Cuando él y los demás nuevos ayudantes regresaron a la comisaría después del enorme follón que se montó en el campo de Dinsmore, Stacey Moggin (que aún llevaba puesto el uniforme y tenía aspecto de cansada) les dijo que podían hacer otro turno de cuatro horas si querían. Les iban a ofrecer un montón de horas extra, como mínimo durante un tiempo, y cuando llegara el momento de que el pueblo les pagase, Stacey dijo que estaba convencida de que también habría primas… a buen seguro sufragadas por un agradecido gobierno de los Estados Unidos.
Carter, Mel, Georgia Roux y Frank DeLesseps aceptaron hacer esas horas extra. En realidad no lo hacían por el dinero, sino porque les encantaba el trabajo. A Junior también, pero le acechaba otra de sus migrañas, lo cual era desmoralizador después de haber estado todo el día de fábula.
Le dijo a Stacey que, si no le importaba, él pasaba. Ella le aseguró que no había ningún problema, pero le recordó que su turno empezaba de nuevo al día siguiente, a las siete.
– Habrá mucho trabajo -dijo Stacey.
En los escalones, Frankie se subió el cinturón y dijo:
– Creo que voy a pasarme por casa de Angie. Seguramente ha ido a algún lado con Dodee, pero me da miedo que haya dado un resbalón en la ducha, que esté paralizada en el suelo, o algo por el estilo.
Junior sintió una punzada en la cabeza. De pronto vio un punto blanco en el ojo izquierdo. Parecía que palpitaba al ritmo de su corazón, que se había acelerado.
– Si quieres me paso yo -le dijo a Frankie-. Me pilla de camino.
– ¿De verdad? ¿No te importa?
Junior negó con la cabeza. El punto blanco del ojo izquierdo se movía frenéticamente cuando él también lo hacía. Entonces se detuvo.
Frankie bajó el tono de voz.
– Sammy Bushey fue un poco borde conmigo cuando estábamos en la explanada.
– Menuda imbécil -dijo Junior.
– Y que lo digas. Va y me suelta: «¿Qué vas a hacer, detenerme?». -Frankie había elevado el tono de voz hasta un falsete irritante que a Junior le crispó los nervios. El punto blanco pareció volverse rojo, y por un instante sintió el arrebato de agarrar a su viejo amigo del cuello y estrangularlo para que él, Junior, no tuviera que volver a escuchar ese falsete jamás-. Me parece -prosiguió Frankie- que tal vez me pasaré a verla luego. Para darle una lección. Ya sabéis, para que aprenda a respetar a la policía local.
– Es escoria. Y también una bollera.
– Eso no haría sino mejorar las cosas. -Frankie hizo una pausa y miró hacia la extraña puesta de sol-. Quizá esta Cúpula tenga su lado positivo. Podemos hacer lo que queramos. Por lo menos, de momento. Piensa en ello, colega. -Frankie se tocó el paquete.
– Claro -contestó Junior-, aunque no estoy muy cachondo.
Pero ahora lo estaba. Bueno, más o menos. Tampoco iba a follárselas, ni nada por el estilo, pero…
– Pero aun así sois mis amigas -dijo Junior en la oscuridad de la despensa. Al principio usó una linterna, pero luego la apagó. Era mejor la oscuridad-. ¿Verdad que sí?
No contestaron.
Estaba sentado de espaldas a una pared llena de estantes de conservas. Angie estaba a su derecha y Dodee a la izquierda.
Salvo por el olor, claro. Una mezcla de mierda reseca y comienzo de descomposición. Pero era soportable porque había otros olores más agradables: café, chocolate, melaza, frutos secos y, quizá, azúcar moreno.
También un suave aroma a perfume. ¿De Dodee? ¿De Angie? No lo sabía. Lo único que sabía era que la migraña había mejorado y ese punto blanco tan molesto había desaparecido. Deslizó una mano y le agarró un pecho a Angie.
– No te importa que lo haga, ¿verdad, Angie? O sea, sé que eres la novia de Frankie, pero habéis roto y, eh, solo quiero saber lo que se siente. Además, siento decírtelo, pero creo que esta noche tiene pensado ponerte los cuernos.
Palpó con la otra mano y encontró una mano de Dodee. Estaba helada, pero aun así se la llevó al paquete.
– Oh, Dodee -exclamó-. Eres muy descarada. Pero haz lo que te apetezca; deja que tu lado malo se apodere de ti.
Tendría que enterrarlas, por supuesto. Pronto. La Cúpula acabaría estallando como una burbuja de jabón, o los científicos encontrarían un modo de disolverla. Cuando eso ocurriera, el pueblo sería tomado por la policía. Y si la Cúpula no desaparecía, era más que probable que se acabara formando una especie de comité encargado de ir casa por casa en busca de provisiones.
Muy pronto. Pero no en ese momento. Porque aquella situación era relajante.
También un poco excitante. La gente no lo entendería, por supuesto, pero tampoco sería necesario que lo entendieran. Porque…