Desde la boca de la callejuela tenían una buena vista del
– Tendría que haberle pegado un tiro -masculló Junior.
– ¿Qué? -preguntó Carter.
– Nada. -Se pasó una mano por la frente-. Que hace calor.
– Sí. Frankie dice que si esto sigue así terminaremos estofados como ciruelas. ¿Cuándo se supone que tenemos que hacerlo?
Junior se encogió de hombros con irritación. Su padre se lo había dicho, pero no se acordaba muy bien. A las diez en punto, tal vez. Pero ¿qué importaba? Por él, que ardieran aquellos dos allí dentro. Y si la puta del periódico estaba en el piso de arriba (quién sabe si relajándose con su consolador preferido después de un duro día), que ardiera ella también. Más problemas para Baaarbie.
– Hagámoslo ahora -dijo.
– ¿Estás seguro, hermano?
– ¿Ves a alguien en la calle?
Carter miró. Main Street estaba desierta y casi toda ella a oscuras. Los únicos generadores que se oían eran los de detrás de las oficinas del periódico y del Drugstore. Se encogió de hombros.
– Está bien. ¿Por qué no?
Junior desató las hebillas de la mochila y levantó la solapa superior. Arriba había dos pares de guantes finos. Le dio a Carter un par y él se puso el otro. Debajo había un bulto envuelto en una toalla de baño. Lo desenvolvió y dejó cuatro botellas de vino vacías sobre el asfalto parcheado. En el fondo de la mochila había un embudo de hojalata. Junior lo puso en una de las botellas de vino y fue por la gasolina.
– Mejor déjame que lo haga yo, hermano -dijo Carter-. A ti te tiemblan las manos.
Junior se las miró con sorpresa. No se sentía tembloroso, pero sí, le temblaban.
– No tengo miedo, por si es lo que estás pensando.
– Yo no he dicho eso. Es un problema de cabeza. Cualquiera se daría cuenta. Tienes que ir a que te vea Everett; a ti te pasa algo y él es lo más parecido a un médico que tenemos ahora mismo.
– Estoy bi…
– Calla antes de que te oiga alguien. Tú ocúpate de la puta toalla mientras yo hago esto.
Junior sacó la pistola de la funda y le disparó a Carter en un ojo. La cabeza explotó, sangre y sesos por todas partes. Después Junior se irguió por encima de él y volvió a dispararle una y otra vez, y otra vez, y otra y…
– ¿Junes?
Junior sacudió la cabeza para borrar esa visión (tan realista que había sido casi una alucinación) y se dio cuenta de que incluso tenía la mano cerrada sobre la culata de la pistola. Tal vez todavía no había acabado de expulsar ese virus de su organismo.
Quizá al final resultaba que no era un virus.
El aromático olor de la gasolina le golpeó en los orificios nasales con tanta fuerza que le escocieron los ojos. Carter había empezado a llenar la primera botella. Glugluglú, hacía la lata de gasolina. Junior abrió la cremallera de un bolsillo lateral de la mochila y sacó un par de tijeras de costura de su madre. Las utilizó para cortar cuatro jirones de la toalla. Metió uno de ellos en la primera botella, después tiró de él, lo sacó y volvió a meter el otro extremo, dejando colgar toda una tira de tela de toalla empapada en gasolina. Repitió el proceso con las demás botellas.
Las manos no le temblaban demasiado para eso.
21
El coronel Cox de Barbie había cambiado desde la última vez que Julia lo había visto. Iba muy bien afeitado para ser casi las nueve y media y se había peinado, pero los pantalones de soldado habían perdido su pulcro planchado y esa noche su chaqueta de popelín parecía hacerle bolsas, como si hubiera perdido peso. Estaba de pie delante de unos cuantos manchones de pintura de spray que habían quedado del experimento fallido con el ácido; miraba con el ceño fruncido esa forma de corchete, como si pensara que si se concentrase lo suficiente podría atravesarla andando.