Читаем La piel del tambor полностью

Gavira sentía un amargo sabor en la boca. Dejó caer el cigarrillo, cogió el vaso de cerveza y bebió un largo trago, pero aquello no mejoró las cosas. Puso de nuevo el vaso sobre la mesa y se quedó mirando la gota que le había caído en la raya del pantalón. Una blasfemia sonora, castiza, le rondó los labios como una tentación.

El viejo seguía mirando pasar gente, igual que si estuviera al acecho de un rostro familiar. Había sostenido a Macarena Bruner en la pila de bautismo de la catedral, y fue él quien la condujo del brazo bajo la misma nave, vestida de raso blanco y bellísima, hasta el pie del altar donde aguardaba Pencho Gavira. Un matrimonio que las malas lenguas sevillanas habían definido como hechura del viejo banquero, pues garantizaba el patrimonio y el futuro de su ahijada y daba, a cambio, el espaldarazo social a su protegido, por entonces joven y ambicioso abogado que subía como un meteoro en la jerarquía del Cartujano.

– Habría que hacer algo -añadió Machuca, pensativo.

A pesar de la humillación y la vergüenza que sentía, Gavira se echó a reír:

– No querrá usted que vaya y le pegue un tiro al torero.

– Claro que no -el banquero se volvió a medias, con una mirada exageradamente curiosa en sus ojos ladinos-… ¿Serías capaz de pegarle un tiro al amante de tu mujer?

– De hecho es mi ex mujer, don Octavio.

– Ya. Es lo que dice ella.

Gavira sacudió con un dedo la manchita de humedad antes de estirarse la raya del pantalón. Por supuesto que era capaz, y ambos lo sabían. Pero no iba a hacerlo.

– Eso no cambiaría las cosas -dijo.

De cualquier modo era cierto. Desde que ella volvió a la Casa del Postigo, al torero lo habían precedido un banquero de la competencia y un famoso bodeguero jerezano. Iban a necesitarse muchas balas, de recurrir a ese método. Y Sevilla no era Palermo. Además, el propio Gavira se consolaba en las últimas semanas con una conocida modelo sevillana, especialista en lencería fina. Así que el viejo Machuca estuvo de acuerdo con una doble y lenta inclinación de cabeza. Había otros sistemas.

– Yo conozco a un par de directores de sucursal -Gavira sonreía, templado y peligroso-. Y usted a unos cuantos empresarios de plazas de toros… Quizá ese chico, Maestral, lo tenga difícil la próxima temporada.

Los párpados de rapaz se arrugaron sobre los ojos del presidente del Cartujano. Casi era una sonrisa.

– Qué lástima -se lamentaba el viejo-. No parece mal torero.

– Pero es guapito -apuntó Gavira, con rencor-. Siempre le quedará el recurso de dedicarse a las telenovelas.

Después miró hacia el kiosco de periódicos, y la nube negra que lo rondaba volvió a ensombrecer la mañana. Porque Curro Maestral no era el problema. Había algo más importante que la portada del Q+S donde escoltaba a Macarena Bruner, ambos difuminados por efecto de la escasa luz y del teleobjetivo del fotógrafo. Y la cuestión no afectaba al honor matrimonial de Gavira, sino a su propia supervivencia en el Cartujano y a la sucesión del viejo Machuca en la presidencia del consejo. La maniobra inmobiliaria en torno a Nuestra Señora de las Lágrimas tenía todos los cabos atados, excepto uno: existía cierto antiguo privilegio familiar documentado en 1687, estipulando una serie de condiciones que, de no cumplirse, originarían la devolución a los Bruner del terreno cedido para la iglesia. Pero una ley posterior, aprobada en el siglo xix durante la desamortización eclesiástica del ministro Mendizábal, hacía revertir la propiedad del terreno, en caso de secularización, a la municipalidad de Sevilla. El asunto era legalmente complejo y, si la duquesa y su hija interponían una demanda judicial, todo podía paralizarse durante un tiempo. Sin embargo el proyecto estaba en fase avanzada, había demasiadas inversiones y compromisos de por medio, y un fracaso obligaría a Octavio Machuca a desautorizar a su delfín ante el consejo de administración -donde Gavira tenía buenos y sólidos enemigos- justo cuando el joven vicepresidente del Cartujano estaba a punto de hacerse con el poder absoluto. Eso significaba poner su cabeza en el tajo del verdugo. Pero, según sabían la revista Q+S, media Andalucía y toda Sevilla, la cabeza de Pencho Gavira no era algo que Macarena Bruner apreciara mucho en los últimos tiempos.


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