Pero el intento de Clarke por distraer la atención de MacFarlane no sirvió de nada, y vio que la diputada apuntaba con un dedo hacia Rebus.
– ¿Qué hace éste acechando aquí? -inquirió.
Bakewell se volvió hacia Rebus, pero no sabía quién era.
– Yo no le conozco -dijo.
– Es su jefe -dijo MacFarlane-. Jim, me da la impresión de que esta conversación privada no lo es tanto.
Bakewell cambió su expresión de sorpresa por la de cólera.
– ¿Es cierto? -preguntó a Clarke, pero fue MacFarlane quien tomó de nuevo la palabra con verdadera fruición.
– Además, creo que está suspendido de servicio hasta la jubilación -comentó.
– ¿Y cómo se ha enterado, señorita MacFarlane? -preguntó Rebus.
– Tuve ayer una entrevista con su jefe de policía y mencionó su nombre. A Corbyn no le va a gustar mucho esto -añadió con una especie de chasquido de la lengua.
– Esto es intolerable -farfulló Bakewell, poniéndose en pie.
– Yo tengo el número de James Corbyn si te hace falta -dijo MacFarlane a su colega parlamentario tendiéndole el móvil. Su ayudante, Roddy Liddle, apareció a su lado cargado con archivadores y carpetas.
– ¡Intolerable! -repitió Bakewell, haciendo que algunas cabezas se volvieran.
Dos guardianes de seguridad mostraron cierto interés.
– ¿Nos vamos? -dijo Clarke a Rebus.
Aún le quedaba algo de café, pero pensó que la cortesía le obligaba a acompañarla en su digna retirada hacia la salida.
Capítulo 38
– ¿Adonde vamos ahora? -preguntó Rebus mientras la llevaba a Gayfield Square.
– A hablar con el chófer de Stahov, supongo.
– ¿Crees que el consulado accederá?
– ¿Se te ocurre algo mejor?
Él se encogió de hombros.
– Quizá sea más fácil abordarle en la calle.
– ¿Y si no habla inglés?
– Creo que sí lo habla -respondió Rebus recordando los coches aparcados junto al canal y al guardaespaldas de Cafferty charlando con el chófer de Andropov-. Y si no lo habla, tú y yo conocemos a una traductora -añadió señalando hacia el asiento trasero donde estaba el CD-. Y me debe un favor.
– Así que ¿abordo al chófer en la calle y comienzo a interrogarle? -dijo ella mirándole-. ¿Quieres que me meta en más líos aún?
El Saab cruzó el semáforo de Regent Road y se dirigió hacia Royal Terrace.
– ¿Hasta qué extremo puedes hacerlo? -inquirió él finalmente.
– No mucho más -respondió ella-. ¿Crees que Bakewell hablará con el jefe de policía?
– Es posible.
– En ese caso, seguramente compartiremos suspensión de servicio.
– ¿A que sería divertido? -replicó él mirándola de reojo.
– Yo creo que tú te estás volviendo loco, John.
Vieron que un coche patrulla les seguía y hacía señales con los faros.
– Dios, ¿ahora qué pasa? -exclamó Rebus, parando poco antes de la siguiente rotonda y bajando del coche.
El conductor se tomó un tiempo ajustándose la gorra que acababa de ponerse. Rebus no le conocía.
– ¿Inspector Rebus? -dijo el agente. Rebus asintió con la cabeza-. Tengo órdenes de llevarle.
– Llevarme, ¿adonde?
– A la comisaría de West End.
– ¿Shug Davidson me da una fiesta?
– Yo no sé nada.
Tal vez no, pero Rebus sí: habían descubierto algo que le incriminaba y se apostaba cualquier cosa a que no era una medalla. Se volvió hacia Clarke, que también se había bajado del coche y ahora apoyaba las manos en el techo. Unos peatones se detuvieron a mirar.
– Llévate el Saab -dijo Rebus-, y entrega el CD a la doctora Colwell.
– ¿Y el chófer?
– Hay cosas que deberás decidir tú sola.
Subió al asiento trasero del coche patrulla.
– Luces y sirena, muchachos -dijo-. No puedo hacer esperar a Shug Davidson.
Pero no era Davidson quien le esperaba en Torphichen Place, sino el inspector Calum Stone, sentado a la única mesa del cuarto de interrogatorios, con el sargento Prosser en un rincón con las manos en los bolsillos.
– Por lo visto tengo un club de admiradores -dijo Rebus sentándose frente a Stone.
– Tengo novedades para usted -replicó Stone-. La sangre del protector para zapatos era de Cafferty.
– Sí, claro; el análisis del ADN tarda más.
– Bien, es del grupo sanguíneo de Cafferty.
– Barrunto algún «
– No hay huellas dactilares precisas -admitió Stone.
– ¿Lo que significa que no pueden demostrar que procede del maletero de mi coche? -dijo Rebus dando una palmada y haciendo gesto de levantarse.
– Siéntese, Rebus.
Rebus se lo pensó un instante y se sentó.
– Cafferty sigue inconsciente -dijo Stone-. No han dictaminado coma, pero sé que lo estará pensando. Los médicos dicen que puede quedar en estado vegetativo. Por lo que, en definitiva, a lo mejor no conseguimos arrebatarle el triunfo, después de todo -añadió con los ojos entrecerrados.
– ¿Sigue creyendo que fui yo?
– Sé perfectamente que fue usted.
– ¿Y yo se lo dije a la sargento Clarke porque necesitaba que le telefoneara para apartarles del lugar de la encerrona?
Rebus vio cómo Stone asentía despacio con la cabeza.
– Utilizó ese accesorio de plástico para no mancharse de sangre -espetó Prosser desde el rincón-. El protector se le voló al canal y no pudo arriesgarse a recuperarlo.
– ¡Otra vez lo mismo! -replicó Rebus.