El joven médico asintió con la cabeza y consultó sus anotaciones.
– ¿Está fuera de peligro? -preguntó Clarke.
– Ni mucho menos. Por la mañana haremos otra exploración. Sigue inconsciente, pero hay suficiente actividad cerebral para que sobreviva -hizo una pausa, como pensando si ampliar algo más la información-. Cuando el cráneo recibe un formidable impacto el cerebro se desconecta automáticamente para protegerse, o al menos reducir las posibilidades de lesión. A veces el problema que se nos plantea es cómo volverlo a conectar.
– ¿Como si se reiniciara un ordenador? -aventuró Clarke. El médico no hizo ninguna objeción.
– Y de momento es muy pronto para saber si su tío tiene alguna lesión. No hemos detectado coágulos, pero mañana tendremos más datos.
– No es mi tío -replicó Clarke con cara de pocos amigos, pero Rebus le dio unos golpecitos en el brazo.
– Está muy afectada -dijo él al médico. Y al ver que ella se apartaba, le preguntó-: ¿Le golpearon fuerte con un objeto?
– Dos o tres veces, probablemente -contestó el médico.
– ¿Por detrás?
El médico comenzaba a mostrarse incómodo ante las preguntas.
– El golpe es en la nuca, efectivamente.
Rebus miró a Siobhan Clarke. A Alexander Todorov también le habían golpeado con fuerza por detrás, con bastante fuerza para matarle.
– ¿Podemos verle ahora? -preguntó Rebus.
– Ya le digo que está inconsciente.
– Pero de todos modos… -el médico mostró cierta inquietud-. ¿Hay algún inconveniente? -insistió Rebus.
– Escuche, me han comentado quién es el señor Cafferty… y sé que es muy conocido en Edimburgo.
– ¿Y? -inquirió Rebus.
El médico se humedeció los labios con la lengua.
– Pues que, usted, su hermano… me acosa a preguntas, y… por favor, no vaya a ir a por el que lo hizo -dijo, pero lo atemperó de inmediato con una disculpa y una sonrisa desmayada-: Ya están suficientemente llenas las salas.
– Sólo queremos verle -dijo Rebus, dando unos golpecitos en el brazo al médico para conferir mayor peso a sus palabras.
– Veré lo que puedo hacer. Esperen aquí, por favor.
Rebus volvió a sentarse y vieron al médico alejarse y cruzar las puertas batientes. Al cesar el movimiento de éstas vio una cara tras el cristal de una de las portillas.
– ¡Dios! -exclamó Rebus para prevenir a Clarke de la presencia de los recién llegados: el inspector Calum Stone y el sargento Andy Prosser-. Ahora cuéntales toda la verdad, Shiv. Si no, lo haré yo.
Siobhan Clarke asintió con la cabeza.
– Vaya, vaya -dijo Stone caminando tranquilamente hacia ellos con las manos en los bolsillos-. ¿Qué hace usted aquí, inspector Rebus?
– Creo que lo mismo que usted -respondió él levantándose.
– Bien, así estamos todos -prosiguió Stone, balanceándose sobre los talones-. Usted a comprobar si aún le late el pulso a la víctima y nosotros a ver si varios miles de horas de trabajo se han ido al garete.
– Es una lástima que levantaran la vigilancia -comentó Rebus. Stone se puso rojo de cólera.
– ¡Porque usted pidió una cita! -exclamó señalando con el dedo a Clarke-. Y mandó a su novia que nos dijera que fuéramos a Granton.
– No lo niego -dijo Rebus despacio-. Yo ordené a la sargento Clarke que hiciera la llamada.
– ¿Y por qué? -inquirió Stone taladrando a Rebus con la mirada.
– Cafferty quería verme. No me dijo para qué, pero no quería que anduvieran rondando por allí.
– ¿Por qué no?
– Porque yo habría tratado de localizar su escondite y Cafferty se habría dado cuenta. Tiene una buena antena.
– No tan buena como para evitar que le aporrearan -añadió Prosser.
Rebus no rebatió sus palabras.
– Voy a decirles lo que le dije a la sargento Clarke -prosiguió-: Si hubiera pensado en agredir a Cafferty, ¿qué sentido tendría decirle a nadie que íbamos a vernos? O alguien me ha tendido una trampa o se trata de una casualidad.
– ¿Una casualidad?
Rebus se encogió de hombros.
– Alguien planeó atacarle y coincidió con las circunstancias…
Stone se volvió hacia su compañero.
– ¿Tú te lo crees, Andy? -Prosser negó con la cabeza y Stone se volvió hacia Rebus-. Andy no se lo cree y yo tampoco. Quería a Cafferty para usted solo y no soportaba la idea de que nosotros le pescáramos. Se le echa encima la jubilación y está desesperado. Fue a hablar con él, sucedió algo y se le fue la mano. A continuación queda inconsciente y usted se encuentra metido en un lío.
– Sólo que no ocurrió eso.
– ¿Y qué es lo que ocurrió?
– Hablamos y nos separamos, volví a casa y no salí.
– ¿Tan urgente era el asunto que tenía que verle?
– No mucho, la verdad.
Prosser lanzó un leve resoplido de incredulidad, mientras Stone contenía la risa.
– Rebus, ¿sabe que ese canal, en lo que a usted respecta, no es un canal?
– ¿Qué, si no?
– Un arroyo de mierda -replicó Stone sonriente.
Rebus se volvió hacia Clarke.
– Y dicen que el vodevil ha muerto -comentó.
– No ha muerto -añadió ella, como si él lo hubiera esperado-. Pero huele chungo.
Stone dirigió un dedo hacia ella.
– ¡No se piense que a usted no le salpica, sargento Clarke!
– Ya le he dicho que toda la responsabilidad es mía -le interrumpió Rebus.