Habían ido en su coche (con los faros apagados) hasta el cruce en el que West Street desembocaba en la carretera 117. El edificio que se erguía allí era una gasolinera Texaco que había cerrado en 2007. Estaba cerca de la ciudad pero ofrecía un buen lugar para esconderse, lo cual les resultaba muy conveniente. En el lugar del que venían, la alarma de incendios aullaba como una energúmena y las primeras luces del incendio, de un tono más rosado que naranja, ascendían ya por el cielo.
– ¿Eh? -Junior estaba mirando el creciente fulgor. Lo ponía cachondo. Hacía que deseara seguir teniendo novia.
– Te he preguntado que adónde irás. Tu padre ha dicho que busquemos una coartada.
– He dejado la unidad Dos detrás de correos -dijo Junior, apartando la mirada del fuego muy a desgana-. Freddy Denton y yo estábamos juntos. Y él dirá que hemos estado juntos. Toda la noche. Puedo atajar desde aquí. A lo mejor vuelvo por West Street. Iré a ver cómo tira el fuego. -Profirió una risilla muy aguda, una risilla casi de chica que hizo que Carter lo mirara extrañado.
– No te quedes demasiado tiempo. A los pirómanos siempre los atrapan porque vuelven a contemplar sus incendios. Lo he visto en
– El único que se va a comer el marrón por todo esto va a ser Baaarbie -dijo Junior-. ¿Y tú qué vas a hacer? ¿Adónde irás?
– A casa. Mi madre dirá que he estado allí toda la noche. Le pediré que me cambie el vendaje del hombro… el mordisco del puto perro duele un huevo. Me tomaré una aspirina. Después me acercaré al centro, a ayudar con el fuego.
– En el Centro de Salud y en el hospital tienen cosas más fuertes que la aspirina. Y en el Drugstore también. Tendríamos que ir a echar un vistazo.
– Claro que sí -dijo Carter.
– O… ¿te va el cristal? Creo que puedo conseguir un poco.
– ¿Metanfetamina? Yo de eso no me meto. Pero no me importaría pillar un poco de Oxy.
– ¡Oxy! -exclamó Junior. ¿Cómo es que nunca se le había ocurrido? Seguramente eso le iría mucho mejor para el dolor de cabeza que el Zomig o el Imitrex-. ¡Sí, hermano! ¡Buena idea!
Levantó el puño. Carter lo hizo chocar con el suyo, pero no tenía ninguna intención de ir a colocarse con Junior. El hijo de Big Jim estaba muy raro.
– Será mejor que vayas tirando, Junes.
– Sí, me piro. -Junior abrió la puerta y se alejó, todavía cojeaba un poco.
Carter se sorprendió de lo aliviado que se sintió al ver desaparecer a su amigo.
26
Barbie se despertó con el sonido de la alarma de incendios y vio a Melvin Searles de pie frente a la puerta de su celda. El chico se había desabrochado la bragueta y sostenía su enorme polla en la mano. Al ver que gozaba de la atención de Barbie, empezó a mear. Estaba claro que su objetivo era alcanzar el camastro. No acababa de conseguirlo, así que se conformó con dibujar una S de salpicaduras en el suelo de cemento.
– Venga, Barbie, bebe -dijo-. Debes de tener mucha sed. Está un poco salado, pero qué cojones…
– ¿Qué se quema?
– Como si no lo supieras -dijo Mel, sonriendo. Todavía estaba pálido (debía de haber perdido bastante sangre), pero tenía el vendaje de la cabeza seco y sin una mancha.
– Haz como si no.
– Tus amigos han incendiado el periódico -dijo Mel, y esta vez su sonrisa le enseñó los dientes. Barbie se dio cuenta de que estaba furioso. Y también asustado-. Intentan darnos miedo para que te dejemos salir de aquí. Pero nosotros… no… tenemos… miedo.
– ¿Por qué iba a incendiar yo el periódico? ¿Por qué no el ayuntamiento? Y ¿quiénes se supone que son esos amigos míos?
Mel estaba guardándose otra vez la polla bajo los pantalones.
– Mañana no pasarás sed, Barbie. No te preocupes por eso. Tenemos un cubo lleno de agua que lleva escrito tu nombre y una esponja a juego.
Barbie permaneció callado.
– ¿Viste hacer la técnica del submarino en Iraq? -Mel asintió como si supiera que Barbie sí lo había visto-. Ahora podrás experimentarlo en primera persona. -Lo señaló con un dedo por entre los barrotes-. Vamos a descubrir quiénes son tus cómplices, capullo. Y vamos a descubrir qué has hecho para dejar encerrado a este pueblo. Nadie es capaz de soportar esa mierda del submarino.
Hizo como que se iba, pero de repente se volvió de nuevo.
– Y nada de agua dulce, no creas. Salada. A primera hora. Piensa en ello.
Mel se marchó con pasos pesados y la cabeza vendada agachada. Barbie se sentó en el camastro, miró la serpiente que había dibujado en el suelo la orina de Mel, secándose ya, y escuchó la alarma de incendios. Pensó en la chica de la furgoneta. La rubita que estuvo a punto de llevarlo pero que luego cambió de opinión. Cerró los ojos.
CENIZAS
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