Sé cultivar la tierra como un hombre.He criado cinco hijos,y todos fueron a la escuelapara aprender lo que está bien y mal.Al mediodía, tengo la comida preparada,hago ganchillo y vuelvo a los campostirando de la vaca,con un cántaro de leche vacíoy un fardo de jaras secas a la espalda.En la casa, cuido de los críoscada atardecer.Remiendo la ropa y doyde comer a cerdos y gallinas,cocino la cena, lavo los platos,meto a los niños en la cama,pongo un poco de orden.Cuando él estaba,esperaba a mi marido junto al fuego y,si era necesario,en el lecho saciaba su sed.Ahora, él lucha lejos y,si la guerra termina y sólo yo quedo con vida,seré el caballo, si hace falta,seré el buey y la esposa,el hombre de la casay el cielo azul tras la ventana. [1]
Fortuna virginalis
Me abrasan los vestidosde soltera.Mi raza de amazonano precisa caricias para sobrellevar la vida.Soy joven, tuve un novioalcohólico, pero nuncaconsentí que me tocase.Me regaló sombreros y golosinas,y la iniquidad de su alientorozaba mi cuello desnudo.Mi alma se va desvaneciendopoco a pocopara que mi cuerpo salga adelante.No frecuento las fiestas,ni sé de qué están hechaslas estrellas.Para mí, lo bueno es el misteriode la carne.
Eurídice
(abuela de Alejandro Magno, año 390 a. d. C.)
He tenido bastante suerte,bien pensado.Siendo mujer, nadie me impidióobtener educación y riquezas– ambas cosas son lo mismo, ya sabe»-Yo, hija de Irras,y madre de Filipo,aprendí a leer y a escribir,y conduje mi hogarcomo un veleroque acecha suavemente a la mañana.Madre y abuela de reyes,mis mejores días fueron, sin embargo,los de la infancia.Aquellos que paséenterrando con honoresde héroe caído en el combatea un gorrioncillo amigoque anidó toda su vidaen un olivo frente a mi ventana.