Acercaban a ella al muchacho, y Charlie no estaba segura de que pudiera soportar aquello. Se volvió hacia Joseph para decírselo, y vio que éste la miraba derechamente a los ojos mientras le decía algo, pero en el mismo instante, el magnetófono gigante comenzó a hablar en voz muy alta, por lo que Charlie se volvió bruscamente y vio a Kurtz, con su cárdigan, inclinado sobre el aparato y toqueteando los mandos para reducir el volumen.
La voz era suave y hablaba con fuerte acento extranjero, exactamente igual que aquella otra voz que Charlie recordaba en la reunión de izquierdistas ingleses. Eran palabras que formaban frases desafiantes, leídas con dubitativo énfasis.
«Nosotros somos los colonizados. Hablamos en nombre de los nativos en contra de los asentados. Hablamos por los mudos, alimentamos las bocas ciegas y estimulamos los oídos mudos… Nosotros, los animales de pacientes pezuñas, hemos perdido al fin nuestra paciencia… Vivimos de acuerdo con la ley que nace todos los días bajo el fuego… El mundo entero, salvo nosotros, tiene algo que perder… Lucharemos contra todos aquellos que se irroguen la función de administradores de nuestras tierras…»
Los muchachos habían colocado al prisionero en un extremo del sofá, ante Charlie. El prisionero no conservaba bien el equilibrio. Inclinaba el tronco hacia delante, pesadamente, y utilizaba los antebrazos para enderezarse. Tenía una mano sobre la otra, cual si estuviera encadenado, aunque sólo estaba encadenado por la cadenilla de oro que le habían puesto en una muñeca para completar su caracterización. El muchacho con barba, ceñudo, se encontraba detrás del prisionero, y el jefe del coro eclesial, con la cara afeitada, estaba devotamente sentado al lado del prisionero, y mientras la voz de éste registrada en la cinta seguía sonando triunfal, como una música de fondo, Charlie vio que los labios de Michel se movían lentamente, intentando seguir las palabras. Poco a poco, Michel abandonó sus intentos, ya que las palabras eran demasiado rápidas, demasiado fuertes para el propietario de la voz que las pronunciaba. En el rostro de Michel se dibujó una tonta sonrisa de disculpa, que trajo a la memoria de Charlie la expresión de la cara de su padre, después de sufrir el ataque de apoplejía.
«Los actos de violencia no son criminales… cuando se llevan a cabo en oposición a la fuerza utilizada por el estado… que el terrorista considera criminal.»
Se oyó el sonido de papel al volver página el orador. Ahora la voz adquirió un tono intrigado y desganado: «Te amo… Eres mi libertad… Ahora eres uno de los nuestros… Nuestros cuerpos y nuestra sangre se han mezclado… Eres mía… Mi soldado… Por favor, ¿por qué digo esto? Juntos pondremos la cerilla al detonador.» Se hizo un silencio de perplejidad, y volvió a oírse la voz: «Por favor, señor, ¿puede preguntarle qué es esto?»
Kurtz hizo callar la máquina, y ordenó:
- Mostrad sus manos a la señorita.
Cogiendo una de las manos de Michel, el muchacho con la cara afeitada la abrió rápidamente y la mostró a Charlie, cual si de una mercancía se tratara.
Mientras se acercaba al grupo, Kurtz explicó:
- Mientras trabajó la tierra, tuvo las manos endurecidas por el trabajo manual. Pero ahora es un gran intelectual. Tiene montones de dinero, montones de chicas, buena comida y tiempo que perder. ¿No es así, muchacho?
Kurtz se acercó al sofá, puso su recia mano sobre la cabeza de Michel y le dio una vuelta obligándole a mirarle. Kurtz dijo: -¿Eres un gran intelectual, verdad?
La voz de Kurtz no era cruel ni burlona. Parecía que estuviera hablando con un travieso hijo suyo, y en su voz se daba también el mismo tono de triste cariño. Kurtz dijo:
- Y haces lo preciso para que tus chicas trabajen en vez de ser tú quien lo haga.
Dirigiéndose a Charlie, Kurtz explicó:
- En cierta ocasión, se sirvió de una chica a modo de bomba. Embarcó a la chica en un avión, con bonito equipaje, y el avión estalló. Creo que la chica jamás supo que fue ella la que hizo estallar el avión. Esto es de muy mala educación muchachito. Tratar así a una señora es de mal educado, muchachito.
Ahora, Charlie reconoció el olor que no había podido identificar anteriormente. Era el olor de la loción para después del afeitado que Joseph había dejado en todos los cuartos de baño que habían compartido. Seguramente habían rociado loción de esta clase a Michel, para la presente ocasión. Kurtz preguntó a Michel:
- ¿No quieres hablar con esta señora? ¿No quieres darle la bienvenida a nuestra villa de recreo? Comienzo a preguntarme a qué se deberá que no quieres seguir cooperando con nosotros.
Poco a poco, al influjo de la persistencia de Kurtz, los ojos de Michel despertaron, y su cuerpo, obediente, se enderezó. Kurtz le dijo:
- ¿Quieres saludar correctamente a esta señora tan linda? ¿Quieres desearle buenos días? ¿Quieres decirle buenos días, muchachito?
Y así lo hizo, desde luego. En una átona versión de la voz grabada en el magnetófono, Michel dijo:
- Buenos días.