Читаем Historia del cerco de Lisboa полностью

Venía pues Don Afonso Henriques, y los jefes de los cruzados, de quienes queda ya hecha mención completa, salva sea la insuficiencia de las fuentes, lo esperaban puestos en línea con algunas de sus gentes, porque el resto del ejército seguía en la flota a la espera de que los señores decidieran el destino que todos iban a tener, sin exclusión del suyo propio. Al rey lo acompañaban el arzobispo de Braga, João Peculiar, el obispo de aporto, Pedro Pitões, famosas lenguas para el latín, y una cantidad cabal de gente para formar, sin desdoro, el real séquito, y eran éstos Fernão Mendes, Fernão Cativo, Gonçalo Rodrigues, Martim Moniz, Paio Delgado, Pêro Viegas, también llamado Pêro Paz, Gocelino de Sousa, otro Gocelino, pero Sotero, o Soeiro, Mendo Afonso de Refoios, Múcio de Lamego, Pedro Pelagio, o Pais da Maia, João Rainho, o Ranha, y otros de los que no quedó registro, pero que estaban allí. Se acercaron los parlamentarios y, hechas las presentaciones, que tomaron su tiempo, pues aparte del nombre y los apellidos se enunciaban los atributos de señorío, anunció el obispo de aporto que el rey iba a discursear, y que él sería su fiel intérprete, según había jurado ante las leyes, la humana y la divina. Entretanto todos los de a caballo se habían bajado de las mulas, el rey se había subido a una piedra para estar más sobresaliente desde la cual, además, podría gozar de una magnífica vista sobre las cabezas de los cruzados, el estuario en toda su amplitud, las huertas abandonadas tras la asolación cometida por los portugueses que en los dos días anteriores hicieron razia general de frutas y verduras. Allá en lo alto, el castillo donde se distinguían minúsculas figuras en las almenas, y, descendiendo, la muralla de la ciudad, con sus dos puertas de este lado, la de Alfofa y la de Ferro, cerradas y atrancadas, detrás de ellas se presentía la inquietud de la gente mora murmurando, todavía a salvo, en qué iría a dar todo aquello, el río cuajado de barcos, y el ajuntamiento en la colina frontera, se veían los pendones y las flámulas ondeando al viento, bonito espectáculo, algunos fuegos ardiendo, no se sabe para qué, pues el tiempo está cálido y no es hora de comer, el almuédano oye las explicaciones que le está dando un sobrino y empieza a temer lo peor, manera de decir que lo malo aún sería más o menos soportable. Alzó entonces el rey la poderosa voz, Nosotros aquí, aunque vivamos en este culo del mundo, hemos oído grandes loores a vuestro respecto, que sois hombres de mucha fuerza y diestros en las armas lo más que se puede ser, y no lo dudamos, basta poner los ojos en las robustas complexiones que ostentáis, y en cuanto al talento para la guerra, nos fiamos del rol de vuestros hechos, tanto en lo religioso como en lo profano. Nosotros aquí, pese a las dificultades, que tanto nos vienen del ingrato suelo como de las varias imprevidencias de que padece el espíritu portugués en formación, vamos haciendo lo posible, ni siempre sardina ni siempre gallina, y para colmo hemos tenido la mala suerte de tener aquí a estos moros, gente de escasa riqueza si vamos a compararlos con los de Granada y Sevilla, por eso más vale echarlos de aquí de una vez para siempre, y en este punto se plantea una cuestión, un problema que paso a someter a vuestro criterio, y que es el siguiente, Realmente, lo que a nosotros nos convendría sería una ayuda así como gratuita, es decir, se quedan ustedes aquí durante un tiempo, a ayudar, y cuando todo esto acabe se conforman con una remuneración simbólica y siguen luego para los Santos Lugares, que allí serán pagados y repagados, tanto en bienes materiales, puesto que los turcos no se comparan en riqueza con estos moros, como en bienes espirituales, que se derraman sobre el creyente nada más que poniendo pie en esa tierra, Pedro Pitóes, mire que he aprendido el latín bastante para percibir cómo va la traducción, pero vosotros ahí, señores cruzados, por favor, no os impacientéis, que esto de la remuneración simbólica ha sido una manera de hablar, lo que yo quería decir es que para garantizar el futuro de la nación nos convendría mucho quedarnos con las riquezas todas que están en la ciudad, que no va a ser nada de asombro, pero es muy verdad el dicho que dice o llegará a decir, No hay mejor ayuda para el pobre que la del pobre, en fin, hablando se entiende la gente, nos dicen ustedes cuánto cobran por el servicio, y veremos luego si se puede llegar al precio, aunque mande la verdad que en todo habla por mi boca, yo tengo razones para pensar que, aunque no lleguemos a un acuerdo, solos seremos capaces de vencer a los moros y tomar la ciudad como hace tres meses tomamos Santarem con una escalera de mano y media docena de hombres, que habiendo entrado después el ejército, fue toda la población pasada a espada, hombres, mujeres y niños, sin diferencia de edades y de que tuvieren o no armas en mano, sólo escaparon los que consiguieron huir, y fueron pocos, ahora bien, si esto hicimos, también cercaríamos Lisboa, y si esto os digo no es porque desprecie vuestro auxilio, sino para que no nos veáis tan desprovistos de fuerzas y de coraje, y no he hablado aún de otras razones mejores, que es el contar nosotros, portugueses, con la ayuda de Nuestro Señor Jesús Cristo, cállate Afonso.

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