Читаем La chica del tambor полностью

Las cartas se encontraban en dos grandes sobres de color pardo, aunque uno de los sobres era más grande que el otro. Kurtz eligió primero el más pequeño de los dos sobres, que abrió con torpes ademanes, con sus enguantados dedos, y esparció el contenido sobre la mesa. Charlie reconoció la escritura de Michel en tinta negra y con caligrafía infantil. Kurtz abrió el segundo sobre y Charlie, como entre sueños, reconoció su propia caligrafía. Las cartas que Michel te dirigió y que aquí ves son fotocopias, dijo Kurtz, ya que nosotros tenemos las cartas originales en Inglaterra, a tu disposición. Ahora bien, tus propias cartas son originales, por lo que pertenecen a Michel, ¿no crees?

Charlie dijo:

- Es natural.

Pero en esta ocasión lo dijo en voz alta. E instintivamente miró Joseph, aunque lo hizo concretamente hacia sus manos juntas, en una postura claramente indicativa de que él no era el autor de las cartas.

Charlie leyó en primer lugar las cartas de Michel, debido a que estimaba que le debía tal deferencia. Eran unas doce, cuyo contenido iba desde el texto francamente sensual y apasionado al tono autoritario. «Haz el favor de numerar tus cartas, y si no las numeras más valdrá que no escribas. No puedo gozar de tus cartas si no tengo la seguridad de que recibo todas las cartas que me escribes. Y te pido esto en beneficio de mi personal seguridad». Entre párrafos de delirantes elogios de su arte de actriz había otros párrafos de densas exhortaciones a interpretar solamente «papeles de significado social que puedan despertar la conciencia del público». Al mismo tiempo, Charlie debía evitar asistir a actos públicos que pudieran revelar sus convicciones políticas. Charlie debía dejar de ir a reuniones radicales, a manifestaciones o sentadas y otros actos públicos. Debía comportarse «de acuerdo con los modales burgueses», y causar la impresión de aceptar los criterios burgueses. Debía hacer lo preciso para que la gente creyera que había «renunciado a la revolución», en tanto que, en secreto, debía «proseguir por todos los medios las lecciones del radicalismo». En estas cartas de Michel había gran número de contradicciones en materia de lógica, muchos errores sintácticos, e incluso faltas de ortografía. En ellas hablaba de «nuestra reciente reunión», refiriéndose posiblemente a la futura reunión en Atenas, y también había unas sugestivas referencias a las uvas, al vodka y a «dormir mucho antes de reunirnos de nuevo».

A medida que leía, Charlie se fue formando una nueva y más humilde imagen de Michel, una imagen que se acercaba mucho más a la del prisionero que se hallaba en el piso superior. Charlie musitó:

- Es como un niño.

Dirigió una acusadora mirada a Joseph, a quien dijo:

- Le diste demasiada importancia en tus descripciones. No es más que un crío.

Al no recibir respuesta, Charlie cogió las cartas que figuraban como escritas por ella a Michel, y las cogió con remilgo, como si contribuyeran a revelar un gran misterio. En voz alta, Charlie dijo:

- Cosas de colegiala.

Lo dijo con una estúpida sonrisa en la cara, al dirigir una primera y nerviosa mirada a las cartas, debido a que, gracias a los archivos del pobre Ned Quilley, el viejo georgiano había sabido reproducir no sólo los extraños gustos de Charlie en materia de papeles en los que escribir -menús de restaurantes, facturas, cartas con membrete de hoteles y de teatros…-, sino también las espontáneas variaciones en su caligrafía, desde los casi infantiles trazos de los primeros momentos de tristeza hasta la apasionada letra de una mujer locamente enamorada, desde la caligrafía de la actriz fatigada a más no poder, enjaulada en su camerino y ansiando un poco de respiro, hasta la caligrafía de la pseudo-erudita revolucionaria que se tomaba la molestia de copiar un largo párrafo de Tolstoi, pero que escribía la palabra «ocurrió» con una sola erre.

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