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De pronto advirtió algo en un rincón: una vieja caja de caudales con cerradura de combinación, de color verde grisáceo y fabricada en Kentucky. Se acercó y no le extrañó que estuviera cerrada. La única combinación que se le ocurría probar era la de la fecha de cumpleaños de Cafferty. Dieciocho, diez, cuarenta y seis. Tiró de la manivela y la puerta se abrió.
Se agasajó con una sonrisa. No sabía por qué recordaba aquellas cifras, pero de algo le había servido.
En el interior había dos cajas de munición del calibre nueve milímetros, cuatro gruesos fajos de billetes de cincuenta y de veinte libras, libros de contabilidad, discos de ordenador y un joyero con los collares y pendientes de la difunta esposa. Rebus cogió el pasaporte de Cafferty y lo hojeó: ningún viaje a Rusia. Un certificado de nacimiento de Cafferty y los certificados de defunción de la esposa y el hijo. En el certificado de matrimonio, expedido en Edimburgo, constaba que Cafferty se había casado en 1973. Dejó todo en su sitio y examinó los discos: no tenían etiqueta ni inscripción. Además, en el despacho no había ordenador… ni había visto ninguno en toda la casa. En el estante inferior de la caja de caudales había una caja de cartón. La cogió y la abrió: una docena de discos plateados brillantes. Compactos, pensó de entrada, pero miró una a la luz y vio que estaba marcado DVD-R, 4 7G. Él no era un técnico, pero comprendió que éste podía verlo en el aparato del primer piso. Ninguno tenía etiqueta, sólo señales de colores: verde, azul, roja o amarilla.
Cerró la caja fuerte y giró la combinación, apagó la luz y subió al primer piso. El salón de cine tenía ventanas con contraventanas, con una fila de bancos de cuero y otra detrás de sofás de dos plazas. Se agachó ante los aparatos e introdujo el DVD, conectó la pantalla y tomó asiento. Tuvo que probar con tres mandos a distancia para ponerlo todo en marcha: pantalla, DVD y altavoces. Sentado en el borde del sofá de cuero se dispuso a mirar lo que parecía metraje de vigilancia.
Una habitación. Era un cuarto de estar con cuerpos tumbados. Dos de ellos se separaban y salían del encuadre; se produjo un corte, apareció un dormitorio y la cámara enfocó a los mismos personajes desvistiéndose y besándose. Eran jovenzuelos, y no los conocía, ni conocía el piso mucho menos ostentoso que la casa de Cafferty.
Bien, al gángster le gustaba ver porno de aficionados… Pulsó el avance, pero la acción continuaba con la misma pareja y su cópula. La cámara los captaba desde arriba y de lado; apretó más el avance y apareció la chica en el cuarto de baño, sentada en el váter y volviéndose a desvestir para darse una ducha. Era delgada, casi anoréxica, con cardenales en los brazos. Volvió a pulsar el avance, pero no había nada más.
El siguiente tenía una señal azul en vez de verde. Era distinto, pero en el mismo cuarto y de acción distinta pero sobre el mismo tema.
– Tu secreto perverso, Cafferty-musitó Rebus, extrayendo el disco. Probó otro con señal verde: los mismos personajes que en el primero. «
Rebus no esperaba ninguna sorpresa de los de señal amarilla. Efectivamente, eran las mismas actividades, pero… con una diferencia: conocía el piso y a los personajes.
Eran Nancy Sievewright y Eddie Gentry en el piso de Blair Street: el piso de Alquileres MGC.
– Vaya, vaya -dijo para sus adentros.
Había escenas de una fiesta en el cuarto de estar. Bailaban, bebían y le pareció ver unas rayas de coca junto al hachís. Una mamada en el cuarto de baño, puñetazos en el vestíbulo. El siguiente disco: Sol Goodyear de visita, correspondida con un polvo en el dormitorio de Nancy y unos momentos de intimidad en el estrecho cubículo de la ducha. Después de marcharse él, ella se sentaba con el hachís que le había traído y se hacía un buen porro. Cuarto de estar, cuarto de baño, dormitorio y pasillo.
– Todo menos la cocina -dijo Rebus haciendo una pausa-. La cocina… -repitió-, y el dormitorio de Eddie Gentry.