no es que aborrezca la vulgaridad del apellido, que anda cerca de los Santos y Sousas, es que le falta el Raimundo, por eso respondió, seco, hiriendo injustamente a la delicada persona que es Mónica, Dígale que mañana estará listo el trabajo, Se lo diré, señor Silva, se lo diré, y no añadió más porque el teléfono fue tomado bruscamente por otra persona, Aquí Costa, Aquí Raimundo Silva, pudo responder el corrector, Ya lo sé, es que las pruebas las necesito hoy, tengo parada la programación, si no meto mañana en imprenta ese libro, se va a armar la de Dios es Cristo, y todo por la revisión de pruebas, Para este tipo de libro, tema, número de páginas, el tiempo de corrección está dentro de la media, No me venga con medias, quiero el trabajo acabado, subió de tono la voz de Costa, señal de que había un jefe cerca, un director, tal vez el patrón en persona. Raimundo Silva respiró hondo, argumentó, Las correcciones hechas deprisa siempre traen erratas, Y los libros que se retrasan significan pérdidas, no hay duda, el patrón asiste a la disputa, pero Costa añade, Vale más dejar pasar dos erratas que un día de ventas, a ver si se entera, no, el patrón no está, ni el director ni el jefe, Costa no admitiría con tanta naturalidad errores en la corrección en beneficio de la rapidez, Es cuestión de criterios, respondió Raimundo Silva, y Costa, implacable, No me hable de criterios, conozco bien el suyo, el mío es muy simple, necesito esas pruebas para mañana, sin falta, arrégleselas como quiera, la responsabilidad es suya, Ya le había dicho a Mónica que el trabajo estará listo mañana, Mañana tiene que entrar en máquinas, Entrará, puede enviar a buscarlo a las ocho, Demasiado temprano, a esa hora aún está cerrado esto, Entonces, mándelo a buscar cuando quiera, no puedo seguir perdiendo el tiempo, y colgó. Raimundo Silva está acostumbrado, no toma demasiado a pecho las impertinencias de Costa, groserías sin maldad, pobre Costa, que no para de hablar de Producción, Producción se las carga siempre, dice, sí señor, los autores, los traductores, los correctores, los de las portadas, pero si no fuera aquí por Producción, a ver de qué les servía tanta sabiduría, una editorial es como un equipo de fútbol, mucho floreo en la delantera, mucho pase, mucho dribling, mucho juego de cabeza, pero si el portero es de esos paralíticos o reumáticos, se va todo al carajo, adiós liga, y Costa sintetiza, algebraico esta vez, Producción es para la editorial como el portero para el equipo. Costa tiene razón.
Llegada la hora de la comida, Raimundo Silva se hará una tortilla de tres huevos con chorizo, exceso dietético que su hígado aún aguanta. Con un plato de sopa, una naranja, un vaso de vino, un café para terminar, no necesita más quien lleva esta vida sedentaria. Lavó los platos cuidadosamente, gasta más agua y detergente de lo que sería preciso, los secó, los metió en el armario de la cocina, es un hombre ordenado, un corrector en el más absoluto sentido de la palabra, si es que alguna palabra puede existir y seguir existiendo llevando consigo un sentido absoluto, para siempre, dado que lo absoluto no pide menos. Antes de volver al trabajo, echó un vistazo al tiempo, se había arreglado un poco, el otro lado del río empieza ya a ser visible, sólo una línea oscura, una mancha alargada, el frío no parece haber disminuido. Sobre la mesa hay cuatrocientas treinta y siete hojas de pruebas, ya ha corregido doscientas noventa y tres, lo que falta no es para asustarse, el corrector tiene toda la tarde, y la noche, sí, también la noche, porque es su profesional escrúpulo hacer siempre una última lectura, seguida, como un lector común, finalmente el placer y la felicidad de comprender de manera libre, suelta, sin desconfianzas, tenía mucha razón aquel autor que preguntó un día, Cómo sería la piel de Julieta para los ojos de un halcón, ahora bien, el corrector, en su agudísima tarea, es precisamente el halcón, aunque vaya teniendo ya la vista cansada, pero al llegar la hora de la lectura final, es como Romeo cuando miró por primera vez a Julieta, inocente, traspasado de amor.