– La obra de teatro, lo sé. -Barbie había escuchado esa broma unas cuantas veces. Unas diez mil-. ¿Es tu pelotón de soldados?
Uno de los chicos era muy alto y muy delgado, con una mata de pelo castaño; el otro era un muchacho que llevaba pantalones cortos muy anchos y una camiseta descolorida de 50 Cent; la tercera era una chica guapa con un relámpago en una mejilla. Era una calcomanía, no un tatuaje, le daba un aire de cierto desparpajo. Barbie se dio cuenta de que si le decía que parecía la versión de instituto de Joan Jett, la chica no sabría a quién se refería.
– Norrie Calvert -dijo Julia, poniendo una mano en el hombro a la
– Pero yo no quería que nadie resultara herido -se apresuró a decir Joe.
– Tú no tuviste la culpa de que algunas personas acabaran en el hospital -dijo Barbie-. Así que no te preocupes por eso.
– ¿Es usted el gran lunático? -preguntó Benny, mientras lo miraba.
Barbie se rió.
– No -respondió-. Ni tan siquiera intentaré serlo, a menos que me vea obligado a ello.
– Pero conoce a los soldados que hay ahí fuera, ¿verdad? -preguntó Norrie.
– Bueno, no personalmente. Ellos son marines y yo serví en el ejército.
– Aún perteneces al ejército, según el coronel Cox -dijo Julia, que lucía su impasible sonrisita pero cuyos ojos centelleaban con emoción-. ¿Podemos hablar contigo? El joven señor McClatchey ha tenido una idea, y creo que es genial. Si funciona.
– Funcionará -afirmó Joe-. En cuestiones de informática, soy el put… soy el gran lunático.
– Pasad a mi despacho -dijo Barbie, que los acompañó a la barra.
12
Era un plan genial, sin duda, pero ya eran las diez y media, y si iban a lanzar el misil, debían apresurarse. Se volvió hacia Julia.
– ¿Tienes el móv…?
Julia se lo puso en la palma de la mano antes de que Barbie acabara la pregunta.
– El número de Cox está en la agenda.
– Muy bien. Ahora solo me falta saber cómo se accede a la agenda.
Joe cogió el teléfono.
– ¿De dónde has salido, de la Edad Media?
– ¡Sí! -respondió Barbie-. Cuando había caballeros audaces y las damiselas no llevaban ropa interior.
Norrie soltó una carcajada, levantó su pequeño puño y Barbie chocó el suyo.
Joe apretó unos cuantos botones del minúsculo teclado. Escuchó y le pasó el teléfono a Barbie.
Cox debía de estar esperando sentado con una mano sobre el teléfono, porque ya había respondido cuando Barbie se puso el móvil de Julia al oído.
– ¿Qué tal va, coronel? -preguntó Cox.
– En general, bien.
– No está mal.
– Imagino que la situación seguirá bien hasta que el misil rebote en la Cúpula o la atraviese y cause grandes daños en los bosques y granjas que hay de nuestro lado. Algo que sería muy bien recibido por los habitantes de Chester's Mills. ¿Qué dicen sus muchachos?
– No mucho. Nadie se atreve a hacer predicciones.
– Pues no es eso lo que hemos oído en la televisión.
– No tengo tiempo para estar al tanto de lo que dicen los periodistas. -Barbie notó un dejo de desdén-. Tenemos esperanzas. Esperemos que no nos salga el tiro por la culata. Perdón por el juego de palabras.
Julia no paraba de abrir y cerrar las manos para que Barbie fuera al grano.
– Coronel Cox, estoy sentado aquí con cuatro amigos. Uno de ellos es un joven que se llama Joe McClatchey y que ha tenido una idea bastante buena. Le voy a pasar el teléfono ahora mismo…
Joe negó con la cabeza con tanta fuerza que se le alborotó el pelo, pero Barbie no le hizo caso.
– … para que se la explique.
Y le dio el móvil a Joe.
– Habla -le dijo.
– Pero…
– No discutas con el gran lunático, hijo. Habla.
Así lo hizo Joe, al principio tímidamente, con muchos «ah», «hum» y «ya sabe», pero a medida que se fue sintiendo más seguro, se expresó con mayor fluidez. Entonces escuchó. Al cabo de un instante sonrió. Y poco después dijo:
– ¡Sí, señor! ¡Gracias, señor! -Y le devolvió el teléfono a Barbie-. ¡Es increíble, van a intentar aumentar nuestra conexión wifi antes de que disparen el misil! ¡Dios, esto es la hostia! -Julia lo agarró del brazo y Joe dijo-: Perdón, señorita Shumway, quería decir una pasada.
– Ahora da igual, ¿crees que puedes montarlo todo?
– ¿Me toma el pelo? Ningún problema.
– ¿Coronel Cox? -dijo Barbie-. ¿Es cierto lo del wifi?
– No podemos impedir que ustedes intenten algo por su cuenta -respondió Cox-. Creo que fue usted quien me lo dijo en primer lugar. De modo que lo mejor será que les ayudemos. Tendrán la conexión a internet más rápida del mundo, por lo menos durante el día de hoy. Tienen ahí a un muchacho muy inteligente, por cierto.
– Sí, señor, comparto su opinión -dijo Barbie, que le hizo un gesto de aprobación con el pulgar a Joe. El chico estaba radiante de felicidad.
Cox añadió: