Junior lo miró con una expresión de desdén que Big Jim nunca le había visto. Entonces se dio cuenta de que su hijo tenía mucho poder sobre él. Pero era imposible que su propio vástago…
– Tendremos que enterrar tu alfombra. Gracias a Dios ya no es esa moqueta de pared a pared que tenías antes aquí. Y la parte positiva es que casi toda la sangre ha caído en ella. -Entonces cogió el burrito gigante y lo arrastró por el pasillo. Al cabo de unos minutos Rennie oyó que se encendía el motor de la autocaravana.
Big Jim pensó en la bola de béisbol dorada.
Y, además, ¿qué daño podía causar? ¿Qué daño podía causarle si estaba limpia?
Cuando Junior regresó al cabo de una hora, la pelota de béisbol dorada volvía a relucir sobre su soporte de metacrilato.
IMPACTO DE MISIL INMINENTE
1
«¡ATENCIÓN! ¡POLICÍA DE CHESTER'S MILL! ¡ESTA ZONA DEBE SER EVACUADA! ¡SI NOS OYE, DIRÍJASE HACIA NOSOTROS! ¡ESTA ZONA DEBE SER EVACUADA!»
Thurston Marshall y Carolyn Sturges se incorporaron en la cama, mientras escuchaban esa extraña voz estruendosa y se miraban uno al otro con los ojos abiertos como platos. Ambos daban clase en el Emerson College de Boston. Thurston era profesor numerario de Inglés (y director invitado del último número de
«¡ATENCIÓN! ¡POLICÍA DE CHESTER'S MILL! ¡ESTA ZONA…!» -Cerca. Cada vez más cerca.
– ¡Thurston! ¡La hierba! ¿Dónde la has dejado?
– Tranquila -respondió él, pero el temblor de su voz dejaba entrever que era incapaz de seguir su propio consejo. Era un hombre espigado y con una melena canosa, que acostumbraba a recogerse en una cola. Ahora lo llevaba suelto y le llegaba casi a la altura de los hombros. Tenía sesenta años; Carolyn, veintitrés-. Las otras cabañas están vacías en esta época del año, seguro que pasan de largo y regresan a Little Bitch Road.
Carolyn le dio un golpe en el hombro.
– ¡El coche está aparcado delante! ¡Lo verán!
Thurston puso cara de «Oh, mierda».
«… EVACUADA! ¡SI NOS OYE, DIRÍJASE HACIA NOSOTROS! ¡ESTA ZONA DEBE SER EVACUADA!» Ahora estaba muy cerca. Thurston oyó otras voces amplificadas, gente que usaba megáfono, policías que usaban megáfonos, pero esa voz estaba casi a su lado. «¡ESTA ZONA DEBE SER EVAC…!» Hubo un momento de silencio. Entonces:
Oh, era una pesadilla.
– ¿Dónde has dejado la hierba? -le preguntó ella de nuevo.
La hierba estaba en la otra habitación. En una bolsa que estaba medio vacía, junto a una bandeja con el queso y las tostaditas de la noche anterior. Si alguien entraba, sería la primera maldita cosa que vería.
«¡AQUÍ LA POLICÍA! ¡ESTO VA EN SERIO! ¡ESTA ZONA DEBE SER EVACUADA! ¡SI ESTÁN AHÍ DENTRO, SALGAN ANTES DE QUE ENTREMOS Y LOS SAQUEMOS A RASTRAS!»
Thurston saltó de la cama y cruzó la habitación a la carrera, con el pelo ondeando y sus escuchimizadas nalgas tensas.
Su abuelo había construido la cabaña después de la Segunda Guerra Mundial, y constaba solo de dos habitaciones: un gran dormitorio que daba al estanque y la sala de estar/cocina. Un viejo generador Henske proporcionaba la electricidad, pero Thurston lo había apagado antes de que se fueran a la cama; el estruendo que causaba no era muy romántico. Las ascuas de la hoguera de la noche anterior, que en realidad no era necesaria pero sí muy romántica, aún centelleaban en la chimenea.
Por desgracia, no. La hierba estaba ahí, junto a los restos de Brie que habían devorado antes de empezar el maratón de folleteo de la noche anterior.
Se abalanzó sobre la bolsa y alguien llamó a la puerta. No, la golpeó.