– Y añadió usted que casi seguro que fue a Mother’s o al hotel Caledonian. ¿Por qué esos dos lugares concretos, señor Riordan?
Riordan se encogió de hombros.
– Porque tenía que pasar por delante de los dos.
– Y de una docena más -replicó Clarke.
– Tal vez me los mencionara él.
– ¿No lo recuerda?
– ¿Es importante?
– Podría serlo -contestó Clarke mirando a Goodyear, que estaba haciendo su papel, con la espalda recta, las piernas separadas y las manos juntas delante sin decir nada. Imagen «
Riordan se restregó la barbilla, pensativo.
– Bueno, supongo que los mencionaría él -dijo.
– ¿Pero no la primera noche que se vieron? -Clarke esperó a que Riordan negara con la cabeza-. Así que, ¿no se dirigía a una cita?
– ¿Qué quiere decir?
– Cuando se separaron, el señor Todorov fue directamente al bar del Caledonian y estuvo allí hablando con alguien. Me pregunto si sería algo habitual.
– A Alexander le gustaba la gente. La gente que le invitase a un trago y escuchara sus historias y le contara cosas suyas.
– No me imagino el Caledonian como un lugar para contarse historias.
– Se equivoca; los bares de los hoteles son ideales. Se conoce en ellos a extranjeros y uno cuenta su vida en los veinte o treinta minutos que pasa en su compañía. Son increíbles las cosas que se cuentan a gente que no se conoce de nada.
– Tal vez porque son desconocidos -terció Goodyear.
– El agente tiene razón -dijo Riordan.
– ¿Y usted cómo lo sabe, señor Riordan? -añadió Clarke-. ¿He de suponer que ha hecho grabaciones clandestinas en lugares así?
– Infinidad de veces -contestó Riordan-. Y en trenes y en autobuses… de gente roncando o hablando a solas o conjurándose para derrocar al gobierno. A vagabundos en bancos del parque y a diputados en campañas electorales; a patinadores, a gente que va de picnic y a enamorados hablando por teléfono con su amante. Es mi hobby -añadió, volviéndose hacia Goodyear.
– ¿Y cuándo se convirtió en obsesión, señor? -inquirió educadamente Goodyear-. Supongo que poco antes de que le dejara su esposa.
La sonrisa se borró del rostro de Riordan. Goodyear, al comprender que se había pasado, dirigió una mirada a Clarke, que meneaba despacio la cabeza.
– ¿Alguna pregunta más? -dijo Riordan.
– ¿Se le ocurre con quién pudo estar bebiendo Alexander Todorov en ese hotel? -insistió Clarke.
– No -contestó Riordan dirigiéndose a la puerta. Goodyear dijo «
En el coche Clarke dijo a Goodyear que no se preocupara.
– Creo que no tenía nada que decirnos.
– De todos modos, habría debido dejar que usted hiciera el interrogatorio.
– Así has aprendido una lección -añadió Clarke accionando la llave de contacto.
Capítulo 13
– ¿Qué hace aquí ese fulanito? -preguntó Rebus, recostado en la silla con los pies en la mesa y el mando a distancia del vídeo en la mano, después de detener la imagen de la pantalla.
– Es un traslado provisional de Torphichen -dijo Clarke. Rebus la miró, pero ella desvió la vista. Todd Goodyear le tendía la mano y Rebus, aunque la miró, no se la estrechó. Goodyear dejó caer el brazo y Clarke lanzó un suspiro de disgusto.
– ¿Hay alguna novedad? -preguntó ella finalmente.
– El vídeo que pediste -contestó Rebus, ignorando completamente al recién llegado-. Échale un vistazo -añadió, poniendo de nuevo en marcha la proyección pero bajando el sonido casi al mínimo.
Aparecían una serie de políticos y personajes a quienes un público de aspecto inteligente planteaba preguntas. Entre medias, en el suelo, se leía en grandes letras «
– Está filmado en el Hub -dijo Rebus-. Fui una vez allí a un concierto de jazz y lo reconocí en seguida.
– ¿Le gusta el jazz? -preguntó Goodyear sin lograr que Rebus le hiciera caso.
– ¿No ves a alguien conocido? -preguntó Rebus a Clarke.
– A Megan MacFarlane.
– Es curioso que no lo mencionara -dijo Rebus pensativo-. El moderador, al hacer las presentaciones, dijo que ella es la número dos del Partido Nacional Escocés y que es muy posible que se encargue de la dirección cuando el actual secretario deje el partido. Con ello sería «
– ¿Y los demás quiénes son?
– Laboristas, conservadores y demócratas liberales.
– Y Todorov -se veía al poeta sentado junto al presentador en la mesa semicircular. Parecía relajado y garabateaba con el bolígrafo en un papel-. ¿Qué tal se defiende?
– Sabe más de política que yo -contestó Rebus-, y opina sobre todo lo habido y por haber.