– Habrase visto -dijo Stone entre dientes-. Lo que menos debía hacer en este momento es tratar de darle una coartada a su novia.
– Yo no soy su novia -replicó Clarke ruborizada.
– Pues será su boba, que es casi peor.
– Stone -refunfuñó Rebus-, le juro por Dios que voy a… -sin concluir la frase comenzó a apretar los puños.
– Lo único que va a hacer, Rebus, es una declaración y rogar al cielo que haya un abogado lo bastante desesperado para encargarse de su defensa.
– Calum -terció Prosser, previniendo a su colega-, ese cabrón va a sacudirte un puñetazo…
Prosser avanzó dispuesto a propinarlo él antes, pero los cuatro se quedaron inmóviles al ver que se abrían las puertas batientes y una enfermera les miraba aturdida. Rebus habría deseado que permaneciera muda, pero ella, dirigiéndose a él, dijo:
– Señor Cafferty, si ha terminado de hablar, puede pasar ahora a ver a su hermano.
OCTAVO DÍA
Viernes, 24 de noviembre de 2006
Capítulo 35
El insistente zumbido del portero automático despertó a Rebus por la mañana. Se dio la vuelta en la cama y miró el reloj: aún no eran las siete, todavía era de noche y faltaban unos minutos para que el automático conectara la calefacción central. Hacía frío en la habitación y el suelo del pasillo absorbía el calor de la planta de sus pies en el camino hacia el intercomunicador junto a la puerta.
– Que no sea algo malo -graznó.
– Depende de tu punto de vista -Rebus reconoció la voz pero no acababa de saber a quién pertenecía-. Vamos, John; soy Shug Davidson.
– Te levantas con la alondra, Shug.
– No me he acostado.
– Es muy temprano para hacer visitas.
– ¿Verdad? Bueno, ¿me abres o qué?
El dedo de Rebus permanecía indeciso sobre el botón del intercomunicador. Sabía que si lo apretaba todo su mundo comenzaría a cambiar, y probablemente para peor. Pero ¿qué alternativa había?
Pulsó el botón.
El inspector Shug Davidson era un buen chico. En el Cuerpo existía el convencimiento de que el género humano se dividía en dos grupos bien diferenciados: los buenos y los malos chicos. Era concienzudo y pragmático, humano y simpático; pero aquella mañana la expresión de su rostro era seria, lo que sólo en parte podía atribuirse a falta de sueño. Le acompañaba un agente de uniforme.
Rebus había dejado la puerta abierta al retirarse al dormitorio para ponerse algo, y desde allí dijo a voces a Davidson que se preparara té si le apetecía. Pero Davidson y el agente uniformado se contentaron con aguardar en el pasillo, y Rebus tuvo que pasar rozándolos camino del cuarto de baño. Se cepilló los dientes con más minuciosidad que de costumbre, se miró en el espejo y siguió contemplándose mientras se secaba la boca. Cruzó el pasillo diciendo «
– ¿Debo entender -dijo mientras se hacía las lazadas de los cordones-, que la comisaría del West End requiere mis dotes de policía?
– Stone nos ha contado lo de tu cita con Cafferty -dijo Davidson-. Y Siobhan mencionó lo de la colilla. Pero no es lo único que se ha recogido en el canal…
– ¿Ah, no?
– Encontramos un protector de plástico para zapatos, John. Y parece que tiene restos de sangre.
– ¿De esos que se ponen los de la Científica?
– Sí de los que utiliza la Científica; pero también nosotros.
Rebus asintió despacio con la cabeza.
– Yo llevo algunos en el maletero del Saab -dijo.
– Yo los llevo en la guantera del Volkswagen.
– Es donde deben llevarse, pensándolo bien -finalmente Rebus quedó satisfecho de las lazadas, se puso en pie y miró a Davidson a la cara-. ¿Soy sospechoso, Shug?
– Con un interrogatorio nos quedaremos todos tranquilos.
– Encantado de colaborar, inspector Davidson.
Había alguna cosa más que hacer antes de marcharse: encontrar las llaves y el móvil y coger un abrigo. Ya estaba. Rebus cerró la puerta con llave y siguió a Davidson escaleras abajo con el agente uniformado a la zaga.
– ¿Te has enterado de lo de ese pobre desgraciado en Londres?
– ¿Litvinenko?
– Acaba de morir. Han descartado el talio, o lo que sea…