Apareció la dotación de una ambulancia consultando sus relojes y poco dispuestos a perder tiempo. En ese momento, Todd Goodyear, vestido de civil, se les acercó apresuradamente; saludó a Rebus y comenzó a pasar hacia atrás páginas de su libreta.
– No ves muchos casos así todos los meses, ¿eh? -comentó Rebus sin poderlo evitar, al tiempo que Clarke le dirigía una mirada de aviso.
– He hablado con los vecinos contiguos de la casa -explicó Goodyear a Clarke-. Están muy afectados, naturalmente, por miedo a que se produzca una explosión, y quieren volver a entrar en sus casas para salvar pertenencias, pero los bomberos no se lo permiten. Por lo visto, Riordan llegó a las once y media; pero a partir de ese momento no han oído nada.
– Con tanta insonorización…
Goodyear asintió entusiasta con la cabeza.
– Sería un milagro que hubiesen oído algo -comentó-. Un bombero dice que seguramente un factor muy a tener en cuenta es que los altavoces son muy inflamables.
– ¿Riordan no recibió visitas anoche? -preguntó Clarke.
Goodyear negó con la cabeza sin poder evitar mirar hacia Rebus, como si esperase algún elogio o valoración.
– Vas de paisano -se limitó a comentar Rebus.
El agente miró sucesivamente a uno y a otro. Clarke se aclaró la garganta antes de hablar.
– Creo que, si trabaja con nosotros, así pasa más desapercibido…
Rebus la miró fijamente antes de asentir con la cabeza, aunque sabía que mentía. Lo de ir vestido de paisano había sido idea de Goodyear y ella le echaba un capote. Antes de que pudiera decir palabra vieron que llegaba un coche rojo con luces intermitentes que paró delante de la casa.
– La inspectora -dijo Clarke.
La mujer que bajó del coche era elegante y dinámica y les dio la impresión de que gozaba del respecto del cuerpo de bomberos, quienes comenzaron a señalar con el dedo partes del edificio chamuscado, dando explicaciones, seguidos de cerca por los dos policías uniformados de Leith.
– ¿Crees que debemos presentarnos? -preguntó Clarke a Rebus.
– Más tarde o más temprano -respondió él, pero ella adoptó una decisión repentina y echó a andar hacia el grupo. Rebus la siguió, pero hizo una seña a Goodyear para que no les acompañara. El joven se quedó bajando y subiendo de la acera indeciso; inconforme, al parecer. Rebus había intervenido en muchos casos de incendio, incluido uno en que acabó siendo acusado de pirómano. Aquella ocasión había sido también una fatalidad… La identificación de las víctimas no era una tarea muy agradable para los forenses. Él mismo, en cierta ocasión, estuvo a punto de prender fuego a su piso al quedarse dormido en el sofá con el cigarrillo encendido en los labios; menos mal que le despertaron el fuego lento de la tela y las plumas y el intenso olor a humo. Es fácil que suceda…
Clarke dio la mano a la inspectora. Los bomberos la miraron con mala cara, convencidos de que los de Homicidios tenían que dejarles desarrollar su trabajo. Era una reacción natural y Rebus lo entendía. De todos modos, encendió otro cigarrillo a sabiendas de que iba a llamar la atención.
– Eso es un riesgo -musitó uno de los bomberos concienciado con su deber.
La inspectora, por nombre Katie Glass, explicó a Clarke el procedimiento a seguir: comprobar si había víctimas, sellar los escapes de gas y verificar lo obvio.
– Es decir, desde comprobar si dejaron una sartén al fuego hasta cualquier cortocircuito.
Clarke asintió con la cabeza a las explicaciones de Glass y a continuación le explicó la relación que había entre la investigación en curso y el dueño de la casa incendiada, consciente de que los dos agentes de Leith escuchaban.
– ¿Y eso les inclina a sospechar algo? -preguntó Glass-. Muy bien, pero a mí me gusta entrar en el escenario de los siniestros con mente abierta, porque los prejuicios inducen a dejar detalles sin comprobar -añadió avanzando hacia la puerta del jardín flanqueada por los bomberos, mientras Rebus y Clarke permanecían a la expectativa.
– En Portobello hay un café -dijo Rebus dirigiendo una última mirada hacia la carcasa chamuscada-. ¿Te apetece desayunar?
Fueron a Gayfield Square, donde Hawes y Tibbet les recibieron con el ceño fruncido por considerarse relegados. Pero pronto se animaron al saber lo del incendio y preguntaron si podían dejar de buscar en el AAH. Goodyear preguntó qué era.
– El Archivo de Atracadores Habituales -contestó Hawes.
– No es el término oficial -añadió Tibbet, dando con la palma de la mano sobre un montón de archivadores.
– Pensé que estaría informatizado -comentó Goodyear.
– Si te animas tú a hacerlo…
Pero Goodyear desechó la posibilidad con un ademán. Clarke se sentó a su mesa, dando golpecitos con el bolígrafo.
– ¿Y ahora qué, jefa? -preguntó Rebus, ganándose una mirada de censura por parte de ella.
– Tendré que hablar otra vez con Macrae -respondió Clarke finalmente, constatando que no había nadie en el despacho del inspector jefe-. ¿No ha venido por aquí? -preguntó. Hawes se encogió de hombros.
– Nosotros al llegar no lo hemos visto.