Читаем La chica del tambor полностью

había enseñado la educación recibida era precisamente tomar decisiones rápidas. Seguir a Rossino y a la chica al mismo tiempo era imposible. Litvak carecía de los recursos pertinentes para ello. En teoría, debía seguir a los explosivos, y, en consecuencia, seguir a la muchacha, pero Litvak dudaba, debido a que Rossino era escurridizo y, con mucho, la pieza más importante, en tanto que el Mercedes era notorio por definición, y su destino casi cierto. Litvak dudó durante unos instantes más. Ovó unos sonidos en los auriculares, pero Litvak hizo caso omiso, y siguió repasando la hilación lógica de la ficción. La idea de dejar escapar a Rossino era casi superior a sus fuerzas. Y Rossino era, sin la menor duda, un importante eslabón en la cadena de la oposición. Y, además, tal como había dicho Kurtz, si la cadena no se conocía en su integridad, ¿cómo iba Charlie a poder penetrar en ella? Rossino regresaría a Viena convencido de que, hasta el momento, nada había quedado en situación comprometida. Rossino era un eslabón esencial, pero, al mismo tiempo, era un esencial testigo. Por otra parte, la muchacha no era más que un ser subalterno, un conductor de vehículos, un ser que colocaba las bombas, la infantería siempre sacrificable del gran movimiento de la oposición. Además, Kurtz tenía planes de vital importancia con respecto a la muchacha, en tanto que Rossino podía esperar.

Litvak se volvió a poner los auriculares:

- Seguid el automóvil. Dejad a Luigi.

Tomada la decisión, Litvak se permitió esbozar una satisfecha sonrisa. Sabía con exactitud el orden de marcha. Primero Udi en su moto, luego la rubia en el Mercedes rojo, y después de ésta el Opel. Y después del Opel, rezagadas con respecto a todos, las dos muchachas en el Porsche de reserva, dispuestas a relevar a quien fuera tan pronto se les ordenara. Litvak se repitió in mente los puestos estáticos que vigilarían el Mercedes hasta la frontera con Alemania. Imaginó las fantasiosas historias que Alexis se habría inventado con el fin de tener la certeza de que permitieran la entrada sin complicaciones a la muchacha.

Echando una ojeada a su reloj, Litvak preguntó:

- ¿Velocidad?

Le contestaron que Udi comunicaba que la velocidad a que iba la muchacha era muy moderada. La señorita no quería complicaciones con los representantes de la ley. La carga que llevaba la había puesto nerviosa.

Y así debía ser, pensó Litvak mientras se quitaba los auriculares. Si yo fuera una chica, esa carga me aterraría.

Litvak bajó la escalera con una cartera en la mano. Ya había pagado la cuenta pero si se la hubieran presentado de nuevo la hubiese pagado por segunda vez. Sí, Litvak estaba enamorado del mundo entero, en aquellos instantes. Su automóvil, el automóvil de mando, un nervioso BMW, le esperaba en el aparcamiento del hotel. Con un dominio de sí mismo nacido de la experiencia, Litvak se dispuso a seguir con calma el convoy. ¿Qué era lo que aquella muchacha sabía? ¿Cuánto tiempo tardarían en sonsacárselo? Litvak pensó: ten calma, primero hay que atar a la cabra. Pensó en Kurtz, y, con una punzada de placer, Litvak imaginó oír la voz autoritaria e inagotable de Kurtz amontonando elogios sobre su cabeza, en un hebreo horroroso. Y complacía en gran manera a Litvak pensar que iba a ofrecer un sacrificio tan sustancioso a Kurtz.

El verano todavía no había llegado a Salzburg. Un fresco aire de primavera soplaba procedente de las montañas, y el río Salzach olía a mar. Cómo habían llegado allá seguía siendo un misterio para Charlie, debido a que pasó gran parte del trayecto durmiendo. Desde Graz fueron en avión a Viena, pero el viaje duró unos cinco segundos, ya que Charlie seguramente durmió en el avión. En viena, Michel ya tenía un coche de alquiler esperándole, un elegante BMW. Charlie volvió a dormir, y cuando penetraron en la ciudad la muchacha tuvo la impresión de que el automóvil se había incendiado, pero se trataba solamente de los rayos del sol poniente reflejados en la pintura, en el momento en que Charlie abrió los ojos.

Charlie preguntó:

- ¿Y por qué Salzburgo precisamente?

Oyó la respuesta, según la cual ello se debía a que era una de las ciudades de Michel, y a que se encontraba en el camino. Charlie preguntó:

- ¿En el camino a dónde?

Pero una vez más se tropezó con la reserva de su compañero.

El hotel tenía un patio interior cubierto, con viejas barandas doradas y plantas en macetas de mármol. Las ventanas de su suite daban directamente a un río de aguas barrosas y muy rápido curso, y al otro lado del río se alzaban más cúpulas que las que pueda haber en los cielos. Más allá de las cúpulas se levantaba un castillo, con un teleférico que ascendía por la ladera de la montaña.

Charlie dijo:

- Necesito caminar.

Se metió en la bañera y se durmió en ella, y Michel tuvo que golpear la puerta para despertarla. Charlie se vistió y Michel, una vez más, demostró saber cuáles eran los lugares que debía mostrar a la muchacha y cuáles eran las cosas que más le gustarían.

Charlie preguntó:

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