Su interrogatorio empezó a la mañana siguiente y duró, según los cálculos que hizo al terminar, un día entero y dos medias noches. Fue un proceso alocado e irracional, según quien fuese el sujeto al que le tocaba el turno de chillarle y según se tratara de desafiar su compromiso revolucionario o de acusarla de ser una delatora británica, sionista o norteamericana. Mientras duró, la excusaron de participar en todas las lecciones y la obligaron a encerrarse en su barracón entre una sesión y la siguiente, bajo arresto domiciliario, aunque a nadie parecía importarle que fuera a dar un paseo sola por el campamento. Se turnaban cuatro chicos árabes muy fervientes que actuaban por parejas y le ladraban las preguntas previamente preparadas que iban leyendo en unos cuadernos escritos a mano; lo que más los enfurecía era que ella no entendiese su mal inglés. No le pegaron, aunque quizás hubiera sido más fácil si lo hubiesen hecho, porque al menos hubiera podido saber cuándo les gustaban sus respuestas y cuándo no. Pero cuando se enfurecían resultaban bastante aterradores. A veces le gritaban con el rostro pegado al de ella, la cubrían de escupitajos, y luego la dejaban, presa de náuseas y jaqueca. Otro de los trucos consistía en ofrecerle un vaso de agua, y luego tirárselo a la cara cuando ella estaba a punto de cogerlo. Pero la siguiente sesión, el chico que había sido el instigador de esta escena leyó delante de sus tres colegas una declaración de culpabilidad, y después abandonó la estancia profundamente humillado.
Otra vez la amenazaron con dispararle un tiro por su conocida vinculación con el sionismo y la reina de Inglaterra. Pero cuando incluso entonces se negó a admitir estos pecados, parecieron perder interés y empezaron a contarle con mucho orgullo historias de sus aldeas de origen, que no habían visto jamás, y le dijeron que en ellas vivían las mujeres más hermosas, y crecían los mejores olivos y las mejores viñas del mundo. Y fue entonces cuando Charlie supo que había regresado a la cordura, y a Michel.
Un
- Abdul el norteamericano -dijo ella.
- ¿Qué?
Charlie estaba preparada. Había ensayado mentalmente la escena repetidas veces: el elevado sentido del deber de la camarada Leila supera su repugnancia natural a dar el chivatazo. Se sabía el texto de memoria. Sabía cómo eran las furcias del campamento que lo habían pronunciado. Para recitarlo mantuvo el rostro desviado del de él y habló con furia áspera y masculina.
- Su verdadero nombre es Halloran. Arthur J. Halloran. Es un traidor. Me pidió que, cuando me vaya, les diga a los norteamericanos que quiere regresar y hacer frente a los tribunales. Admite francamente que tiene ideas antirrevolucionarias. Podría traicionarnos a todos.
La oscura mirada de Tayeh no se había apartado ni un instante de su rostro. Sostenía su bastón de fresno con las dos manos, y golpeaba con su extremo los dedos de su pierna mala, como si tratara así de mantenerla despierta.
- ¿Es por eso que has pedido verme?
- Sí.
- Halloran fue a verte hace tres noches -observó él, desviando su mirada-. ¿Por qué no me lo has dicho antes? ¿Por qué has esperado tres días?
- No estabas aquí.
- Estaban otros. ¿Por qué no preguntaste por mí?
- Tenía miedo de que le castigaras.
Pero Tayeh no parecía pensar que Halloran estuviese siendo juzgado.
- Miedo -repitió, como si se tratase de una admisión muy grave-. ¿Miedo? ¿Y por qué ibas a temer por Halloran? ¿Durante tres días? ¿Acaso simpatizas secretamente con su actitud?
- Sabes que no.
- ¿Es por eso que él te habló con tanta franqueza? ¿Por qué le diste motivos para que confiara en ti? Creo que sí.
- No.
- ¿Te acostaste con él?
- No.
- Entonces, ¿qué deseos podías sentir de proteger a Halloran? ¿Por qué ibas a temer por la vida de un traidor cuando estás aprendiendo a matar en nombre de la revolución? ¿Por qué no eres sincera con nosotros? Me decepcionas.
- No tengo experiencia. Lo sentía por él y no quería que sufriera ningún daño. Después me acordé de cuál era mi deber.
Tayeh parecía cada vez más confuso ante el desarrollo de la conversación. Tomó otro trago de whisky.
- Siéntate.