Veda Kong torció hacia una ensenada, bordeada de pinos, de donde llegaban voces juveniles; pronto tropezó con una decena de chiquillos, con delantales de plástico, que desbastaban afanosos un largo tronco de roble valiéndose de hachas, o sea de los mismos instrumentos inventados en las cavernas de la Edad de Piedra. Los jóvenes carpinteros saludaron respetuosos a la historiadora y le explicaron que ellos, a semejanza de los héroes de antaño, querían construir un barco sin ayuda de sierras automáticas ni de máquinas de montaje. Durante las vacaciones, harían un viaje en el barco hasta las ruinas de Cartago, acompañados de sus maestros de historia, geografía y trabajos manuales.
Después de desearle éxito en la empresa, se disponía Veda a seguir su camino, cuando se adelantó hacia ella un chico alto y esbelto, de cabellos muy rubios.
— ¿Ha venido usted con Evda Nal? Entonces, ¿me permite que le haga unas preguntas?
Veda accedió gustosa.
— Evda Nal trabaja en la Academia de las Penas y de las Alegrías. Nosotros hemos estudiado ya la organización social de nuestro planeta y de algunos otros mundos, pero todavía no nos han explicado la que hace referencia a esa academia.
Veda les habló de los grandes estudios acerca de la sociedad realizados por aquella institución: el cómputo de las penas y alegrías en la vida de los seres humanos, clasificándolas por grupos en consonancia con la edad. Luego, siguió el análisis de los cambios producidos en ellas con arreglo a las etapas de evolución de la humanidad. Y cualquiera que fuese la índole de los distintos gozos y aflicciones, los balances masivos — hechos según el método de grandes cifras — revelaban importantes leyes reguladoras.
Los Consejos que dirigían el desarrollo de la sociedad procuraban siempre conseguir los mejores resultados. Y sólo cuando las alegrías aumentaban o se equilibraban con las penas, se consideraba que la evolución de la sociedad marchaba bien.
— Por lo tanto, ¿la Academia de las Penas y de las Alegrías es la más importante? — preguntó otro muchachito de mirada arrogante y audaz.
Los demás rieron, y el primer interlocutor de Veda Kong aclaró:
— Oí busca siempre la supremacía. Y sueña con los grandes jefes del pasado.
— Peligroso camino — repuso Veda sonriendo —. Como historiadora, puedo deciros que esos grandes jefes eran los hombres más trabados y menos independientes de la Tierra.
— ¿Estaban trabados por el condicionamiento de sus acciones? — preguntó el chico rubio.
— Precisamente. Pero eso ocurría en las antiguas sociedades de la Era del Mundo Desunido y en otras anteriores, que se desarrollaban de un modo desigual y espontáneo.
Ahora la supremacía no existe, porque la actuación de cada Consejo sería inconcebible sin los restantes.
— ¿Y el Consejo de Economía? Pues sin él nadie puede emprender nada grande… — objetó con cautela Oí, un poco turbado, pero sin desconcertarse.
— Eso es cierto, porque la economía constituye la única base real de nuestra existencia. Pero a mí me parece que no tenéis una idea completamente justa de lo que es la supremacía… ¿Habéis estudiado ya la citoarquitectónica del cerebro humano?
Los muchachos contestaron afirmativamente.
Veda pidió una astilla y trazó en la arena los círculos de las principales instituciones dirigentes.
— Mirad, aquí, en el centro, está el Consejo de Economía. Desde él, tracemos unas líneas, sus enlaces directos con sus organismos consultivos: la APA (Academia de las Penas y de las Alegrías), la AFP (Academia de las Fuerzas Productivas), la AGCPP (Academia de las Grandes Cifras y de la Predicción del Futuro) y la APT (Academia de la Psicofisiología del Trabajo). Este trazo lateral es la ligazón con el Consejo de Astronáutica, organismo que actúa de un modo autónomo. De éste parten las rectas de su enlace con la Academia de las Emanaciones Dirigidas y las estaciones exteriores del Gran Circuito. Sigamos…
Veda dibujó en la arena un complicado esquema, y continuó: