Читаем Historia del cerco de Lisboa полностью

Raimundo Silva no tiene prisa. Consulta gravemente el itinerario, para satisfacción suya va tomando minuciosas notas mentales, complementarias por así decirlo, que atestiguan su propia contemporaneidad, allá en la Calçada do Correio Velho una soturna agencia funeraria, una espuma blanca en el cielo azul, de reactor, como en el azul del mar la larga estela de un barco rápido, la Pensão Casa Oliveira Bons Quartos da Rua da Padaria, el Restaurante Come, Petisca, Paga, Vai Dar Meia Volta, justo al lado de las Portas do Mar, la Cervecería Arco da Conceiçao, la alta piedra de armas de los Mascarenhas en la esquina de una casa del Arco de Jesús, donde habría estado una puerta de la muralla mora, la pintada en la pared, protestando, el portal neoclásico del palacio de los condes de Coculim, que Mascarenhas eran, almacén de hierros, en eso acabaron las grandezas, un mundo de cosas fugaces, transitorias, que ciertamente todas lo son, sin excepción, pues ya el rastro del avión se disipó y del resto dará el tiempo cuenta a su tiempo, basta sólo la paciencia de esperar. El corrector entró en Alfama por el Arco de Chafariz d’El-Rey, comerá por ahí, en una casa de comidas de la Rua de S. João da Praça, cerca de la torre de S. Pedro, una comida popular portuguesa de jureles fritos y arroz con tomate, con ensalada, y mucha suerte, que le tocaron en el plato las tiernísimas hojas del cogollo de la lechuga, donde, verdad que no todos saben, se recoge el frescor incomparable de las mañanas, el rocío, el orvallo, que todo es lo mismo, pero se deja repetido por el simple gusto de escribir las palabras y decirlas de modo sabroso. A la puerta del restaurante estaba una muchachita gitana, de unos doce años, tendiendo la mano, a la espera, sin pronunciar palabra, sólo mirando fijamente al corrector, que, prendido en los pensamientos que le ocupan, no vio gitana, sino mora, en la hora de la primera necesidad, cuando aún había a quien pedir, y los perros, los gatos y los ratones creían tener vida asegurada hasta su muerte natural, por enfermedad o guerra de las especies, finalmente el progreso es una realidad, hoy nadie anda en Lisboa a la caza de animales de éstos para comer, Pero el cerco no ha acabado, avisan los ojos de la gitana.

Raimundo Silva recorrerá más lentamente lo que aún le falta inspeccionar, otro lienzo de la muralla en el Patio do Senhor da Murça, la Rua da Adiça, por donde la muralla subía, y la Norberto de Araújo, de bautismo reciente, en lo alto un poderoso lienzo de muro, carcomido en la base, éstas son piedras vivas verdaderamente, están aquí hace nueve o diez siglos, si no más, del tiempo de los bárbaros, y resisten, aguantan impávidas el campanario de la iglesia de Santa Lucia o de San Blas, lo mismo da, en este lugar se abrían, ladies and gentlemen, las antiguas Portas do Sol, vueltas hacia el naciente, primeras en recibir el rosado hálito del amanecer, ahora no queda más que la plaza que de ellas tomó nombre, pero no han cambiado los efectos especiales de la aurora, que un milenio, para el sol, es como un breve suspiro nuestro, sic transit, claro está. La muralla continuaba por estos lados, en ángulo obtuso, muy abierto, directa a la muralla de la alcazaba, quedando así rematado el cerco de la ciudad, desde el borde de las aguas, abajo, hasta los nudos de encuentro en el castillejo, cabeza alta y robustos encajes, brazos arqueados, dedos entrelazados, firmes, como de mujer sosteniendo el vientre grávido. El corrector, cansado, sube la Rua dos Cegos, entra en el patio de Don Fadrique, el tiempo se abre en dos ramas para no tocar esta aldea rupestre, está igual, por así decir, desde los godos, o los romanos, o los fenicios, después fue cuando vinieron los moros, los portugueses de raíz, sus hijos y sus nietos, estos que somos, el poder y la gloria, las decadencias, primera, segunda y tercera, cada una de ellas dividida en géneros y subgéneros. Por la noche, en este espacio entre casas bajas, se juntan los tres fantasmas, el de lo que fue, el de lo que estuvo a punto de ser, el de lo que podría haber sido, no hablan, se miran como se miran los ciegos, y callan.

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