– ¿Habéis venido juntos? -preguntó Rebus, haciéndose el inocente y ganándose esta vez la mirada furibunda de Colin Tibbet.
– Esto lo cambia todo -dejó escapar Clarke en voz baja.
– A menos que fuese un accidente -puntualizó Rebus.
– Primero Todorov y ahora el último que lo vio la noche del crimen…
Era Goodyear el que había hablado, pero Clarke asintió con la cabeza.
– Podría ser una lamentable coincidencia -arguyó Rebus, y Clarke le miró.
– ¡Por Dios, John, tú eras quien veía una conspiración, y ahora que parece perfilarse una relación, nos echas un jarro de agua fría!
– ¿No es lo que se hace cuando hay fuego? -al ver que Clarke se ruborizaba comprendió que se había pasado-. Vale, tú tienes razón, pero has de hablarlo con Macrae y, mientras, hay que esperar a ver si encuentran un cadáver. Y suponiendo que lo encuentren, tendremos que aguardar a ver qué dicen Gates y Curt -hizo una pausa-. Es el llamado «
Clarke sabía que tenía razón, y Rebus vio que relajaba un poco los hombros y dejaba caer el bolígrafo sobre la mesa, donde rodó hasta detenerse.
– Por una vez John está en lo cierto, aunque me cueste decirlo -espetó sonriendo y acompañándolo de un esbozo de reverencia.
– Alguna vez tenía que suceder en mi carrera -replicó él-. Supongo que más vale tarde que nunca.
Sonrieron todos y Rebus reaccionó en ese preciso momento. Llevaban días arrastrando la investigación, pero a partir de ahora todo cambiaba: pese a los ceños fruncidos y las puyas, formaban un equipo.
Y así los encontró Macrae al entrar en la sala del DIC. Él mismo captó un cambio de ambiente. Clarke le informó a grandes rasgos de los hechos. Sonó el teléfono de la mesa de Hawes, y Rebus se preguntó si no sería alguien que respondía a la solicitud de colaboración ciudadana. Pensó otra vez en la prostituta que deambulaba por una calle cortada al tráfico y en Cath Mills atiborrándose de Rioja. Todorov tenía éxito con las mujeres y, desde luego, era mujeriego. ¿Podría una extraña haberle tendido una trampa mortal con el pretexto del sexo? Era como una novela de Le Carré…
Hawes dejó el teléfono y se acercó a la mesa de Rebus.
– Han encontrado el cadáver -dijo lacónica.
Rebus llamó a la puerta del despacho de Macrae para dar la noticia y Clarke dijo al jefe que la disculpase y volvió a la sala para que Hawes le diera detalles.
– Creen que es varón. Apareció bajo un trozo del techo derrumbado del cuarto de estar.
– O sea, el estudio -terció Goodyear, recordando a todos que él también había estado en casa de Riordan.
– Ahora hay un equipo de los bomberos haciendo fotos y verificaciones y el cadáver va camino del depósito -añadió Hawes.
Para guardarlo en el cuarto de descomposición, a Rebus no le cabía la menor duda. Y pensó cómo reaccionaría Todd Goodyear ante el espectáculo de un muerto achicharrado.
– Vamos allí -dijo Clarke a Rebus, pero él negó con la cabeza.
– Que te acompañe Todd -dijo-. Eso forma parte del aprendizaje.
Hawes llamó por teléfono a Estudios CR para darles la noticia y que le confirmasen que Riordan no se había presentado aquella mañana. Colin Tibbet quedó encargado de apremiar a Richard Brown, del hotel Caledonian. ¿Cuánto se tardaría en revisar las notas de cargo a la cuenta de los clientes de toda una noche? Si Rebus no se equivocaba, seguro que Browning lo haría, pensando que el CID dejaría de agobiarles. Cuando por la puerta asomó una cara, fue Rebus el único que permaneció impasible.
– Abajo hay una visita -dijo el sargento-, que viene a entregar una lista de rusos… ¿No será la primera alineación del Hearst para el sábado?
Pero Rebus sabía quién era y lo que traía: Nikolai Stahov del consulado, con el listado de ciudadanos rusos residentes en Edimburgo. Sí, también Stahov se había hecho el remolón, y Rebus dudaba de que aquella lista les sirviera de mucho, porque las circunstancias habían cambiado desde que la pidieron. De todos modos, a falta de algo mejor que hacer, asintió con la cabeza y dijo que bajaba inmediatamente.
Pero al abrir la puerta de recepción el hombre que miraba los anuncios y avisos en las paredes no era Stahov. Era Stuart Janney.
– Señor Janney -dijo Rebus tendiéndole la mano y procurando ocultar su sorpresa.
– Inspector…
– Rebus -añadió él. Janney asintió con la cabeza con gesto de disculpa por no recordarlo.
– Traigo un mensaje -dijo sacando un sobre del bolsillo-, pero no esperaba que lo recogiera alguien de su graduación.
– Yo tampoco sabía que usted hacía recados para el consulado ruso.
Janney esbozó una sonrisa.
– Me tropecé con Nikolai en Gleneagles y dio la casualidad de que él llevaba el mensaje encima y me mencionó que tenía que entregarlo.
– ¿Y usted se ofreció a ahorrarle la molestia?
– No tiene importancia -replicó Janney encogiéndose de hombros.
– ¿Qué tal el golf?
– Yo no jugué. El banco hizo una presentación que por cierto coincidió con la visita de nuestros amigos rusos.
– Sí que es coincidencia. Se diría que los persiguen.
Janney se echó a reír inclinando hacia atrás la cabeza.