La mente de Charlie había cambiado su ritmo de funcionamiento, y a la muchacha le faltaba poco para dormirse. Estoy enferma, pensó. Estoy esperando el resultado de los análisis. Doctor, déme inmediatamente esos resultados. Notó la existencia de un montón de revistas propias de una sala de espera, y deseó tener una en el regazo, para protegerse con ella. Ahora, Joseph también miraba a la galería, en lo alto. Charlie siguió la mirada de Joseph, aun cuando tardó un poco en hacerlo, debido a que quería darse a sí misma la impresión de haber hecho aquello tan a menudo que, en realidad, ni siquiera le hacía falta mirar. Charlie era como una compradora en una tienda de modas. Se abrió la puerta y apareció un muchacho con barba, que penetró de espaldas en la galería superior, caminando torpemente, y esforzándose en tener expresión airada, incluso visto de espaldas.
Por unos instantes nada más apareció. Luego salió un bulto escarlata, y después un muchacho con la cara rasurada, aunque éste no tenía expresión airada, sino devota, hasta el punto de parecer un jefe de coro de iglesia, castigado por haberse excedido en sus deberes.
Por fin, Charlie comprendió la situación. No se trataba de dos muchachos, sino de tres. El que iba en medio se tambaleaba entre los otros dos, y llevaba un blazer rojo. Era el esbelto muchacho árabe, el amante de Charlie, el monigote caído, en el teatro de la realidad.
Sí, pensó Charlie, hundida detrás de los oscuros vidrios de sus gafas, es perfectamente razonable. Sí, y el parecido es bueno. A veces, Charlie, en su fantasía, había utilizado las facciones de Joseph, permitiendo que éste sustituyera a su amante, al amante de sus sueños. En otras ocasiones, se había formado una figura diferente, basada en sus oscuros recuerdos del palestino que les dio conferencias en aquella reunión, y, ahora, Charlie estaba muy impresionada por lo mucho que se había acercado a la realidad. ¿No crees, quizá, que las comisuras de los labios son demasiado alargadas?, se preguntó la muchacha. ¿Que no hay un poquitín de exageración en la sensualidad? ¿Que las aletas de la nariz son excesivamente expresivas? ¿Que la cintura es demasiado estrecha? Charlie tuvo tentaciones de ponerse en pie y acudir a proteger a aquel muchacho, pero esto no se hace en escena, a no ser que conste en el libreto. Y, además, Charlie no se había liberado de Joseph.
Sin embargo, durante un segundo poco faltó para que Charlie perdiera el dominio de sí misma. Durante este segundo, Charlie fue todo aquello que Joseph le había dicho que ella era, fue la salvadora y liberadora de Michel, fue su Santa Juana de Arco, la esclava de su cuerpo, su estrella. Por él, Charlie había interpretado un papel con el corazón, había cenado con él en un asqueroso motel a la luz de una vela, había compartido la cama con él, se había unido a su revolución, había llevado su brazalete y había bebido su vodka, y Charlie había casi desgarrado el cuerpo de aquel hombre quien, a su vez, casi había desgarrado el suyo. Charlie había conducido el Mercedes de aquel hombre, obedeciendo sus instrucciones, y había entregado el TNT ruso, de la más alta calidad, a los acosados ejércitos de la libertad. Con él había celebrado la victoria en un hotel junto al río en Salzburgo. Había bailado con él en el Acrópolis, una noche, y el mundo entero había resucitado para ella. Y Charlie se sentía poseída por un loco sentimiento de culpabilidad que no había experimentado en ningún otro amor.
Era muy hermoso aquel hombre, tan hermoso cual Joseph le había prometido. Más hermoso todavía. Tenía aquella absoluta capacidad de atracción que Charlie y las mujeres como ella reconocen con renuente inevitabilidad. Si, aquel hombre pertenecía a esa monarquía y le constaba. Era leve, pero perfecto, con hombros bien formados y caderas muy estrechas. Tenía frente de boxeador y cara de Peter Pan, coronada por densos rizos negros. Nada entre todo lo que le hubieran hecho para domarlo podía ocultar a los ojos de Charlie el profundo apasionamiento de su manera de ser, ni apagar la luz de la rebeldía en sus ojos negros como el carbón.
Y era un muchacho ligero, un joven campesino caído de las ramas de un olivo, con un repertorio de frases hechas, y vista de garza para las lindas joyas, los billeteros de cocodrilo, las señoras lindas y los coches bonitos. Y con la indignación del campesino dirigida contra aquellos que le habían echado de sus tierras. Ven a mi cama, muchachito, y deja que tu mamá te enseña algunas de las largas palabras de la vida.
Le sostenían por los sobacos, y, al bajar laciamente los peldaños de madera, sus zapatos Gucci no acertaban a apoyarse debidamente, lo que parecía avergonzarle, ya que en su rostro apareció una evanescente sonrisa, y bajó la vista a sus inseguros pies.