El parador de automovilistas se llamaba «Romanz» y se alzaba en un bosque de pinos, en un altozano junto a la autopista. Había sido construido para complacer a enamorados con gustos medievales, con claustros de cemento armado, medievales armas de plástico, y luces de neón debidamente coloreadas a lo medieval. El complejo estaba formado por varios chaletitos, y Kurtz ocupó el último de la fila, con una ventana enrejada que daba a la senda que se extendía hacia el Oeste. Eran las dos de la madrugada, hora a la que Kurtz estaba alegremente acostumbrado. Se había duchado y afeitado, se había hecho un café en la cafetera de astuto diseño, se había bebido una coca-cola debidamente dispuesta en el refrigerador, y durante el resto del tiempo había estado haciendo lo que ahora hacía. Había estado sentado, en mangas de camisa ante una mesa escritorio, pequeñita, con todas las luces apagadas, y unos prismáticos al lado, contemplando los faros de los automóviles que pasaban por entre los árboles, camino de Munich. En aquella hora poco tránsito había. Un promedio de cinco vehículos por minuto. Cuando llovía, los vehículos mostraban tendencia a agruparse.
Había sido un largo día y también una larga noche, en el caso de que también se contaran las noches, pero Kurtz tenía el convencimiento de que el descanso entontecía la cabeza, por lo que cinco horas de sueño eran suficientes para cualquiera y demasiadas para él. De todas maneras había sido un largo día, día que realmente no comenzó hasta el instante en que Charlie se fue. Fue preciso dejar vacantes los pisos de la Ciudad Olímpica, operación que Kurtz supervisó personalmente, debido a que sabía que los muchachos se sentían estimulados cuando eran testigos de la preocupación de Kurtz por cuidar todos los detalles. Fue preciso poner las cartas en el apartamento de Yanuka, y también Kurtz se encargó de ello. En el puesto de vigilancia en la acera frontera, Kurtz recibió a los observadores estáticos que allí volvieron a instalarse, y no se olvidó de felicitarles en ocasión de su regreso, y de darles todo género de seguridades, en el sentido de que sus largas y heroicas horas de vigilia pronto serían recompensadas.
Lenny preguntó sentimentalmente:
- ¿Qué ha sido del chico? Marty, este muchacho tiene un gran futuro. No lo olvides.
La contestación de Kurtz fue un tanto sibilina:
- Lenny, ese muchacho tiene un futuro, aunque no con nosotros.
Shimon Litvak se sentó detrás de Kurtz, en el borde de la cama de matrimonio. Shimon Litvak se había quitado el chorreante chubasquero y lo había extendido en el suelo, a sus pies. Parecía defraudado e irritado. Becker estaba sentado, un poco apartado de los otros, en una quebradiza silla de dormitorio, con su propia aureola alrededor, igual que en la casa de Atenas. Si, en la misma lejanía solitaria, pero participando del ambiente de vigilancia, antes de dar comienzo a la batalla.
Litvak, sentado todavía a la espalda de Kurtz, dijo en tono in-dignado:
- La chica no sabe nada. Es medio cretina.
Litvak había hablado con voz un tanto alta y algo temblorosa. Litvak prosiguió:
- Es holandesa y se llama Larsen. Cree que Yanuka se la ligó mientras ella estaba viviendo en una comuna en Frankfurt, pero no está segura porque se acuesta con muchos hombres y se olvida de ellos, como es lógico. Yanuka la llevó de viaje varias veces, y la enseñó a disparar, a disparar mal, desde luego, y luego llevó a la chica a su gran hermano mayor, para que el héroe descansara y se divirtiera un poco. La chica recuerda esto último. Incluso para el caso de la vida sexual de Khalil emplearon trucos de seguridad y protección, jamás utilizaron una misma casa. Esto le pareció estupendo y divertido a la chica. Entre una cosa y otra, la chica condujo automóviles al servicio de esa gente, colocó un par de bombas y robó unos cuantos pasaportes. Todo por amistad. Sí, ya que la chica es anarquista. Y, además, medio cretina.
Pensativo, dirigiendo su voz antes a su propio reflejo en el espejo que a Litvak, Kurtz
dijo:
- Cómoda chica.
Reconoce lo de Godesberg, reconoce a medias lo de Zurich. Si tuviéramos tiempo, reconocería plenamente lo de Zurich. Lo de Amberes no.
Kurtz preguntó:
- ¿Leyden?
Y, al pronunciar esta palabra, pareció que a Kurtz se le hubiera formado un nudo en la garganta, de manera que, desde el lugar en que Becker estaba sentado, se tenía la impresión de que Kurtz y Litvak padecieran una misma afección en la garganta, algo parecido a un encogimiento de las cuerdas vocales.
Litvak repuso:
- Leyden absolutamente no. No, no, y no. Y otra vez que no. A la sazón, la chica estaba pasando vacaciones con sus padres, en Sylt. ¿Dónde está Sylt?
Becker repuso:
- Ante la costa del norte de Alemania.
Pero Litvak le dirigió una feroz mirada, como si sospechara que Becker le hubiera insultado. Dirigiéndose una vez más a Kurtz, Litvak dijo en tono quejoso: