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Los mortifagos avanzaron a zancadas de vuelta hacia High Street. Hermione gimió de alivio, saliendo de debajo de la capa, y se sentó en una silla de patas bamboleantes. Harry corrió las cortinas y después retiro la capa de Ron y de s´ı mismo. Pod´ıan oir al cantinero abajo, ehando los cerrojos de la puerta del bar, y después subiendo las escaleras.

La atención de Harry fue capturada por algo que habia en la repisa de la chimenea, un peque˜no espejo rectangular, colocado de pie, justo debajo del retrato de la chica.

El cantinero entró en el cuarto.

“Malditos tontos,” dijo bruscamente, mirando de uno a otro. “¿En qué estaban pensando al venir aqu´ı?”

“¡Gracias!” dijo Harry. “¡No podemos agradecerselo lo suficiente! !Salvo nuestras vidas!”

El cantinero gru˜nó. Harry se aproximó mirándole a la cara, tratando de ver mas allá del largo, fibroso y canoso pelo de la barba. Llevaba gafas. Tras los sucios cristales, los ojos eran de un azul brillante y penetrante.

“¡Es su ojo el que he estado viendo en el espejo!”

CAPÍTULO 28. EL ESPEJO PERDIDO

319

Se hizo el silencio en la habitación. Harry y el cantinero se miraban uno a otro.

“¡Usted envió a Dobby!”

El cantinero asintió y busco al elfo alrededor.

“Pensé que estar´ıa contigo. ¿Dónde lo dejasteis?”

“Está muerto,” dijo Harry, “Bellatrix Lestrange lo mató.”

La cara del cantinero permaneció indiferente. Después de unos momentos dijo,

“Lamento oirlo. Me gustaba ese elfo.”

Se dio la vuelta, encendiendo lamparas con golpecitos de su varita, sin mirar a ninguno de ellos.

“Usted es Aberforth,” dijo Harry a la espalda del hombre.

Él no lo confirmó ni negó, sino se agachó para encender la chimenea.

“¿Cómo conseguió esto?” preguntó Harry, caminando hacia el espejo de Sirius, el gemelo del que él hab´ıa roto casi dos a˜nos antes.

“Se lo compré a Dung hace cosa de un a˜no,” dijo Aberforth. “Albus me dijo lo que era. Intentaba mantener un ojo en ti.”

Ron jadeó.

“La cierva plateada,” dijo excitadamente. “¿Fue tambien usted?”

“¿De que estas hablando?” pregunto Aberforth.

“¡Alguien nos envio un Patronus en forma de cierva!”

“Con un cerebro as´ı, podrias ser mortifago, hijo. ¿No acabo de probar que mi Patronus es una cabra?”

“¡Oh,” dijo Ron, “vale... bueno, tengo hambre!” agregó a la defensiva mientras su estomago soltaba un enorme gru˜nido.

“Iré a por comida” dijo Aberforth, y salió de la habitación, reapareciendo momentos mas tarde con una hogaza grande de pan, algo de queso, y una jarra de esta˜no con aguamiel, los puso sobre una peque˜na mesa frente al fuego. Hambrientos, comieron y bebieron, y durante un rato solo hubo silencio, excepto por los crujidos del fuego, los golpes de las copas, y el sonido producido al masticar.

“Bien entonces,” dijo Aberforth cuando hubieron comido su ración y Harry y Ron se sentaron encorvados y somnolientos en sus sillas. “Tenemos que pensar en la mejor forma de sacaros de aqu´ı. No puede ser de noche, ya o´ısteis lo que pasa si alguien se mueve en el exterior en la oscuridad. El encantamiento aullido se activa, saldrán tras vosotros como bowtruckles sobre huevos de doxy. No considero que vaya a ser capaz de hacer pasar un ciervo por una cabra una segunda vez. Esperad a que amanezca cuando el toque de queda termine, entonces os podréis poner vuestra Capa de Invisibilidad de nuevo y salir a pie.

Salid directamente de Hogsmeade, hacia las monta˜nas, y podréis desaparecer all´ı. Tal vez veais a Hagrid. Se ha estado escondiendo en una cueva allá arriba con Grawp desde que intentaron arrestarlo.”

“No nos iremos,” dijo Harry. “Tenemos que entrar en Hogwarts.”

“No seas estúpido, chico,” dijo Aberforth.

“Tenemos que hacerlo,” dijo Harry.

CAPÍTULO 28. EL ESPEJO PERDIDO

320

“Lo que tenéis que hacer,” dijo Aberforth, inclinándose hacia adelante, “es iros tan lejos de aqu´ı como podáis.”

“No lo entiende. No hay mucho tiempo. Tenemos que conseguir entrar en el Castillo.

Dumbledore... quiero decir, su hermano, quer´ıa que nosotros...”

La luz de la chimenea hizo que las mugrientas gafas de Aberforth se volvieron momentáneamente opacas, de un parejo blanco brillante, y que a Harry le recordaron a los ojos ciegos de la ara˜na gigante, Aragog.

“Mi hermano Albus quer´ıa un montón de cosas,” dijo Aberforth “y la gente tenia el hábito de salir malparada mientras el llevaba a cabo sus grandes planes. Mantente alejado de ese colegio, Potter, y fuera del pa´ıs si puedes. Olvida a mi hermano y sus astutas intrigas. Él se ha ido a donde ya nada de esto puede herirle, y no le debéis nada.”

“Usted no lo entiende” dijo Harry de nuevo.

“Oh, ¿no?” dijo Aberforh con calma. “¿Crees que no entend´ıa a mi propio hermano?

¿Crees conocer a Albus mejor que yo?”

“No quer´ıa decir eso” dijo Harry, cuyo cerebro se sent´ıa entumecido por el cansancio y el exceso de comida y vino. “Él... me dejó un trabajo.”

“¿De veras?” dijo Aberforth. “Un trabajo agradable, espero. ¿Cómodo? ¿Fácil? ¿La clase de cosas que esperar´ıas que un mago ni˜no no cualificado pudiera hacer sin abusar de s´ı mismo?”

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