Читаем La música del Adiós полностью

Ahora estaba pálido y tembloroso, pero no cesaba de repetir sin que nadie se lo preguntara que se encontraba bien. Clarke les había convocado en corro para explicarles lo que habían dicho Gates y Curt: era un varón, de uno setenta y cinco, con anillos en dos dedos de la mano derecha, reloj de oro en la muñeca y el maxilar fracturado.

– Tal vez le cayó encima una viga del techo -comentó ella. La víctima no había estado atada a ningún mueble ni presentaba señales de atadura en manos y pies-. Apareció hecho un ovillo en el suelo del cuarto de estar. Causa probable de la muerte: asfixia por inhalación de humo. Gates hizo hincapié en que eran datos provisionales…

– De todos modos es una muerte sospechosa -comentó Rebus.

– Y es de nuestra competencia -dijo Hawes.

– ¿Y la identificación? -preguntó Tibbet.

– Por la ficha dentaria, si hay suerte.

– O los anillos -aventuró Goodyear.

– Aunque fueran de Riordan -dijo Rebus-, no significa que fuese el último en llevarlos puestos. Hace diez o doce años tuve un caso de uno que fingió suicidio.

Goodyear asintió despacio con la cabeza, cayendo en la cuenta. Tras lo cual, Rebus dio la noticia antes de plantear la pregunta.

Clarke se sentó con el fax en una mano y sujetándose la cabeza con la otra.

– Esto -dijo ella-, se pone cada vez mejor. ¿Cuarto de interrogatorio número 3? -preguntó alzando la mirada hacia Rebus.

– Cuarto número 3 -respondió él-, y no olvides abrigarte.


* * *


A pesar del frío, Cafferty estaba sentado con la silla separada de la mesa, una pierna cruzada sobre la otra y las manos en la nuca como si estuviera en el salón de su casa.

– Siobhan -dijo al verla entrar-, es un verdadero placer, como siempre. Rebus, ¿ve qué seria está? La ha entrenado a la perfección.

Rebus cerró la puerta y se situó junto a la pared, mientras Clarke tomaba asiento frente a Cafferty. Él le dirigió una leve inclinación de su voluminosa cabeza sin apartar las manos de la nuca.

– Ya me imaginaba que me harían venir -dijo.

– ¿Así que se lo esperaba? -añadió Clarke, dejando en la mesa un bloc en blanco y quitando el capuchón al bolígrafo.

– Con el inspector Rebus a pocos días del desguace -replicó el gángster mirando hacia Rebus-, sabía que inventarían cualquier pretexto para fastidiarme.

– Bueno, la verdad es que se trata de algo más que un pretexto…

– Siobhan, ¿sabe que John se pasa noches y noches sentado en el coche delante de mi casa para comprobar si estoy acostado? Yo diría que esa clase de protección es ir más allá del cumplimiento del deber.

Clarke prosiguió inflexible con sus preámbulos y puso el bolígrafo en la mesa, pero tuvo que impedir que cayera al suelo rodando.

– Háblenos de Alexander Todorov -dijo.

– ¿Cómo dice?

– El hombre al que invitó a un coñac de diez libras el miércoles por la noche.

– En el bar del hotel Caledonian -añadió Rebus.

– ¡Ah! ¿El polaco?

– El ruso -puntualizó Clarke.

– Tú sólo vives a dos kilómetros de allí -insistió Rebus-. No sé yo para qué necesitas habitación en un hotel.

– ¿No será para estar lejos de su presencia? -replicó Cafferty, haciendo un gesto ostensible de reflexionar-. O porque puedo pagármela.

– Y luego se sienta en la barra e invita a copas a desconocidos -añadió Clarke.

Cafferty apartó las manos de la nuca para esbozar un ademán con el dedo estirado.

– La diferencia entre Rebus y yo es que él se pasa la noche en la barra sin invitar a copas a nadie -espetó conteniendo la risa-. ¿Y sólo por eso me han hecho venir aquí? ¿Porque invito a una copa a un pobre inmigrante?

– ¿Cuántos «pobres inmigrantes» calculas que entran en ese bar? -inquirió Rebus.

Cafferty fingió reflexionar cerrando sus ojillos hundidos y volviéndolos a abrir. Eran como piedrecillas negras en su cara pálida.

– Tiene razón -admitió-. Pero, para mí, aquel hombre era un extranjero. ¿Dónde está y qué ha hecho?

– Está asesinado -replicó Rebus conteniéndose a duras penas-. Y da la casualidad que tú eres el último que lo vio vivo.

– Eh, un momento -Cafferty miró sucesivamente a uno y otro-. ¿Es ese poeta que sale en los periódicos?

– Agredido en King’s Stables Road, unos quince o veinte minutos después de tomar una copa contigo. ¿Cuál fue la desavenencia?

Cafferty hizo caso omiso de la pregunta de Rebus y se dirigió a Clarke.

– ¿Necesito un abogado?

– De momento no -respondió ella sin énfasis, y Cafferty volvió a sonreír.

– Siobhan, ¿no le hace pensar por qué le pregunto a usted y no a Rebus? Al fin y al cabo, es su superior -añadió volviéndose hacia Rebus-. Pero le faltan pocos días para ir al desguace, como dije, y Siobhan está en pleno ascenso. Si están los dos investigando un caso, me imagino que el viejo Macrae, con buen sentido, se lo habrá encargado a Shiv.

– Sólo soy Shiv para mis amigos.

– Perdone, Siobhan.

– Y para usted soy la sargento Clarke de homicidios.

Cafferty lanzó un silbido y se dio una palmada en el muslo.

– Entrenada a la perfección -repitió-.Y tan deliciosa, además.

– ¿Qué hacía en el hotel Caledonian? -preguntó Clarke como si no hubiera hecho el comentario.

– Tomar una copa.

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