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– La policía tiene walkie-talkies -dijo Julia-. Se pasarían a ese sistema. Y en la asamblea del jueves por la noche, cuando la gente se queje de que han perdido la comunicación con el mundo exterior, él te echará a ti la culpa.

– Estábamos preparando una rueda de prensa para el viernes. Podría borrarla del mapa.

Julia se quedó helada solo con pensarlo.

– Ni te atrevas. Entonces no tendría que dar explicaciones ante el mundo exterior.

– Además -dijo Rose-, si nos deja sin teléfono y sin internet, nadie podrá contarle a usted ni a nadie más lo que Rennie está haciendo.

Cox guardó silencio un momento, mirando al suelo. Después levantó la cabeza.

– ¿Qué hay de ese hipotético generador que mantiene la Cúpula activa? ¿Ha habido suerte?

Julia no estaba segura de querer explicarle a Cox que habían encomendado a un alumno de la escuela de secundaria la tarea de buscarlo. Pero resultó que no tuvo que decírselo, porque fue entonces cuando se disparó la alarma de incendios del pueblo.

22

Pete Freeman dejó caer la última pila de periódicos junto a la puerta. Después se enderezó, apoyó las manos en la parte baja de la espalda y estiró la columna. Tony Guay oyó el crujido desde la otra punta de la sala.

– Eso ha sonado a que ha tenido que doler.

– Pues no, sienta muy bien.

– Mi mujer ya estará en el sobre -dijo Tony-, y tengo una botella escondida en el garaje. ¿Te apetece venir a echar un trago de camino a casa?

– No, creo que me iré… -empezó a decir Pete, y ahí fue cuando la primera botella atravesó el cristal de la ventana. Vio la mecha llameante con el rabillo del ojo y dio un paso hacia atrás. Solo uno, pero ese paso lo salvó de sufrir graves quemaduras, tal vez de arder vivo.

Tanto la ventana como la botella se rompieron. La gasolina se inflamó y ardió formando una manta brillante. Pete se agachó y giró al mismo tiempo. La manta de fuego le pasó volando por encima y prendió una manga de su camisa antes de aterrizar en la moqueta, delante del escritorio de Julia.

– ¡¡Qué cojo…!! -empezó a decir Tony, pero entonces otra botella entró con una trayectoria parabólica por el mismo agujero. Esta cayó en el escritorio de Julia y rodó sobre él, esparciendo fuego entre los papeles que había desperdigados por allí y vertiendo más fuego aún en el suelo por la parte de delante. El olor a gasolina ardiendo era intenso y abrasador.

Pete corrió hacia la garrafa de agua fría que había en un rincón mientras se golpeaba la manga de la camisa contra el costado. Levantó la garrafa con torpeza, apoyándola contra sí, y luego puso la camisa en llamas (sentía el brazo que recubría esa manga como si se lo hubiera quemado tomando el sol) bajo el caño de la garrafa.

Otro cóctel molotov levantó el vuelo en la noche. Cayó enseguida y se estrelló en la acera, donde encendió una pequeña hoguera sobre el cemento. Unos zarcillos de gasolina en llamas fluyeron hasta la alcantarilla y se extinguieron.

– ¡Vierte el agua en la moqueta! -gritó Tony-. ¡Viértela antes de que todo arda!

Pete no hacía más que mirarlo, boquiabierto y sin aliento. La garrafa de la fuente seguía derramando agua en una parte de la moqueta que, por desgracia, no necesitaba que la mojaran.

Aunque como reportero de deportes nunca pasaría de informar sobre partidos universitarios, Tony Guay había sido un premiado deportista en el instituto. Diez años después, sus reflejos seguían prácticamente intactos. Le arrebató a Pete la garrafa, de la que seguía saliendo agua, y la sostuvo primero sobre el escritorio de Julia y después sobre las llamas de la moqueta. El fuego ya se estaba extendiendo, pero a lo mejor… si se daba prisa… y si en el pasillo del armario de suministros hubiera una o dos garrafas más…

– ¡Más! -le gritó a Pete, que no dejaba de mirarse como hipnotizado los restos humeantes de la manga de la camisa-. ¡En el pasillo!

Al principio Pete no pareció entenderle, pero de pronto lo captó y salió disparado hacia allí. Tony fue rodeando el escritorio de Julia, vertiendo el último par de vasos de agua sobre las llamas, intentando cerrarles el paso ahí.

Entonces el molotov definitivo entró volando desde la oscuridad, y ese fue el que de verdad hizo daño. Impacto directamente sobra las pilas de periódicos que los dos hombres habían dejado junto a la puerta principal. La gasolina encendida se coló bajo el zócalo de la pared delantera de las oficinas y el fuego saltó hacia arriba. Vista a través de las llamas, Main Street era un espejismo tembloroso. Más allá de ese espejismo, al otro lado de la calle, Tony creyó entrever dos figuras. El creciente calor hacía que pareciera que estaban bailando.

– ¡LIBERAD A DALE BARBARA O ESTO NO SERÁ MÁS QUE EL PRINCIPIO! -vociferó una voz amplificada-. ¡SOMOS MUCHOS, Y ACRIBILLAREMOS TODO ESTE PUTO PUEBLO CON BOMBAS INCENDIARIAS! ¡LIBERAD A DALE BARBARA O PAGAD EL PRECIO!

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