– Pues deme el número mágico. -Sujetó el teléfono contra la oreja y volvió a rebuscar el bloc de notas. Por supuesto, siempre volvía a necesitarlo cuando ya lo había guardado; era uno de los grandes misterios de la vida de los reporteros, como lo era ella en ese momento. Otra vez. El número que le dio la asustó más que nada de lo que le había dicho. El prefijo era 000.
– Una cosa más, señorita Shumway. ¿Lleva marcapasos? ¿Audífonos? ¿Algo de esas características?
– No. ¿Por qué?
Pensó que el coronel a lo mejor volvía a negarse a responder, pero no lo hizo.
– Cuando se está cerca de la Cúpula, se produce una especie de interferencia. No es perjudicial para la mayoría de la gente, solo se siente como una descarga eléctrica de bajo voltaje que desaparece pasados uno o dos segundos, pero hace estragos con los aparatos eléctricos. Algunos aparatos se paran (la mayoría de teléfonos móviles, por ejemplo, si se acercan a menos de metro y medio aproximadamente) y otros explotan. Si lleva una grabadora, no funcionará. Si lleva un iPod o algo sofisticado, como una BlackBerry, es probable que explote.
– ¿Ha explotado el marcapasos del jefe Perkins? ¿Ha sido eso lo que lo ha matado?
– A las diez y media. Lleve a Barbie y no se olvide de decirle que Ken le envía un saludo.
Cortó la comunicación, dejando a Julia de pie junto a su perro, en silencio. Intentó llamar a su hermana a Lewiston. Sonaron los tonos de marcado… luego nada. Silencio absoluto, igual que antes.
5
Barbie se había quitado la camisa y estaba sentado en la cama desatándose las zapatillas cuando oyó los golpes en la puerta a la que se llegaba subiendo un tramo exterior de escaleras ubicado en un lateral del Drugstore de Sanders. Esos golpes no eran bien recibidos. Se había pasado casi todo el día caminando, después se había puesto un delantal y había cocinado durante casi toda la tarde. Estaba molido.
¿Y si era Junior con unos cuantos amigos dispuestos a darle una fiesta de bienvenida? Podría decirse que era improbable, incluso un pensamiento paranoico, pero el día había sido un festival de improbabilidades. Además, Junior, Frank DeLesseps y el resto de su pequeña banda eran de los pocos a quienes no había visto esa tarde en el Sweetbriar. Suponía que debían de estar en la 119 o en la 117, fisgoneando, pero a lo mejor alguien les había dicho que Barbie se encontraba de vuelta en la ciudad y habían hecho planes para esa misma noche. Para ese mismo momento.
Volvieron a llamar. Barbie se levantó y puso una mano en la tele portátil. No era una gran arma, pero algo de daño haría si se la tiraba al primero que intentara colarse por la puerta. Había una barra de armario de madera, pero las tres habitaciones eran pequeñas y la barra era demasiado larga para manejarla con eficacia. También tenía su navaja del ejército suizo, pero no iba a cortar a nadie. No, a menos que tuv…
– ¿Barbara? -Era una voz de mujer-. ¿Barbie? ¿Estás ahí?
Apartó la mano de la tele y cruzó la cocina americana.
– ¿Quién es? -Pero mientras lo preguntaba reconoció la voz.
– Julia Shumway. Traigo un mensaje de alguien que quiere hablar contigo. Me ha dicho que te diga que Ken te envía un saludo.
Barbie abrió la puerta y la dejó pasar.
6
En la sala de plenos revestida de pino del sótano del ayuntamiento de Chester's Mills, el rugido del generador de la parte de atrás (un viejo Kelvinator) no era más que un débil zumbido. La mesa del centro de la sala era de hermoso arce rojo, pulido hasta conseguir un brillo intenso, de tres metros y medio de largo. Esa noche, la mayoría de las sillas que había alrededor estaban vacías. Los cuatro asistentes a lo que Big Jim había bautizado como Reunión de Valoración del Estado de Emergencia se agrupaban a un extremo. Big Jim, aunque no era más que el segundo concejal, ocupaba la cabecera de la mesa. Detrás de él había un mapa en el que se veía la forma de calcetín de deporte que tenía el pueblo.
Los presentes eran los concejales y Peter Randolph, jefe de policía en funciones. El único que tenía el aspecto de estar del todo despierto era Rennie. Randolph parecía aturdido y asustado. Andy Sanders estaba, por supuesto, conmocionado por su pérdida. Y Andrea Grinnell -una versión canosa y obesa de su hermana pequeña, Rose- simplemente parecía atontada. Eso no era nuevo.