Читаем La piel del tambor полностью

– Lástima -deploró-. Podríamos llegar a un acuerdo. Y mi oferta es generosa -movía un poco la gruesa cintura, contoneándose-. Usted me cuenta un par de cosas que yo pueda citar sobre esa iglesia y su párroco, y a cambio le doy un bonito dato que ignora -se acentuó la sonrisa-… Y de paso, evitamos hablar de sus paseos nocturnos.

Quart se quedó inmóvil, sin dar crédito a lo que acababa de escuchar:

– ¿De qué me está hablando?

El periodista parecía satisfecho de haber despertado su interés:

– De lo que he averiguado sobre el padre Ferro.

– Me refiero -Quart seguía muy quieto, mirándolo fijamente- a eso de los paseos nocturnos.

Alzó el otro la mano pequeña, de uñas pulidas por la manicura, quitándole importancia al asunto.

– Oh, bueno, qué quiere que le diga. Ya sabe -guiñó un ojo-. Su intensa vida social en Sevilla.

Quart apretó la llave en la mano sana mientras consideraba la posibilidad de utilizarla contra el fulano. Pero aquello era imposible. Ningún sacerdote, ni siquiera alguien tan falto de mansedumbre cristiana y con la inquietante especialidad de Lorenzo Quart, podía pegarse con un periodista a causa de un nombre de mujer, de noche y a veinte metros del Arzobispado de Sevilla, pocas horas después de haber tenido una escena pública con un marido celoso. Aunque se perteneciese al IOE, por menos de eso lo mandaban a uno a evangelizar la Antártida. Así que hizo un esfuerzo inaudito por mantener la cabeza tranquila y contenerse. Mía es la venganza, había dicho teóricamente el de Allá Arriba.

– Le propongo un pacto, padre – dijo Bonafé, que iba a lo suyo-. Nos contamos un par de cosas, lo dejo fuera de esto y tan amigos. Puede fiarse de mí. Que sea periodista no quiere decir que no posea un código moral -se tocó el pecho a la altura del corazón, teatral, los ojillos relucientes de cinismo entre los párpados abolsados-. A fin de cuentas, mi religión es la Verdad.

– La Verdad -repitió Quart.

– Eso es.

– ¿Y qué verdad quiere contarme sobre el padre Ferro?

Otra vez se intensificó la sonrisa del otro. Una mueca servil. Cómplice.

– Bueno -se miraba las uñas, pendiente del brillo-. Tuvo problemas.

– Todos los tenemos.

Bonafé chasqueó la lengua con gesto mundano.

– No de esta clase -bajaba el tono, temiendo que los oyese el conserje-. Por lo visto, en su anterior parroquia estaba necesitado de dinero. Así que vendió algunas cosas: una imagen valiosa, un par de cuadros… No cuidó la viña del Señor del modo adecuado -reía, divertido con su propio chiste-. O se bebió el vino.

Quart se mantuvo impasible. Había sido adiestrado mucho tiempo atrás para asimilar información y analizarla luego. De todos modos, sintió una molesta punzada en su orgullo. Si era cierto, él tenía que haberlo sabido; pero nadie le había informado de ello.

– ¿Y qué tiene que ver eso con Nuestra Señora de las Lágrimas?

Bonafé fruncía la boca, valorativo.

– Nada, en principio. Pero convendrá conmigo en que se trata de un bonito escándalo -la sonrisa que tanto detestaba Quart adquirió contornos canallas-. El periodismo es así, padre: un poco de esto, un poco de lo otro… Basta con algo de verdad en alguna parte, y ya tenemos una historia de portada. Después se desmiente, se completa la información, o lo que sea. Pero mientras tanto, esa semana has vendido doscientos mil ejemplares.

Quart lo miró con desprecio:

– Hace un momento dijo que su religión era la Verdad.

– ¿Eso dije?… -el desdén del sacerdote le resbalaba a Bonafé sobre la sonrisa, que parecía blindada-. Sin duda me referí a la verdad con minúsculas, padre.

– Largúese.

– ¿Perdón?

Bonafé ya no sonreía. Retrocedió un paso, mirando suspicaz la punta aguda de la llave que su interlocutor sujetaba entre los dedos de la mano izquierda. Quart había sacado la derecha del bolsillo, con los nudillos hinchados y cubiertos de una costra de sangre seca, y los ojos del periodista iban de la una a la otra, inquietos.

– Digo que se vaya de aquí, o hago que lo echen. Incluso puedo olvidar que soy clérigo y echarlo yo mismo -avanzó un paso hacia Bonafé, que retrocedió dos-. A patadas.

Protestó débilmente el periodista. La mano herida de Quart lo intimidaba:

– Usted no se atreverá…

No dijo más. Se daban precedentes evangélicos: los mercaderes del templo y todo eso. Incluso había un expresivo relieve sobre el particular a pocos metros de allí, en la puerta de la mezquita, entre San Pedro y un San Pablo que por cierto empuñaba espada. Así que la mano sana de Quart lo llevó dos o tres metros hacia atrás, en dirección a la puerta, ante los sorprendidos ojos del conserje de noche. Era como arrastrar una cosita menuda y fofa, sin consistencia. Desconcertado, Bonafé intentaba rehacerse arreglándose la ropa cuando recibió un último empujón que lo proyectó directamente a través de la puerta abierta hasta la calle. El bolso que llevaba en la muñeca se le había soltado, cayendo al suelo. Quart se inclinó a recogerlo y lo tiró a los pies del otro, en la acera.

– No quiero verlo más -dijo-. Nunca.

Перейти на страницу:

Похожие книги

Афганец. Лучшие романы о воинах-интернационалистах
Афганец. Лучшие романы о воинах-интернационалистах

Кто такие «афганцы»? Пушечное мясо, офицеры и солдаты, брошенные из застоявшегося полусонного мира в мясорубку войны. Они выполняют некий загадочный «интернациональный долг», они идут под пули, пытаются выжить, проклинают свою работу, но снова и снова неудержимо рвутся в бой. Они безоглядно идут туда, где рыжими волнами застыла раскаленная пыль, где змеиным клубком сплетаются следы танковых траков, где в клочья рвется и горит металл, где окровавленными бинтами, словно цветущими маками, можно устлать поле и все человеческие достоинства и пороки разложены, как по полочкам… В этой книге нет вымысла, здесь ярко и жестоко запечатлена вся правда об Афганской войне — этой горькой странице нашей истории. Каждая строка повествования выстрадана, все действующие лица реальны. Кому-то из них суждено было погибнуть, а кому-то вернуться…

Андрей Михайлович Дышев

Детективы / Проза / Проза о войне / Боевики / Военная проза