Читаем La música del Adiós полностью

No, porque, aparte de la presencia irritante de Rebus, Cafferty no tenía amigos. Su esposa había muerto, al hijo lo habían asesinado años atrás y su antiguo lugarteniente había «desaparecido» tras una discusión. Sólo tenía en casa al guardaespaldas, cuya mayor preocupación en aquel momento sería cómo ganarse la vida. Claro que habría contables y abogados -Stone tendría una lista- pero éstos no eran de los que hacen visitas de cortesía.

Cafferty continuaba en la unidad de cuidados intensivos, pero Rebus oyó a las enfermeras hablar de una previsible falta de camas. Tal vez le trasladasen a la sala general, o a una habitación si podían acceder a sus finanzas. De momento no le faltaban tubos, aparatos ni monitores centelleantes, conectados por cables al cráneo, para medir la actividad cerebral, más un goteo en el brazo. Le habían puesto una especie de camisón, pero Rebus se imaginaba que sería abierto por detrás; en sus brazos desnudos el vello gris parecía alambre de plata.

Rebus se puso en pie y se inclinó sobre su rostro, pensando en si el aparato registraría su proximidad, pero no observó ningún cambio en el monitor. Miró el trayecto desde el cuerpo de Cafferty hasta los aparatos y desde ellos a los enchufes de la pared. El médico había dicho que Cafferty no estaba agonizando; un motivo más para trasladarle fuera de cuidados intensivos. ¿Con qué grado de intensidad hay que cuidar de un cuerpo en estado vegetativo? Rebus miró los nudillos y las uñas de Cafferty, sus gruesas muñecas y la piel blanquecina y seca de los codos. Era un hombre robusto, pero no especialmente musculoso. En el cuello tenía unas arrugas como los círculos de un árbol recién talado y la mandíbula laxa, con la boca abierta y un tubo insertado en ella. En una mejilla se apreciaba un reguero de saliva reseca. Así, con los ojos cerrados, Cafferty parecía bastante inofensivo. El poco pelo que le quedaba estaba sucio. Aquellos gráficos a los pies de la cama no le decían nada a Rebus; eran una manera de reducir la vida del paciente a cifras y diagramas. No podía saberse si una línea ascendente era buena o mala señal.

– Despierta, cabrón -musitó Rebus al oído del gángster-. Se acabó el juego -no captó ni un parpadeo-. No te escondas dentro de ese cabezón. Te estoy esperando.

La única respuesta fue un borboteo en la garganta, un ruido que Cafferty repetía cada medio minuto aproximadamente. Rebus volvió a desplomarse en la silla. Una enfermera que entró en aquel momento le preguntó si era hermano del paciente.

– ¿Qué más da? -replicó él.

– Lo digo porque se parece a él -añadió ella dejándole a solas.

Rebus pensó que era una anécdota digna de ser compartida con el paciente, pero antes de que pudiera transmitírsela notó una vibración en el bolsillo de la camisa. Sacó el móvil y miró a derecha e izquierda por si miraba alguien.

– ¿Qué sucede, Shiv? -dijo.

– Andropov y su chófer estuvieron en el recital de la Biblioteca de Poesía y Todorov improvisó un poema dirigido a Andropov, creo.

– Interesante.

– ¿Te han dejado en paz?

Rebus tardó un instante en captar a qué se refería.

– El interrogatorio terminó. En el protector sólo había sangre, del grupo de Cafferty.

– Ah. ¿Dónde estás?

– Visitando al paciente.

– Dios, John, ¿qué van a pensar?

– No estoy pensando en asfixiarle con la almohada.

– Pero imagina que la diña mientras tú estás ahí…

– Tienes razón, sargento Clarke.

– Así que lárgate.

– ¿Dónde nos vemos?

– Yo tengo que volver a Gayfield Square.

– ¿No íbamos a buscar al chófer?

– No vamos a buscar al chófer.

– ¿Quieres decir que se lo vas a pasar a Derek Starr?

– Sí.

– Él no conoce el caso como nosotros, Siobhan.

– John, nosotros no hemos averiguado nada.

– No estoy de acuerdo. Las relaciones comienzan a esclarecerse… no me digas que no lo percibes.

Se había levantado de nuevo de la silla para inclinarse sobre el rostro de Cafferty. Un aparato lanzó un pitido agudo que hizo que Clarke lanzara un elocuente suspiro.

– Sigues junto a la cama -dijo.

– Me pareció verle parpadear. Bueno, ¿dónde nos vemos?

– Espera que hable con Starr y Macrae.

– Mejor habla con Stone.

Ella guardó silencio un instante.

– Debo de haber oído mal.

– El SCD tiene más garra que nosotros. Cuéntale la relación Todorov-Andropov.

– ¿Por qué?

– Porque puede servirle a Stone para la incriminación de Cafferty. Andropov es un hombre de negocios… y los hombres de negocios hacen tratos.

– Sabes que no voy a hacerlo.

– No sé para qué pierdo el tiempo.

– Porque piensas que necesito que Stone sea amigo mío. Él está convencido de que yo te ayudé a montar la encerrona a Cafferty, y la única manera de demostrarle lo contrario sería contarle eso.

– A veces eres muy lista cuando te interesa -hizo una pausa-. De todos modos, debes hablar con él. Si el consulado alega inmunidad diplomática, el SCD tiene más poder que nosotros.

– Lo que quiere decir…

– Que tiene acceso a la Brigada Especial y al servicio secreto.

– ¿Vas a ponerte en plan James Bond conmigo?

– Sólo hay un James Bond, Shiv -replicó él, incapaz de soltar la carcajada.

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