– Roddy, ¿tú crees que empezarán a circular rumores por verme en compañía de un agente de policía uniformado? -preguntó MacFarlane echando en el café un primer sobrecito de azúcar.
– Es muy probable -respondió Liddle con parsimonia, llevándose a los labios la tacita.
– Decía usted del señor Todorov… -insistió Clarke.
– Me está interrogando a propósito de
– Simplemente, me sorprende -interrumpió Clarke-, que no lo mencionara.
– Sargento, dígame una cosa: ¿los otros políticos que intervinieron en el programa han declarado sobre lo que recordaban? -preguntó ella sin esperar una respuesta-. No, porque habrían dicho lo mismo que yo: nuestro amigo ruso bebió unos vinos, despachó unos sándwiches delante de ellos y no dirigió a nadie la palabra. Me dio la impresión de que no le gustaban mucho los políticos como especie genérica.
– ¿Y después del programa?
– Había taxis esperando… nos gruñó un «
– ¿Fue la única ocasión en que coincidió con él?
– ¿No acabo de decírselo? -replicó la diputada mirando a su ayudante. También Clarke decidió mirarle.
– ¿Y usted, señor Liddle? -preguntó-. ¿Habló con él en el estudio?
– Me presenté yo mismo, naturalmente, pues le había llamado. En el programa suele haber una persona ajena a la política y hacen siempre una rigurosa entrevista previa. En este caso, la entrevistadora no parecía muy entusiasmada con Todorov, a juzgar por las notas de su informe. No entiendo por qué le invitaron.
Clarke reflexionó un instante. Charles Riordan había dicho que a Todorov le gustaba charlar con la gente, pero el cliente de Mather’s, por el contrario, afirmó que apenas decía palabra. Y ahora MacFarlane y Liddle decían lo mismo. ¿Tenía Todorov una doble personalidad?
– ¿De quién partió la idea de invitarle al programa? -preguntó a Liddle.
– Del productor, el presentador, alguien del equipo… Yo creo que cualquiera de ellos puede proponer un invitado.
– ¿No pudo tener -terció Goodyear-, la intención de enviar un aviso a Moscú?
– Podría ser -asintió MacFarlane con cierta admiración.
– ¿A qué te refieres? -preguntó Clarke a Goodyear.
– Hace unos días asesinaron a una periodista en Rusia y tal vez la BBC quería que el público viera que no se puede ahogar así como así la libertad de expresión.
– Pero al final alguien la ahogó, ¿no? -preguntó Liddle-. Si no, no estaríamos aquí hablando del caso. Y ¿han visto lo que le ha ocurrido a ese pobre diablo ruso en Londres?
MacFarlane le miró frunciendo el ceño.
– ¡Esa es precisamente la clase de rumor que queremos acallar! -dijo.
– Sí, por supuesto, por supuesto -farfulló él, cogiendo precipitadamente su tacita vacía.
– Bien, resumiendo -dijo Clarke en medio del silencio que siguió-: ustedes dos vieron al señor Todorov en la grabación de
– ¿Informe? -exclamó casi con despecho MacFarlane.
– No es para uso público -le explicó Clarke para tranquilizarla. Y a continuación, tras una pausa mínima, añadió-: Hasta el momento del juicio, por supuesto.
– Ya le he recalcado, sargento, que tenemos en Edimburgo unos inversores muy importantes y que cualquier cosa podría espantarles.
– Pero sin duda convendrá usted -replicó Clarke-, en que es preciso demostrarles lo escrupulosa y minuciosa que es la policía.
Pareció que MacFarlane iba a decir algo, pero en ese momento sonó su móvil y dio la espalda a la mesa para responder a la llamada.
– Stuart, ¿cómo va todo?
Clarke se imaginó que «
– ¿Has reservado mesa para todos en el Andrew Fairlie? -MacFarlane se levantó, se apartó de la mesa y salió afuera, mirando a través del cristal sin dejar de hablar.
– Es el restaurante de Gleneagles -dijo Liddle.
– Lo sé -dijo Clarke, y añadió como explicación para Liddle-: Nuestros salvadores económicos se alojan allí esta noche. Una buena cena y un partido de golf después de desayunar -preguntó a Liddle quién pagaba la factura-: ¿El castigado contribuyente? -él se encogió de hombros y ella se volvió hacia Goodyear-. ¿Sigues creyendo que los mansos heredarán la tierra, Todd?
– Salmo 37, versículo 11 -recitó Goodyear. En ese momento sonó el móvil de Clarke. Lo cogió y se lo acercó al oído. Era John Rebus preguntando cómo iban las cosas.
– Estamos en una cita de la Biblia por boca del agente Goodyear -respondió ella-. Los sumisos heredarán la tierra, etcétera.
Capítulo 15
Rebus llamaba únicamente porque estaba aburrido, pero al cabo de un minuto de la comunicación con Clarke un Volkswagen Golf se detuvo junto al bordillo en el aparcamiento. La mujer que salió tenía que ser Cath Mills; Rebus cortó la llamada.
– ¿Señorita Mills? -dijo dando un paso hacia ella.