– En mi trabajo -dijo Rebus-, oigo constantemente a la gente contar su vida… y siempre se callan la parte interesante.
– Pues interrógueme -replicó ella abriendo los brazos.
Finalmente, logró que le hablara algo de Gary Walsh y Joe Wills. Ella también sospechaba que Wills le daba a la botella en el trabajo, por lo que no le había sorprendido. Al cabo de una hora ambos miraron el reloj y se sonrieron mutuamente.
– ¿Y usted? -preguntó ella-. ¿No ha encontrado a nadie que le aguante?
– Hace tiempo que no. Estuve casado y tengo una hija que ya ha cumplido los treinta.
– ¿No tiene aventuras en el trabajo? No, claro, cuando se es responsable de un equipo… Sé lo que es.
– No las he tenido -afirmó él.
– Enhorabuena -comentó ella con un resoplido y una mueca-. Yo me he retirado de los ligues de una noche… casi -añadió transformando el gesto en sonrisa.
– Bueno, ha sido un placer -añadió él, consciente de que sonaba a hueco.
– ¿Le traerá consecuencias haber intimado con una sospechosa?
– ¿Quién se va a enterar?
– Nadie tiene por qué -añadió ella señalando la cámara de seguridad del bar que les enfocaba desde un rincón. Se echaron los dos a reír y mientras ella metía los brazos en la parka, él volvió a preguntarle:
– ¿Estuvo allí aquella noche? Diga la verdad…
Ella negó con la cabeza.
En la calle, él le dio una tarjeta con el número del móvil. No hubo beso en la mejilla ni apretón de manos: eran dos veteranos con cicatrices que se respetaban. Antes de llegar a casa, Rebus se detuvo a comprar pescado y patatas fritas y se lo fue comiendo por el camino. Ahora las servían en una caja de cartón, en vez de envolverlas en papel de periódico como antes, por algún requisito de salud pública. Tampoco sabían igual; los trozos de bacalao eran más pequeños. Era una pena lo de la sobrepesca en el mar del Norte; el eglefino no tardaría en ser un lujo o en desaparecer. Terminó antes de llegar al piso y subió los dos tramos de escalera. No había correo ni facturas. Encendió las luces del cuarto de estar y puso música antes de llamar a Siobhan.
– ¿Qué sucede? -preguntó ella.
– Estaba pensando qué camino seguir.
– Y yo estaba pensando ir a la nevera a por una lata de algo.
– En otros tiempos, esa habría sido mi réplica.
– Los tiempos cambian.
– ¡Y esa también!
Oyó que se reía, y a continuación le preguntó qué tal la entrevista con Cath Mills.
– Tampoco lleva a ninguna parte.
– Pero te ha llevado bastante tiempo.
– No tenía sentido volver a la comisaría -hizo una pausa-. ¿Estás pensando en abrirme expediente por perder el tiempo?
– Te concedo el beneficio de la duda. ¿Qué es esa música que tienes puesta?
– Son los Little Criminals y tienen una canción titulada «
– Pues no están muy enterados de la realidad policial…
– La canta Randy Newman. Y tiene otra canción que me gusta: «
– ¿Y, casualmente, tú eres el jefe?
– Adivínalo -hizo una larga pausa-. Ya te estás alineando con Macrae, ¿verdad? ¿Crees que debemos centrarnos en la hipótesis del atraco?
– Así se lo he encomendado a Phyl y a Colin -contestó Clarke.
– Ya veo que te rajas…
– No me rajo.
– Vale, no quería decir eso… Es bueno tener cautela, Shiv. No te lo reprocho.
– Piénsalo un momento, John. ¿Siguieron a Todorov desde el hotel Caledonian? En absoluto, según tu experto en cámaras de vigilancia. ¿Le hizo proposiciones una prostituta? Tal vez, y tal vez el chulo le machacó con un tubo de plomo. Ocurriera lo que ocurriese, el poeta estaba en el sitio inadecuado en el momento menos oportuno.
– En eso estamos de acuerdo.
– Y tocándoles las narices a los del partido nacionalista, a los gerifaltes rusos y al First Albannach Bank no vamos a ninguna parte.
– Pero es divertido, ¿no? ¿De qué sirve trabajar si no te lo pasas bien?
– Tú te lo pasas bien, John… Tú siempre te diviertes.
– Hazme agradable mi última semana en el Cuerpo.
– Creí que era lo que estaba haciendo.
– No, Shiv, lo que estás haciendo es marginarme. Por eso has traído a Todd Goodyear… que es tu ayudante; igual que tú eras mi ayudante. Has comenzado a aleccionarle y seguramente disfrutas.
– Oye, escucha una cosa…
– Y me imagino que además es un instrumento, porque con él te ahorras tener que elegir entre Phyl y Col.
– Con semejantes razonamientos, no me extraña que no subieras más en el escalafón.
– Lo malo del escalafón, Shiv, es que a cada peldaño que subes te encuentras con otro culo que lamer.
– Una metáfora muy delicada.
– Todos tenemos necesidad en la vida de cierta poesía.