Ron soltó una risa somb´ıa. Hermione parec´ıa cansada.
“N-no es fácil, no” dijo Harry. “Pero tengo que...”
“¿Tienes? ¿Por qué? Él está muerto, ¿no?” dijo Aberforth rudamente. “¡Lárgate, chico, antes de que le sigas! ¡Sálvate a ti mismo!”
“No puedo.”
“¿Por qué no”
“Yo...” Harry se sent´ıa superado; no pod´ıa explicarlo, as´ı que tomó la ofensiva en vez de eso. “Pero usted también luchó, estaba en la Orden del Fénix.”
“Lo estaba” dijo Aberforth. “La Orden del Fénix está acabada. Quien-tú-ya-sabes ha ganado, se acabó, quien pretenda otra cosa se enga˜na a s´ı mismo. Aqu´ı nunca estarás a salvo, Potter, él te tiene muchas ganas. Vete al extranjero, escóndete, sálvate a t´ı mismo. Será mejor que te lleves a estos dos contigo.” Lanzó el pulgar hacia Ron y Hermione. “Estarán en peligro mientras vivan ahora que todo el mundo sabe que han estado ayudándote.”
“No pudo marcharme” dijo Harry. “Tengo un trabajo...”
“¡Que lo haga otro!”
“No puedo. Tengo que ser yo. Dumbledore lo explicó todo...”
“Oh, ¿lo hizo? ¿Y te lo contó todo, fue honesto contigo?”
Harry deseó con todo su corazón decir ’Si’, pero de algún modo esa sencilla palabra no llegaba a sus labios. Aberfoth pareció saber lo que estaba pensando.
“Conoc´ıa a mi hermano, Potter. Aprendió secretismo en el regazo de mi madre. Secretos y mentiras, as´ı es como crecimos, y Albus... estaba en su naturaleza.”
Los ojos del viejo viajaron hasta la pintura de la chica sobre el chimenea. Era, ahora CAPÍTULO 28. EL ESPEJO PERDIDO
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que Harry se fijaba apropiadamente, la única foto de la habitación. No hab´ıa ninguna foto de Albus Dumbledore, ni de nadie más.
“Se˜nor Dumbledore,” dijo Hermione bastante t´ımidamente. “¿Es esa su hermana Ariana?”
“Si” dijo Aberfoth tensamente. “¿Has estado leyendo a Rita Skeeter, verdad, se˜norita?”
Incluso a la luz pálida del fuego se notó claramente que Hermione se hab´ıa ruborizado.
“Elphias Doge nos la mencionó,” dijo Harry, intentando cubrir a Hermione.
“Ese viejo imbécil,” murmuó Aberforth, tomando otro trago de aguamiel. “Cre´ıa que el sol sal´ıa y se pon´ıa a voluntad de mi hermano, desde luego. Bueno, igual que mucha gente, inclu´ıdos vosotros tres por lo que se ve.”
Harry siguió callado. No quer´ıa expresar la dudas e incertidumbres que le hab´ıan car-comido durante meses. Hab´ıa hecho su elección mientras cavaba la tumba e Dobby, hab´ıa decidido continuar por el sinuoso y peligroso camino se˜nalado por Albus Dumbledore, aceptar que no se le hab´ıa contado todo lo que quer´ıa saber, pero simplemente confiando. No ten´ıa ningún deseo de volver a dudar; no quer´ıa oir nada que pudiera desviarle de su propósito. Encontró la mirada de Aberforth que era tan penetrante como la de su hermano. Los brillantes ojos azules daban la misma impresión, como si estuvieran atravesando con rayos X al objeto de su escrutinio, y Harry creyó que Aberforth sab´ıa lo que estaba pensando y le despreciaba por ello.
“El Profesor Dumbledore se preocupaba por Harry, much´ısimo” dijo Hermione en voz baja.
“¿De veras?” dijo Aberforth. “Es curioso como muchas de las personas a las que apreciaba tanto mi hermano han terminado en peor estado que si les hubiera dejado en paz.”
“¿Qué quiere decir?” preguntó Hermione sin respiración.
“No importa,” dijo Aberforth.
“¡Pero eso es algo realmente serio para decir!” dijo Hermione. “¿Está hablando de su hermana?”
Aberforth la miró fijamente. Sus labios se mov´ıan como si estuviera mordiendo las palabras para contenerlas. Entonces rompió a hablar.
“Cuando mi hermana ten´ıa seis a˜nos, fue atacada, por tres chicos muggles. La hab´ıan visto hacer magia, espiando a través del seto del jard´ın trasero. Era una ni˜na, no pod´ıa controlarlo, ninguna bruja o mago puede a esa edad. Lo que vieron, les asustó, supongo.
Se abrieron paso a través del seto, y cuando ella no les mostró el truco, fueron un poco lejos intentando detener lo que la peque˜na mostruito hac´ıa.”
Los ojos de Hermione estaban enormes a la luz del fuego. Ron parec´ıa ligeramente enfermo.
Aberforth se puso en pie, tan alto como Albus, y repentinamente terrible en su furia y la intensidad de su dolor.
“Eso la destruyó, lo que le hicieron. Nunca volvió a estar bien. No utilizaba la magia, pero no pod´ıa librarse de ella; la interiorizó y eso la volvió loca, explotaba cuando ya no pod´ıa controlarla más, y a veces era extra˜na y peligrosa. Pero principalmente era dulce, asustadiza e inofensiva.”
“Y mi padre fue a por los bastardos que lo hicieron,” dijo Aberfoth, “y les atacó.
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Y le encerraron en Azkaban por ello. Nunca dijo por qué lo hab´ıa hecho, porque si el Ministerio hubiera sabido en qué se hab´ıa convertido Ariana, la habr´ıan encerrado en St Mungo por su bien. La hubieran visto como una seria amenaza contra el Estatuto Internacional de Secreto, desequilibrada como estaba, con la magia explotando de ella por momentos cuando no pod´ıa contenerla más.”