Читаем Historia del cerco de Lisboa полностью

Su idea, nacida cuando desde el mirador oteaba los tejados descendiendo como escalones hasta el río, es acompañar el trazado de la muralla mora, siguiendo las informaciones del historiador, pocas, dubitables, como tiene la honradez de reconocer. Pero aquí, ante los ojos de Raimundo Silva, está precisamente un trozo, si no de la propia e incorruptible muralla, por lo menos un muro que ocupa el exacto lugar del otro, descendiendo a lo largo de las escaleras, por debajo de una hilera de ventanas anchas sobre las que se alzan altos aleros. Raimundo Silva está en el lado de fuera de la ciudad, pertenece al ejército sitiador, no faltaría más que se abriera ahora uno de aquellos ventanales y apareciera una mocita mora cantando, Ésta es Lisboa preciada, Resguardada, Aquí tendrá perdición, El cristiano, y tras cantar, cerró de un portazo la ventana en señal de desprecio, pero si los ojos del corrector no le engañan, el visillo de muselina fue apartado sutilmente, y bastó este gesto simple para que se quebrara la amenaza que había en las palabras, a condición de que las tomásemos al pie de la letra, porque bien podría ser que Lisboa, al contrario de lo que parecía, no fuera ciudad, sino mujer, y la perdición sólo amorosa, si el restrictivo adverbio tiene cabida aquí, si no es ésa la única y feliz perdición. El perro se acercó otra vez, ahora Raimundo Silva lo miró aprensivo, no sea que esté rabioso, un día leyó, no recuerda dónde, que una de las señales del terrible mal es la cola caída, y este rabo no muestra gran vigor, pero será por culpa del hambre que bien se le marcan las costillas al animal, y es señal también, pero ésta decisiva, la siniestra baba cayéndole de fauces y colmillos, aunque, el chucho aquí presente, si deja caer la baba, será por estímulo de un olor a comida en el fuego aquí en las Escadinhas de San Crispim. El perro, tranquilicémonos, no está rabioso, si fuera en el tiempo de los moros, quizá, pero ahora, en una ciudad como ésta, moderna, higiénica, organizada, hasta esta misma muestra de perro vagabundo resulta extraña, probablemente se ha salvado de la red por frecuentar este camino desviado y pino, que requiere pierna ágil y huelgos de muchacho, bondades que no confluyen inevitablemente en los perreros.

Raimundo Silva va consultando los papeles, siguiendo mentalmente el itinerario, y mira a hurtadillas al perro, y recuerda entonces la descripción que el historiador hizo de los horrores del hambre de los sitiados al cabo de los meses, no quedó vivo ni can ni gato, hasta las ratas se comieron, pero en fin, siendo así, tenía razón quien dijo que un perro ladró en aquella serena madrugada en que el almuédano subió al alminar para llamar a los creyentes a la oración de la mañana, errado estaría, sí, quien argumentase que, por ser el perro impuro animal, no lo tolerarían a su vista los moros, aunque debamos admitir que lo excluyeran de las casas, de las caricias y de la escudilla, pero nunca del vasto Islam, porque, en verdad, si somos tan capaces de vivir la vida en paz con nuestras propias impurezas, por qué habríamos de rechazar violentamente las impurezas ajenas, en este caso de naturaleza perruna, por tanto mucho más inocente que la otra, la de los humanos, que tan mal uso hacen del nombre del perro, a diestro y siniestro tirándoselo a la cara a los enemigos, de moros a cristianos, de cristianos a moros, y ambos a los judíos. Por no hablar sino de quienes mejor conocemos, los hidalgos portugueses que ahí vienen, todo en ellos son cuidados y recomendaciones para sus dogos, y alanos, hasta el punto de ser adictos a dormir con ellos, con tanto o mayor gusto que con las concubinas, y, ya ven, para el más cruel adversario no eligen peor palabra que llamarle, Perro, dicen, y parece no haber otra ofensa que más duela, salvo Hijo de Perra. Y todo esto se va pasando por arbitrario criterio de hombres, ellos son los que hacen las palabras, los animales, pobrecillos, son ajenos a esas gramáticas, asisten a la disputa, Perro, dice el moro, Perro tú, responde el cristiano, y empiezan a batirse con lanza, espada y daga, mientras los perros se dicen los unos a los otros, Somos nosotros los perros, y no les importa.

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