justificación infinita para cualquier acción contra otros, donde no hay lugar para el derecho humano a la vida, o para los principios legales, o para el sentido común del hombre civilizado en general.
Gustav pensaba en todo esto, sabiendo perfectamente que la gente hace esas cosas inconscientemente, no como él. Y por eso su mirada segura e infalible frente a la muchacha, cuando estaba cerca de los cadáveres, era mucho más convincente de lo que podía ser la mirada tonta del asesino recién acuñado.
Ella definitivamente no va a ninguna parte. Sabe que está a salvo con él. Y lo que es más, es guapo. Y el irlandés era muy consciente de cómo a las mujeres les gusta esperar que la belleza y la fiabilidad vivan para una cosa al principio.
Cuando llegaron a su casa, ya tenía preparadas todas las frases necesarias que, si no inmediatamente, sí poco a poco podrían aparecer en la mente de un nuevo conocido. Primero, la policía. La gente en los primeros minutos, comienzan a recordar que al menos en alguna forma, pero la ley todavía existe, y en los delitos graves, especialmente en un lugar lleno de gente, rara vez hacer la vista gorda. Y en segundo lugar, su nombre. Cuanto antes le dijera su nombre, antes podría ella disipar las últimas dudas sobre sus intenciones -sin pensar en la veracidad, la gente nunca supone que alguien se deje engañar por un nombre. Al fin y al cabo, un nombre es la propiedad personal de una persona, a la que aprecia especialmente, identificándola consigo misma como su propia mente, la capacidad misma de realizar su "yo". Y si "revela" este "yo", hay que confiar en él más que antes.
Y una vez que ella estuvo dentro de su casa, supo lo que debía hacer a continuación. Tocarla sólo un poco. Lo único que necesitaba ahora era quitarse la sensación de estar sola ante el horror que la había encontrado en el aparcamiento, de estar cara a cara con aquella muerte. Necesitaba sentir a alguien vivo, alguien que pudiera confirmarle que estaba viva, sana y salva. Sólo hacía falta un pequeño roce, y él le tocó el brazo justo por debajo de los hombros. Un lugar que no era íntimo en absoluto, pero tampoco especialmente accesible. Y entonces, por supuesto, ella se estremeció, apoyó la cabeza contra su pecho y lloró. Toda la tensión que había en ella antes se disolvió tan fácilmente en sus brazos. La gente recuerda inconscientemente esos momentos, y entonces empieza a confiar en aquellos que, como ellos suponen, les quitaron ese horror demoníaco de sus almas.
Y entonces Gustav empezó a hablarle de sí mismo, de lo que había visto y hecho, y por supuesto el hilo conductor fue la afirmación de lo afortunada que era por haberle conocido aquel día, y en un momento tan difícil de su vida.
Y le habló de su profesión, que en esencia consistía en salvar las almas de desconocidos que habían sido rechazados por ellos mismos. Por supuesto, no le dijo que los familiares de estos pacientes se volvían locos cuando les hablaba del futuro de sus pacientes. Y lo que más me sorprendió en aquel momento fue lo diferente que la gente percibía esta información: desde una gran conmoción hasta la más completa indiferencia. Qué diferente es la reacción de la gente ante las mismas cosas, y qué similar puede ser su utilización.
Le habló de los que había salvado y guardó silencio sobre los que había destruido. Le encantaba la capacidad de dar información. Es un rasgo muy original de la gente creer lo que quiere creer. A veces hablas de lo mismo, pero con palabras diferentes, y eso provoca en la gente reacciones exactamente opuestas.
Exactamente las reacciones que esperabas obtener. Y cuando tienes ese tipo de poder -la capacidad de ver las expectativas de una persona- no puedes evitar olvidar que hay alguna moralidad para cualquier cosa en la vida. Simplemente controlas a un hombre con sus propias manos, y lo haces encubiertamente. Al fin y al cabo, nadie quiere admitir que está controlado o que depende de sus propias creencias, sobre todo si están mal apoyadas por la realidad. Cuanto más abras los ojos de la gente y les alejes de sus ilusiones, más se resistirán y te odiarán. Y si sólo les insinúas un par de veces que están a la deriva, no verán el camino de vuelta. Ni se verán a sí mismos. Sólo verán a quien les da la información que corresponde a su idea del mundo, y cuanto más reciban esa información, más necesitarán arreglarla. Es un motor perpetuo de autodestrucción, y éste es el motor en el que más invierte la gente.