Читаем La chica del tambor полностью

Charlie seguía mirando su falda, realmente interesada en la manera en que se hinchaba y se balanceaba. Añadió:

- Y entre todos los hijos de puta, tú eres el más hijo de puta, ¿verdad? Sí, porque juegas a las dos barajas. En un momento determinado eres el piadosísimo caballero, y en el instante siguiente eres el sanguinario guerrero. Cuando en realidad, en última instancia, no eres más que el pequeño judío ladrón de tierras y sediento de sangre.

Joseph no sólo se levantó sino que golpeó a Charlie. Dos veces, aunque primero le quitó las gafas de sol. Jamás habían pegado a Charlie tan fuerte y tan de prisa, y, ambas veces, en el mismo lado de la cara. El primer golpe fue tan fuerte debido a que una malhadada sensación de triunfo indujo a Charlie a mover la cara en dirección contrapuesta a la seguida por la mano de Joseph. Me he vengado, pensó Charlie, acordándose de Atenas. El segundo golpe fue una nueva erupción en el mismo cráter, y, terminada la explosión, Joseph empujó a Charlie obligándola a sentarse en el banco, en donde Charlie hubiera podido llorar todo lo que hubiese querido, pero su orgullo le impidió derramar ni una sola lágrima. ¿Me ha abofeteado en defensa propia o en defensa de mí misma?, se preguntó Charlie. Albergaba ansiosas esperanzas de que la hubiera golpeado en defensa de sí mismo, esperanzas de que en la última hora de su loco maridaje, ella hubiera conseguido por fin avasallar las defensas de aquel hombre. Pero le bastó una sola mirada al rostro hermético y flaco de Joseph para saber que era ella, y no Joseph, el sujeto paciente. Joseph le ofrecía un pañuelo, pero Charlie, en vago ademán, lo rechazó.

Charlie murmuró:

- Olvídalo.

Charlie se cogió del brazo de Joseph, y éste la llevó despacio hacia la zona de cemento por la que circulaban los peatones. La misma pareja entrada en años volvió a sonreír cuando los vio pasar. En un instante se peleaban como bandidos, pero en el instante siguiente estarían juntos en cama, pasándolo todavía mejor.

El piso inferior era muy parecido al superior, con la diferencia de que no tenía balcón y que en él no había un prisionero. A veces, mientras leía o escuchaba, Charlie conseguía llegar al convencimiento de que jamás había estado en el piso superior. El piso superior era la cámara de los horrores, en las oscuras buhardillas de su mente. De vez en cuando, Charlie oía el sordo sonido del golpe de una caja de embalaje, al través del techo, mientras los muchachos empacaban su equipo fotográfico, preparando con ello su final de temporada, y, entonces, Charlie tenía que reconocer que el piso superior era tan real como el piso inferior, a fin de cuentas. Más real todavía, ya que las cartas eran ficticias, en tanto que Michel era de carne y hueso.

Se sentaron los tres formando tres puntos de una rueda, y Kurtz comenzó con uno de sus preámbulos. Pero el estilo de Kurtz era ahora mucho más seco y menos indirecto de lo habitual en él, debido quizá a que Charlie ya era, ahora, un soldado con valor demostrado, y no meramente supuesto, es decir una veterana, «que ha conseguido el prestigio de obtener un montón de nuevas informaciones importantes», tal como dijo Kurtz. Las cartas se encontraban dentro de una cartera de hombre de negocios situada sobre la mesa, y antes de abrir la cartera Kurtz dijo a Charlie la «ficción», palabra que utilizaba a menudo y que compartía con Joseph. La ficción consistía no sólo en que Charlie era una apasionada amante, sino también una apasionada cultivadora del género epistolar, género que, en las ausencias de Michel, constituía la única vía de expansión de Charlie. Mientras explicaba lo anterior, Kurtz se puso un par de baratos guantes de algodón. En consecuencia, las cartas no sólo eran una ilustración de las relaciones entre los dos, sino también «el único lugar en el que podías manifestar tu vida, querida Charlie». En las cartas constaba el crecientemente obsesivo amor de Charlie hacia Michel -a veces con inaudita franqueza-, pero también en ellas se demostraba el nuevo despertar político de la muchacha y su transición a un «activismo global» que se basaba, dándola por supuesta, en la vinculación que se daba entre todas las luchas antirepresivas del mundo. Conjuntamente consideradas, las cartas constituían el diario de «una persona emotiva y sexualmente excitada», a medida que la autora de las cartas avanzaba desde una actitud protestaria vagamente definida a un activismo general, con la implícita aceptación de la violencia.

Mientras terminaba de abrir la cartera de hombre de negocios, Kurtz concluyó:

- Y como sea que, habida cuenta de las circunstancias, no podíamos confiar en ti para que nos dieras toda la gama de tu literario estilo epistolar, decidimos escribir las cartas por tu cuenta.

Es natural, pensó Charlie. Acto seguido dirigió una mirada a Joseph, quien se hallaba sentado con la espalda muy erguida y con aspecto de insólita inocencia, juntas las manos por las palmas, entre las rodillas, como quien en su vida ha matado una mosca.

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