Charlie corría. Si, era una jornada deportiva. Corría a cuanta velocidad podía. La dentadura de cemento formada por los límites superiores de los edificios, dentadura que mordía el cielo, pasaba veloz bamboleándose, procedente de la dirección contraria a la que Charlie seguía. A la vista de Charlie, los jardines de las azoteas estaban unidos por estrechos senderos con el piso de ladrillos, carteles de ciudad de juguete le indicaban lugares cuyos nombres no podía leer, y sobre su cabeza, en lo alto, tuberías de plástico azul y amarillo trazaban rayas de colores. Charlie corría tan de prisa como podía, subiendo y bajando escaleras, y tomando una especie de interés hortícola en las variedades de vegetación que encontraba a su paso, en los alegres geranios, en los arbustos cuajados de flores, en las colillas de cigarrillos y en las zonas de tierra pelada, cual tumbas sin lápida. Joseph iba a su lado, y Charlie le gritaba que se fuera, que se alejara de ella. Una pareja entrada en años les sonrió nostálgicamente imaginando que era una pelea entre enamorados. Charlie recorrió dos manzanas de esta manera, hasta que llegó a una barandilla y un precipicio con un aparcamiento abajo. Y Charlie no se suicidó debido a que anteriormente había ya decidido que su tipo humano no era el del suicida, y, además, quería vivir con Joseph, en vez de morir con Michel. Charlie se detuvo, y descubrió que apenas jadeaba. La carrera le había sentado bien. Debiera correr más a menudo. Pidió un cigarrillo a Joseph, pero éste no llevaba cigarrillos. Joseph la llevó a un banco, en el que Joseph la sentó, pero Charlie se puso inmediatamente en pie, en un acto de afirmación de su personalidad. Por otra parte, Charlie había aprendido que las escenas con fuertes juegos de emoción no pueden representarse eficazmente entre personas que caminan, por lo que se quedó quieta.
Joseph, cortando con calma los primeros impulsos agresivos de Charlie, advirtió a ésta:
- Te recomiendo que reserves tus simpatías para los inocentes.
- ¡Este hombre era inocente hasta que os lo inventasteis!
Confundiendo el silencio de Joseph con el desconcierto y confundiendo el desconcierto con la debilidad, Charlie hizo una pausa y fingió observar la monstruosa línea formada por las azoteas contra el cielo. En tono mordaz, Charlie dijo:
- «Es necesario. No estaría aquí si no fuese necesario.» Es una cita. «Ningún juez sensato del mundo nos condenaría en méritos de lo que te pedimos.» También es una cita. Son tus propias palabras. ¿Quieres desmentirlas ahora?
- No, me parece que no.
- Me parece que no. Pues más valdrá que estés absolutamente seguro, ¿no te parece? Sí, ya que en el caso de que en los presentes momentos haya dudas, preferiría mil veces que fuera yo quien las tuviera.
Manteniéndose en pie, Charlie trasladó su atención a un punto que se encontraba directamente ante ella, en la parte media del edificio frontero, edificio que Charlie, ahora, estudiaba con el interés de un presunto comprador. Pero Joseph seguía sentado, con lo cual estropeaba el desarrollo de la escena. Hubieran debido estar los dos cara a cara y muy cerca el uno del otro. 0 bien Joseph a la espalda de Charlie, mirando el mismo distante punto que ésta.
Charlie preguntó:
- ¿Te molestaría mucho que,sacara unas cuantas conclusiones lógicas?
- Adelante, por favor.
- Ha matado judíos.
- Ha matado judíos y ha matado a inocentes que se encontraban en las cercanías, que no eran judíos y que no habían adoptado postura alguna en el conflicto.
- Me gustaría escribir un libro acerca de la culpabilidad de estos inocentes que se encontraban en las cercanías, y de los que tú tanto hablas. Comenzaría con vuestros bombardeos del Líbano, y, a partir de aquí, me iría extendiendo.
Prescindiendo del hecho consistente en que Joseph estaba sentado, lo cierto es que reaccionó con más dureza y rapidez de lo que Charlie esperaba:
- Este libro ya ha sido escrito, Charlie, y se llama Holocausto. Con índice y pulgar, Charlie imitó una lente y al través de esta lente miró un distante balcón. Dijo:
- Pero, por otra parte, me parece que tú has matado árabes, personalmente.
- Desde luego.
- ¿Muchos?
- Los suficientes.
- Aunque sólo en legítima defensa. Sí, los israelitas sólo matan en legítima defensa.
Joseph no contestó. Charlie añadió:
- «He matado los árabes suficientes», firmado ‹Joseph». Tampoco con estas palabras consiguió Charlie una reacción. Charlie dijo:
- Pues me parece que éste sería un interesante punto en el libro en cuestión. Un israelita ha matado los árabes suficientes.
La falda de tartán que llevaba Charlie pertenecía a las ropas regaladas por Michel. Esta falda tenía bolsillos a los lados, lo cual Charlie acababa de descubrir. Metió las manos en los bolsillos, y con ellas imprimió un movimiento de balanceo a la falda, que Charlie fingió estudiar. Sin dar la menor importancia a sus palabras, Charlie dijo:
- Sois unos hijos de puta, ¿verdad? Sois, rotundamente, unos hijos de puta. ¿No crees?