— ¿No os recuerda esto el cerebro humano? Los centros de investigación y de estadística son los centros sensorios; los Consejos, los centros de asociación. Vosotros sabéis que toda la vida se compone de la atracción y de la repulsión, del ritmo de las explosiones y de las acumulaciones, de la excitación y de la inhibición. El centro principal de inhibición es el Consejo de Economía, que lleva todo al terreno de las posibilidades reales del organismo social y de sus leyes objetivas. Esta acción recíproca de fuerzas opuestas, convertida en trabajo armónico, es precisamente nuestro cerebro y nuestra sociedad, que avanzan y progresan, tanto el uno como la otra, continuamente. Hubo un tiempo lejano en que la cibernética, o ciencia del mando, podía reducir las más complejas acciones recíprocas y transformaciones a funcionamientos, relativamente simples, de máquinas. Pero a medida que se ampliaban nuestros conocimientos, más complejos se iban tornando los fenómenos y las leyes de la termodinámica, de la biología y de la economía, y desaparecieron para siempre los conceptos simplistas acerca de la naturaleza o de los procesos de la evolución social.
Los chicos eran todo oídos.
— ¿Qué es, pues, lo principal en esta estructuración de la sociedad? — preguntó Veda al admirador de los jefes.
Éste callaba azorado, pero el rubio acudió en su ayuda:
— ¡El progreso! — respondió con valentía, y Veda quedó entusiasmada.
— ¡Esa magnífica contestación merece un premio! — exclamó la historiadora, y, luego de echarse una ojeada, se quitó del hombro izquierdo un broche de esmalte, en forma de níveo albatros sobre un mar azul, y se lo tendió al muchachito en la palma de la mano.
El chico, cortado, vacilaba en aceptarlo.
— Tómalo en recuerdo de nuestra conversación de hoy y… ¡del progreso! — insistió Veda, y el muchachito acabó por tomar el albatros.
Sujetándose la blusa, que se deslizaba del hombro, Veda emprendió el regreso al parque. El broche aquél era un regalo de Erg Noor, y el súbito arranque de entregarlo significaba mucho; entre otras cosas, un extraño deseo de desprenderse cuanto antes de un pasado ya muerto o a punto de morir…
Toda la población de la ciudad escolar se congregó en la redonda sala, situada en el centro del edificio. Evda Nal, vestida de negro, subió al estrado que se encontraba en medio, iluminado profusamente desde arriba, y abarcó con mirada serena las gradas del anfiteatro. Al oír su voz clara, no muy sonora, todos quedaron pendientes de sus labios.
Los altavoces no se utilizaban más que para la técnica de seguridad del trabajo. Y la aparición de los televisores estereofónicos había hecho innecesarios los grandes auditorios.
— Los diecisiete años señalan un gran cambio en la vida. Pronto pronunciaréis las palabras tradicionales en la Asamblea de la región de Irlanda: « Vosotros, los mayores, que me llamáis a la senda del trabajo, recibid mi saber y mis buenos deseos, aceptad mi labor y enseñadme día y noche. Tendedme vuestra ir ano de ayuda, pues el camino es arduo, y yo os seguiré. » Esta antigua fórmula encierra un profundo sentido, del que debo hablaros hoy.
« A vosotros, desde la infancia, os enseñan la filosofía dialéctica, que en los libros secretos de la remota antigüedad se llamaba « El Misterio del Doble ». Se consideraba entonces que esa gran ciencia sólo podían poseerla los « iniciados », los poderosos, los hombres de gran fuerza moral y elevado intelecto.
Ahora, vosotros, desde los años mozos concebís el mundo a través de las leyes de la dialéctica, y su potente fuerza está al servicio de todos. Habéis venido al mundo en una sociedad bien constituida, creada por generaciones de miles de millones de innominados trabajadores y luchadores por una vida mejor. Quinientas generaciones han pasado desde que se formaran las primeras sociedades con la división del trabajo. Durante ese tiempo, se han mezclado diferentes razas y nacionalidades. Todos los pueblos han legado a cada uno de vosotros unas gotas de sangre, como se decía antaño, o mecanismos hereditarios, como decimos hoy. Se ha llevado a cabo una gigantesca labor para depurar la herencia de las consecuencias del empleo irreflexivo de las radiaciones, así como de las enfermedades, extendidas anteriormente, que penetraron en sus mecanismos.
« La educación del nuevo ser humano es un trabajo delicado que requiere un análisis individual y un gran cuidado al abordarlo. Han pasado ya, para no volver, los tiempos en que la sociedad no era exigente y se contentaba con gentes educadas de cualquier manera, de un modo casual, y cuyos defectos se atribuían a la herencia, a la naturaleza innata del hombre. Ahora, toda persona mal educada es un reproche para la sociedad entera, un penoso error de una gran colectividad.