Como no era supersticioso, no contaba con que algo desagradable pudiera ocurrirle en el día decimotercero, Sólo a la gente dada a agüeros le suceden contratiempos o infelicidades en el día número trece, yo nunca me he orientado por comportamientos inferiores, ésa sería probablemente su respuesta si alguien le hubiera sugerido la hipótesis. Este escepticismo de principio explica que su primer sentimiento fuera de irritada sorpresa al oír, en el teléfono, la voz de la secretaria del director, Señor Silva, queda convocado a una reunión, hoy a las cuatro, lo dijo así, secamente, como si estuviera leyendo un aviso escrito, cautelosamente redactado para que no faltase en él ninguna palabra indispensable ni otra se entrometiera que pudiese disminuir el efecto de aflicción mental, de lógico desgarro, ahora que sorpresa e irritación no tienen ya sentido ante la evidencia de que el día decimotercero tampoco ahorra sinsabores a los espíritus fuertes, aparte de gobernar a los que no lo son. Colgó el teléfono muy lentamente y miró alrededor, con la impresión de ver que la casa oscilaba, Bueno, ya está, dijo. En momentos como éste, el estoico sonreiría, si es que esa especie clásica no se ha extinguido completamente para dejar espacio libre a las evoluciones del cínico moderno, a su vez de mínima semejanza con su antepasado filosófico y pedestre. Sea como fuere hay una pálida sonrisa en el rostro de Raimundo Silva, su aire de víctima resignada se tempera con una viril tristeza, es lo que más se encuentra en las novelas de personaje, leyendo se aprende mucho.