Dice la Historia del Cerco de Lisboa, la otra, que fue alborozo extremo entre los cruzados cuando hubo noticia de que venía el rey de Portugal para dar a conocer las propuestas con que pretendía atraer a la empresa a los esforzados combatientes que a Tierra Santa habían apuntado sus designios rescatadores, y dice también, fundamentándolo en la providencial fuente osbérnica, aunque no de Osberno, que casi todo aquel personal, ricos y pobres, así lo refiere explícitamente, oyendo que se aproximaba Don Afonso Henriques le fueron al encuentro festivamente, se entiende que sí, o sería que se quedaron a la espera, sin más, que tal es lo que acontece siempre en ayuntamientos de ésos, es decir, que en el resto de Europa, cuando viene el rey, corren todos a acortarle el camino, a recibirlo con palmas y vivas. Por suerte, esta explicación nos fue dada prestamente, morigeradora de las vanidades nacionales, no fuésemos a imaginar, ingenuamente, que los europeos de aquel tiempo, como los de ahora, ya se dejaban mover y conmover desmedidamente por un rey portugués, para colmo más de tan fresca data, porque viene ahí en su caballo con una tropa de gallegos como él, hidalgos unos, otros eclesiásticos, todos rústicos y poco instruidos. Quedamos sabiendo pues que la institución real aún tenía entonces prestigios bastantes para hacer salir a la gente a la calle, diciéndose unos a otros, Vamos a ver al rey, vamos a ver al rey, y el rey es este barbudo que huele a sudor, de armas sucias, y los caballos no pasan de acémilas peludas, sin raza, que a la batalla más van para morir que para florituras de alta escuela, pero, pese a ser todo en definitiva tan poco, no se debe perder la oportunidad, porque un rey que viene y va nunca se sabe si vuelve.