Читаем La chica del tambor полностью

Volvió a alargar la mano, con la intención de tocar la mejilla de la muchacha, pero le tocó el brazo. Charlie, ha sido un éxito. Charlie, Marty dice que eres una gran estrella, y que le has regalado todo un reparto de nuevos personajes. Me llamó por la noche, pero no te despertaste. Dice que eres mejor que la Garbo. Dice que, juntos, somos capaces de conseguirlo todo. Charlie, despierta. Charlie, tenemos que trabajar.

Pero, en voz alta, Becker se limitó a pronunciar una vez más el nombre de Charlie, y bajó al vestíbulo, en donde pagó la factura y se guardó el último recibo. Se dirigió a la parte trasera del hotel para hacerse cargo del BMW, y el alba era igual que había sido el ocaso, fresca, sin ser todavía veraniega.

Becker dijo a Charlie:

- Ahora debes despedirme agitando la mano. Luego date un paseo. Dimitri te llevará a Munich.

El ascensor olía a desinfectante, y los dibujos y frases de los artistas espontáneos estaban profundamente hendidos en el vinilo gris. Charlie penetró en silencio en el ascensor. Charlie había colocado su forma de ser dura en primera fila, al exterior, tal como solía hacer en las manifestaciones, en las sentadas y en otras actividades de parecido tenor. Estaba excitada. Tenía una sensación de inminente logro final. Dimitri pulsó el timbre y el propio Kurtz abrió la puerta. Detrás de Kurtz estaba Joseph y detrás de Joseph colgaba una placa de bronce con un San Cristóbal y un Niño.

Oprimiendo prietamente a Charlie contra su pecho, Kurtz dijo con voz baja y tensa:

- Charlie, has estado maravillosa, realmente maravillosa. Charlie, has estado increíble.

Sin mirar a Joseph, sino más allá del lugar en que éste se encontraba, a la puerta cerrada, Charlie preguntó:

- ¿Dónde está?

Dimitri no había entrado. Después de entregar a Charlie, había bajado en el mismo ascensor.

Hablando todavía como si estuvieran en la iglesia, Kurtz soltó a Charlie, y contestó a Charlie como si ésta le hubiera formulado una pregunta de simple cortesía:

- Está bien. Un poco fatigado de tanto viajar, lo cual me parece lógico.

Después de hacer una pausa, dijo:

- Gafas oscuras, Joseph. Dale unas gafas oscuras. ¿No tienes unas gafas oscuras, Charlie, querida? ¿Y un pañuelo para ponerte en la cabeza y ocultar tu adorable cabellera? Toma, ahí tienes un pañuelo. Puedes quedarte con él.

Se trataba de un bonito pañuelo de seda verde. Kurtz lo llevaba guardado en el bolsillo, para dárselo a Charlie. Los dos hombres, muy juntos, contemplaron a Charlie, mientras ésta ante el espejo se colocaba el pañuelo, anudándoselo en la nuca. Kurtz explicó:

- Se trata sólo de una precaución. En esta clase de asuntos, toda precaución es poca. ¿No es así, Joseph?

Charlie extrajo del bolso la polvera con polvos nuevos y se retocó el maquillaje. Kurtz le advirtió:

- Charlie, este asunto en el que estamos puede tener ciertos matices emotivos.

Charlie guardó la polvera y sacó el lápiz de labios. Kurtz le advirtió:

- Si en algún momento lo que estamos haciendo te impresiona, debes recordar que este hombre ha dado muerte a muchos inocentes. Todos tenemos rostro humano, y este muchacho no constituye una excepción. El chico es muy apuesto, tiene talento y muchas aptitudes jamás utilizadas. El espectáculo no es agradable. Y tan pronto comencemos, quiero que guardes silencio. Yo me encargaré de decir cuanto haya que decir. Acuérdate de esto. Deja que sea yo, y solo yo, quien hable.

Kurtz abrió la puerta, diciendo:

- Le encontraréis dócil. Tuvimos que infundirle esa docilidad durante el trayecto hasta aquí, y, luego, durante su estancia entre nosotros. Por lo demás, se encuentra en perfecto estado. No hay problemas. Ahora bien, no hables con él.

Automáticamente, Charlie se dijo: Estoy en un dúplex que en otros tiempos fue elegante pero que ahora está en desastrosa decadencia, con una bonita escalera interior, una galería alta en el nivel superior, de estilo rústico, y con una barandilla de hierro forjado. Un hogar de estilo inglés, con leños pintados en lienzo. Se ven focos de fotógrafo e impresionantes cámaras en trípodes. Un gran magnetófono en su propio mueble independiente, un gracioso sofá curvo, de estilo Marbella, con relleno de espuma de nylon, y más duro que el hierro. Charlie se sentó en este sofá y Joseph lo hizo a su lado. Charlie pensó: Joseph y yo debiéramos estar cogiditos de la mano. Kurtz había cogido un teléfono gris, y oprimió el botón de la extensión. Dijo algo en hebreo, teniendo la vista levantada a la galería. Dejó el teléfono y dirigió una tranquilizadora sonrisa a Charlie. Al olfato de Charlie llegaba olor a cuerpos masculinos, a polvo, a café y a salchichas. Y a millones de colillas muertas. Notó otro olor diferente, pero no pudo identificarlo debido a que tenía en la mente demasiadas posibilidades, desde la silla de su primera jaca al sudor de su primer amante.


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