– Está retirado. ¿Puede dar con él? Llévese el teléfono móvil. Le daré un número al que puede llamar. Tendrá línea.
– ¿Por qué yo, coronel Cox? ¿Por qué no ha llamado a la comisaría de policía? ¿O a alguno de los concejales de la ciudad? Creo que los tres están aquí.
– Ni siquiera lo he intentado. Crecí en una ciudad pequeña, señorita Shumway…
– Bravo por usted.
– … y, según mi experiencia, los políticos municipales saben un poco, los policías municipales saben mucho, y el director del periódico local lo sabe todo.
Eso la hizo reír aun a su pesar.
– ¿Por qué molestarse en llamar cuando pueden verse cara a cara? Conmigo como acompañante, por supuesto. Iba de camino a mi lado de la barrera… de hecho estaba saliendo cuando usted ha llamado. Iré a buscar a Barbie…
– Todavía se hace llamar así, ¿eh? -Cox parecía desconcertado.
– Iré a buscarlo y lo traeré conmigo. Podemos organizar una mini rueda de prensa.
– No estoy en Maine. Estoy en Washington, D. C., con los jefes del Estado Mayor.
– ¿Se supone que eso debe impresionarme? -Aunque sí lo había conseguido, un poco.
– Señorita Shumway, estoy muy ocupado, y seguramente usted también. Así que, con el fin de resolver este asunto…
– ¿Cree usted que es posible?
– Déjelo ya -dijo el hombre-. Es indudable que usted es más reportera que directora de periódico, y estoy seguro de que hacer preguntas es algo que le sale de forma natural, pero aquí el tiempo es un factor importante. ¿Puede hacer lo que le pido?
– Puedo. Pero, si quiere hablar con él, tendrá que aguantarme también a mí. Saldremos por la 119 y le llamaremos desde allí.
– No -dijo él.
– Muy bien -repuso ella en tono amable-. Ha sido muy agradable hablar con usted, coronel C…
– Déjeme terminar. Su lado de la carretera 119 está completamente HEPMI. Eso significa…
– «Hecho Una Puta Mierda», conozco la expresión, coronel, solía leer a Tom Clancy. ¿Qué quiere decir exactamente con eso respecto de la 119?
– Quiero decir que parece, y perdone la vulgaridad, parece la inauguración de un burdel con barra libre. La mitad de sus vecinos han aparcado los coches y las camionetas a ambos lados de la carretera y en los pastos de no sé qué granjero de ganado lechero.
Julia dejó la cámara en el suelo, sacó un bloc de notas del bolsillo de su abrigo y garabateó «Cor. James O. Cox» y «Parece inauguración de burdel c. barra libre». Después añadió «¿Granja Dinsmore?». Sí, seguramente el coronel se refería a las tierras de Alden Dinsmore.
– Está bien -dijo-, ¿qué sugiere?
– Bueno, no puedo evitar que venga, en eso tiene usted toda la razón. -Suspiró, un sonido que parecía dar a entender que el mundo era injusto-. Y no puedo evitar que mañana publique lo que quiera en su periódico, aunque no sé si importa, ya que nadie de fuera de Chester's Mills lo va a leer.
Julia dejó de sonreír.
– ¿Le importaría explicarme eso?
– Pues la verdad es que sí, ya lo descubrirá por sí misma. Sugiero que, si quiere ver la barrera, aunque en realidad no pueda verla, como estoy seguro de que ya le habrán contado, lleve al capitán Barbara al lugar en que la Carretera Municipal Número Tres está cortada. ¿Conoce la Carretera Municipal Número Tres?
Por un momento creyó que no. Después se dio cuenta de a cuál se refería y se echó a reír.
– ¿He dicho algo gracioso, señorita Shumway?
– En Mills, la gente la llama Little Bitch o «la Pequeña Zorra». En época de barrizales es una auténtica porquería.
– Muy pintoresco.
– Si lo he pillado, no habrá multitudes en Little Bitch.
– Ahora mismo, ni un alma.
– Está bien. -Se guardó el bloc en el bolsillo y recogió la cámara. Horace seguía aguardando pacientemente junto a la puerta.
– Bueno. ¿Cuándo puedo esperar su llamada? ¿O, mejor dicho, la llamada de Barbie con su móvil?
Julia consultó el reloj y vio que acababan de dar las diez. Por el amor de Dios, ¿cómo se había hecho tan tarde tan pronto?
– Estaremos allí a eso de las diez y media, suponiendo que logre encontrarlo. Creo que sí.
– Eso está bien. Dígale que Ken le envía un saludo. Es una…
– Una broma, sí, ya lo pillo. ¿Habrá alguien esperándonos?
Se produjo una pausa. Cuando el coronel volvió a hablar, ella percibió su renuencia.
– Habrá luces, y una guardia, y soldados montando un control de carretera, pero han recibido instrucciones de que no hablen con los vecinos.
– ¿De que no hablen con…? ¿Por qué? Por el amor de Dios, ¿por qué?
– Si esta situación no se resuelve, señorita Shumway, comprenderá enseguida todas esas cosas. La mayoría las comprenderá por sí misma… parece usted una mujer muy inteligente.
– ¡Pues muchísimas gracias pero que le den, coronel! -espetó, molesta. En la puerta, Horace irguió las orejas.
Cox rió, una carcajada en absoluto ofendida.
– Sí, señorita, la recibo alto y claro. ¿A las diez y media?
Estuvo tentada de decirle que no, pero por supuesto que no iba a hacerlo.
– A las diez y media. Suponiendo que logre pescarlo. ¿Le puedo llamar yo?
– O usted o él, pero es con él con quien tengo que hablar. Estaré esperando con una mano sobre el teléfono.