Hermione se estaba mordiendo el labio, profundamente pensativa.
“Sabemos todo lo importante” siguió Harry, dirigiéndose a Hermione. “Sabemos que han acabado con las Apariciones y Desapariciones dentro del Ministerio Sabemos que ahora solo a algunos de los miembros senior del Ministerio se les permite conectar sus casas con la Red Flu, porque Ron oyó a esos Innombrables quejarse de ello. Y sabemos más o menos donde está la oficina de Umbridge porque tú oirse a ese tipo barbudo contárselo a su compa˜nero...”
“Subo al primer piso, Dolores quiere verme” recitó Hermione inmediatamente.
“Exactamente” dijo Harry. “Y sabemos que acostumbran a utilizar esas curiosas monedas, o esas se˜nales, o lo que sean, porque yo vi a esa bruja pedirle prestada una a su amiga...”
“¡Pero no tenemos ninguna!”
“Si el plan funciona, la tendremos” continuó Harry serenamente.
“No sé, Harry, no sé... Hay un enorme montón de cosas que podr´ıan ir mal y tantas oportunidades de...”
“Eso será igual de cierto si pasamos otros tres meses preparándonos” dijo Harry. “Es hora de actuar.”
Pod´ıa ver, por las caras de Hermione y Ron, que estaban asustados; él mismo no estaba particularmente confiado tampoco, aunque estaba seguro de que éste era el momento de poner en funcionamiento su plan.
Hab´ıan pasado las últimas cuatro semanas haciendo turnos con la Capa Invisible y espiando la entrada oficial de Ministerio, que Ron, gracias al Se˜nor Weasley, conoc´ıa desde la ni˜nez. Hab´ıan seguido a trabajadores del Ministerio, o´ıdo a hurtadillas sus conversaciones, y aprendido por medio de cuidadosa observación cuales de ellos sol´ıan aparecer, solos, a la misma hora cada d´ıa. Ocasionalmente hab´ıan tenido oportunidad de escamotear un ejemplar de El Profeta del malet´ın de alguien. Lentamente hab´ıan elaborado los mapas y notas que ahora se apilaban delante de Hermione.
“De acuerdo” dijo Ron lentamente, “digamos que lo hacemos ma˜nana... Creo que deber´ıamos ser solo Harry y yo.”
“¡No empieces otra vez con eso!” suspiró Hermione. “Cre´ıa que lo hab´ıamos aclarado.”
“Una cosa es rondar por las entradas bajo la Capa, pero esto es diferente, Hermione”
Ron pinchó con un dedo la copia de El Profeta fechada diez d´ıas atras. “Estás en la lista de nacidos muggles que no se presentaron al interrogatorio!”
“¡Y se supone que tú estás muriéndote de spattergroit en la Madriguera! Si hay alguien que no deber´ıa ir, ese es Harry, dan una recompensa de diez mil galeones por su cabeza...”
“Vale, me quedaré aqu´ı” dijo Harry. “¿Me lo haréis saber si derrotáis a Voldemort, verdad?”
Mientras Ron y Hermione re´ıan, el dolor se disparó en la cicatriz de la frente de Harry.
Su mano saltó hacia ella. Vio los ojos de Hermione estrecharse, e intentó disimular el movimiento apartándose el pelo de los ojos.
“Bueno, si vamos a ir los tres tendremos que Desaparecer por separado” estaba diciendo Ron. “Ya no cabemos todos bajo la capa.”
CAPÍTULO 12. LA MAGIA ES PODEROSA
132
La cicatriz le estaba doliendo más cada vez. Se puso de pie. Al instante, Kreacher se adelantó.
“El Amo no ha terminado su sopa. ¿Prefer´ıria el Amo un sabroso guiso, o algo de la tarta de melaza que al Amo le gusta tanto?”
“Gracias, Kreacher, pero volveré en un minuto... er... voy al ba˜no.”
Consciente de que Hermione le estaba mirando suspicazmente, Harry se apresuró escaleras arriba hacia el vest´ıbulo y después al primer piso, donde se metió en el ba˜no y cerró la puerta con cerrojo otra vez. Gru˜nendo de dolor, se derrumbó sobre la ba˜nera negra con las patas en forma de serpiente con la boca abierta, y cerró los ojos...
Se deslizaba por una calle grisácea. Los edificios a ambos lados de él eran altos y de madera; parec´ıan casas de gengibre.
Se aproximó a uno de ellos, entonces vio la blancura de su mano de dedos largos contra la puerta. Llamó. Sent´ıa gran excitación...
La puerta se abrió. Una mujer sonriente estaba all´ı de pie. Su cara se quedó blanca cuando miró a la cara de Harry; el humor desapareció y el terror lo reemplazó.
“¿Gregorovitch?” dijo una voz alta y fr´ıa.
Ella sacudió la cabeza. Estaba intentando cerrar la puerta. Un mano blanca la sujetaba, evitando que la cerrara.
“Quiero a Gregorovitch.”
“¡Er wohnt hier nicht mehr!” gritó ella, sacudiendo la cabeza. “¡No vive aqu´ı! ¡No vive aqu´ı! ¡No le conozco!”
Abandonando el intento de cerrar la puerta, empezó a retroceder por el vest´ıbulo oscuro, y Harry siguió en seguida, y su mano de dedos largo sacó la varita.
“¿Dónde está?”
“¡Das weiff ich nicht! ¡Se mudó! ¡No lo sé, no lo sé!”
Él alzó la varita. Ella gritó. Dos ni˜nos peque˜nos llegaron corriendo al vest´ıbulo. Ella intentó escudarlos con sus brazos. Se produjo un destello de luz verde...
“¡Harry! ¡HARRY!”
Abrió los ojos; estaba tirado en el suelo. Hermione estaba aporreando de nuevo la puerta.
“¡Harry, abre!”