– Está hacia la mitad -dijo apretando la tecla de avance, pero llegó al fin de la grabación-. Se me ha olvidado que es una sola grabación.
Rebobinó y apretó el avance rápido.
– La primera vez que lo oí -comentó Clarke-, advertí que recitó poemas en inglés y algunos en ruso.
Colwell asintió con la cabeza.
– El poema nuevo es en ruso. Ah, aquí está -volvió a su mesa y cogió un papel y un bolígrafo, concentrándose mientras escribía. Finalmente, dijo a Clarke que apretara «
– Digamos que es un trabajo inconcluso -dijo Clarke sonriente.
Colwell se pasó la mano por la melena y comenzó de nuevo. Al cabo de veinte minutos, dejó el papel y el bolígrafo en la mesa. En el disco, Todorov se dirigía en inglés al público anunciando que el siguiente poema era de
– No dice que sea un nuevo poema -comentó Clarke.
– Nada -corroboró Colwell.
– Ni lo presentó.
Colwell negó con la cabeza y volvió a echarse el pelo hacia atrás.
– Yo no creo que muchos advirtieran que era un poema nuevo.
– ¿Por qué está segura de que era nuevo?
– En su piso no había ningún borrador, pero yo conozco muy bien su obra publicada.
Clarke asintió con la cabeza y tendió la mano.
– ¿Me permite? -dijo. La profesora se mostraba reacia, pero finalmente tendió la libreta a Clarke.
– No es más que un borrador… no sé bien dónde caen las pausas…
Clarke hizo caso omiso de sus reticencias y comenzó a leer.
«
Clarke volvió a leerlo y miró a Colwell a la cara.
– No es muy bueno, ¿no cree?
– No está pulido -replicó la profesora a la defensiva.
– No me refiero a su traducción -añadió Clarke.
Finalmente, Colwell asintió con la cabeza.
– Pero desborda indignación -dijo.
Clarke recordó las palabras del profesor Gates: «
– Sí -dijo-, y toda esa imaginería de la alimentación…
Colwell dijo pensativa:
– Ese artículo de prensa, ¿apareció después de la muerte de Alexander?
– Sí, pero la cena tuvo lugar unos días antes… tal vez él se enteró.
– ¿Cree, entonces, que es un poema sobre ese hombre de negocios?
– Compuesto sobre la marcha en el recital, sólo para restregárselo por las narices. Andropov hizo su fortuna con esos «
– ¿Y él sería el diablo?
– No parece muy convencida.
– Es una traducción sobre la marcha… Ahora que pienso, ciertas expresiones… Necesito más tiempo.
Clarke asintió despacio con la cabeza, y de pronto recordó algo.
– ¿Puede escuchar conmigo otro disco?
Encontró el CD en el bolso y se arrodilló ante el tocadiscos. De nuevo les costó cierto tiempo dar con el momento del recital en Word Power en que el micrófono ambulante de Charles Riordan captaba la voz en ruso.
– Escuche -dijo Clarke.
– Sólo son un par de palabras -comentó Colwell-. Contesta a una llamada en el móvil, y sólo dice «
– Era por estar segura -dijo Clarke con un suspiro, extrayendo el disco y levantándose. Volvió a coger la libreta-. ¿Puede prestarme el poema cierto tiempo? Mientras, usted puede seguir tratando de llegar a una versión más exacta.
– ¿Existía rencor entre Alexander y ese hombre de negocios?
– No estoy segura.
– Pero sería un móvil, ¿verdad? Y si se volvieron a ver en ese bar…
Clarke alzó una mano.
– No hay pruebas de que se vieran en el bar, por ello, le agradecería que no hablase de esto con nadie, doctora Colwell. Por no interferir la investigación.
– Comprendo -dijo la profesora asintiendo con la cabeza. Clarke arrancó la hoja de la libreta y la dobló en cuatro.
– Un consejo -añadió después de doblarla-. El último verso del poema, que es una cita de Robert Burns, más que «una
Capítulo 39
Rebus se sentó junto al lecho de Morris Gerald Cafferty.
Había mostrado su carnet de policía, preguntando a la enfermera si había tenido alguna otra visita. La enfermera negó con la cabeza.