Читаем La música del Adiós полностью

– Los negocios son los negocios, inspector, y buenos para Escocia, no lo olvidemos.

– Ya lo creo. Y por eso es tan amigo del SNP, ¿no? ¿Cree que ganarán las elecciones en mayo?

– Como le dije en la primera ocasión que nos vimos, el banco está obligado a ser neutral. Por otro lado, los nacionalistas están haciendo una buena campaña. La independencia, por muy lejana que esté, es inevitable.

– ¿Y buena para los negocios?

Janney se encogió de hombros.

– Ellos prometen reducir el impuesto de sociedades.

Rebus miró el sobre cerrado.

– ¿Le mencionó el camarada Stahov lo que contiene? -preguntó.

– Nombres de ciudadanos rusos residentes en Edimburgo. Me dijo que guardaba relación con el caso Todorov, aunque yo no entiendo qué relación puede haber…

Janney dejó la frase en el aire, como esperando una explicación de Rebus, pero éste se contentó con guardarse el sobre en el bolsillo interior de la chaqueta.

– ¿Y los extractos bancarios del señor Todorov? -preguntó-. ¿Avanza la recopilación?

– Ya le dije, inspector, que hay que seguir los cauces. A veces, al no existir albacea, las ruedas giran despacio…

– Bien, ¿han hecho negocios?

– ¿Negocios? -replicó Janney.

– Con los rusos. ¿O es indiscreción por mi parte?

– No se trata de indiscreción… Nuestro único interés es que ellos no se lleven una mala impresión.

– ¿Sobre Escocia? La realidad es que ha muerto un hombre, señor Janney.

Se abrió la puerta junto al mostrador de recepción y apareció el inspector jefe Macrae. Iba con abrigo y bufanda, listo para marcharse.

– ¿Alguna noticia sobre el incendio? -preguntó a Rebus.

– No, señor -contestó él.

– ¿Ningún dato de la autopsia?

– Aún no.

– ¿Sigue creyendo que está relacionado con el caso del poeta?

– Señor, le presento al señor Janney, del First Albannach Bank.

Se dieron la mano y Rebus esperó que su jefe captara su intención, pero, por si acaso, añadió que Janney tenía que entregarles datos sobre la cuenta bancaria de Todorov.

– ¿He de entender -dijo Janney-, que alguien más ha muerto?

– Un amigo de Todorov en un incendio -vociferó Macrae.

– Dios mío.

– Bien, le dejo -interrumpió Rebus tendiendo la mano al banquero-, gracias de nuevo por su visita.

– Vaya, usted, vaya. Debe de andar muy ocupado -dijo Janney.

– No puede imaginárselo -replicó Rebus con una sonrisa.

Janney y Macrae se dieron la mano, y por un instante pareció que ambos iban a salir juntos. A Rebus no le agradaba en absoluto la idea de que Macrae se fuera de la lengua y le retuvo con el pretexto de que quería comentarle algo. Janney salió solo y Rebus esperó a que se cerrara la puerta, pero fue Macrae quien tomó la palabra.

– ¿Qué le parece Goodyear? -preguntó.

– Es competente.

Macrae parecía esperar algún otro comentario, pero Rebus se limitó a encogerse de hombros.

– Eso mismo dice Siobhan -Macrae hizo una pausa-. Cuando se jubile habrá varios cambios en el equipo.

– Claro, señor.

– Creo que Siobhan está casi a punto para ascender a inspectora.

– Hace años que está a punto.

Macrae asintió con la cabeza pensando en otra cosa.

– ¿Qué es lo que quería decirme? -preguntó finalmente.

– Ya se lo comentaré en otro momento, señor -respondió él.

Vio alejarse al jefe camino de la salida y pensó en salir al aparcamiento a fumar un pitillo, pero optó por subir a la planta del DIC para abrir el sobre y leer los nombres. Eran veintitantos, sin dato alguno; ni direcciones ni ocupaciones. Stahov había sido escrupuloso al extremo de añadir su propio nombre al final, quizás en broma, sabiendo que probablemente aquella hoja no iba a servir de nada para las pesquisas. Al abrir la puerta de Homicidios vio que Hawes y Tibbet estaban de pie, como a la espera para decirle algo.

– Venga, cantad -dijo.

Tibbet tenía en la mano otra hoja de papel.

– Ha llegado un fax del Caledonian. Aquella noche varios clientes del hotel pagaron copas de coñac en el bar.

– ¿Hay algún ruso? -preguntó Rebus.

– Eche un vistazo.

Rebus cogió el fax y vio tres nombres. Dos eran de desconocidos pero no parecían extranjeros. Y el tercero, tampoco extranjero, le hizo silbar los oídos: señor M. Cafferty. M de Morris. Morris Gerald Cafferty.

– Big Ger -añadió Hawes; sin necesidad, por otra parte.

Capítulo 17

La única duda por parte de Rebus era: ¿traerle a comisaría o interrogarle en casa?

– Lo decido yo, no tú -le previno Clarke, que había vuelto del depósito media hora antes y tenía dolor de cabeza.

Tibbet le preparó un café y Rebus vio que se echaba en la palma de la mano dos tabletas de un frasquito. Todd Goodyear había vomitado una sola vez en el aparcamiento del depósito, aunque sufrió un nuevo amago por el camino de vuelta a Gayfield Square al cruzar frente a unos operarios que asfaltaban la calzada.

– Fue el olor -comentó.

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