En busca de consuelo, el vicepresidente del Cartujano apartó la vista del ordenador para mirar el cuadro colgado en la pared principal del despacho. Era un valiosísimo Klaus Paten, adquirido hacía poco más de un mes con el conjunto de valores e inmuebles del Banco de Poniente. El viejo Machuca era poco amigo del arte moderno -lo suyo eran Muñoz Degrain, Fortuny y cosas así-, de modo que Gavira se lo había autoadjudicado como botín de guerra. En otros tiempos los generales se adornaban con banderas capturadas al enemigo, y el Klaus Paten era más o menos eso: el estandarte del ejército vencido, una superficie azul cobalto de 2,20 x 1,80 con un trazo rojo y otro amarillo cruzándola en diagonal, titulada Obsesión n.° 5
, bajo el que se reunió durante los últimos treinta años el consejo de administración del banco recién absorbido por el Cartujano. El citado consejo se hallaba a aquellas alturas disperso, cautivo y desarmado; y el Poniente, la única entidad financiera que había hecho sombra al Cartujano en Andalucía, borrado del mapa para siempre jamás, tras una quiebra técnica de la que Gavira era despiadado artífice. El Poniente, una institución de tipo familiar con clientela de pequeños cuentacorrentistas rurales, carecía del toque imprescindible para diferenciar entre lo que permite ganar dinero y evitar perderlo; algo necesario en los tiempos que corrían. Así que mediante una serie de golpes de mano e infiltraciones en la polaca de su competidor Gavira lo había empujado hasta un campo minado. El intento de lanzar una supercuenta única insoportable para su estructura financiera, con el resultado de la contaminación del pasivo y la fuga de su clientela tradicional. Después de aquello el Poniente cayó en picado, y allí estaba Gavira con su mas ancha sonrisa y los brazos abiertos, dispuesto a echar una mano al colega en apuros. La mano había ido directamente a la yugular, con una campaña de acoso y derribo camuflada tras avales, préstamos y buenas intenciones que habían degenerado en una salvaje limpieza étnica de carácter casi balcánico. A su término, el Banco de Poniente no era más que un nombre y algunos inmuebles donde estaban endeudados hasta los ceniceros de los pasillos; la absorción fue inevitable, y el presidente de la institución familiar tuvo que elegir entre pegarse un tiro o aceptar un pequeño puesto honorífico en el consejo de administradón del Cartujano. Había optado por lo segundo, y todo eso confería el carácter de símbolo incontestable a la presencia del Klaus Paten frente a la mesa de Pencho Gavira, en la planta noble del edificio del Arenal. Aquello era un despojo glorioso. Un trofeo para el vencedor.Vencedor
. Gavira moduló la palabra casi en voz alta. pero una arruga de preocupación le partía el ceño cuando volvió a mirar la pantalla de ordenador, llena de bolitas que rebotaban en todas direcciones, justo en el momento en que dos de ellas tropezaban desencadenando la deflagración nuclear. Bum. De nuevo otra bolita solitaria inició el ciclo. Exasperado, Gavira giró ciento ochenta grados el sillón para volverse hacia el enorme ventanal que se abría sobre la ribera del Guadalquivir. En su mundo, en el campo de batalla de mueres o matas por el que caminaba en busca de fortuna, era necesario el mismo movimiento continuo de esa bolita puñetera. Detenerse equivalía a sucumbir, como el tiburón herido que se torna vulnerable al ataque de otros escualos. El viejo Machuca, con su calma habitual y aquella oscura retranca tras los párpados entornados desde los que acechaba a la vida, se lo había dicho una vez: «Lo tuyo es igual que ir en una bicicleta; si dejas de pedalear, te caes». Pencho Gavira, por su propia naturaleza, estaba destinado a pedalear sin descanso, imaginando nuevos senderos, atacando sin tregua a enemigos reales o molinos de viento fabricados ex profeso. Cada revés lo salvaba con una fuga hacia adelante; cada victoria incluía en sí misma un nuevo combate. Y de ese modo, el vicepresidente y director general del Banco Cartujano iba construyendo la complicada tela de araña de su ambición. Algo cuyo objetivo último conocería cuando llegase a él, si es que alguna vez llegaba.Tecleó en el ordenador para salir del correo interno, y tras marcar su clave secreta penetró en el archivo privado al que sólo él tenía acceso. Allí, a salvo de intrusos, estaba un informe confidencial que sí podía ponerlo en apuros: el trabajo de una agencia privada de información económica, realizado por cuenta de un grupo de consejeros opuestos a que Gavira sucediese a Octavio Machuca en la presidencia del Cartujano. Aquel informe era un arma letal, y los conspiradores se proponían sacarlo de la chistera en la reunión prevista para la semana próxima; pero ignoraban que Gavira, mediante el pago de una suma considerable, había logrado hacerse con una copia:
S amp;B Confidencial.