Alan levantó a su hermano de la silla. ¡Qué poco pesaba Steve para lo rollizo que estaba! Era indudable que los músculos pesaban más que la grasa. El joven, con su hermano a cuestas, echó a andar hacia la puerta de la taberna. Al pasar por delante del tabernero, éste le sonrió. Se preguntó Alan qué le habría dicho Hawkes.
En aquel momento, tres mesas más allá, Hawkes se despedía con un apretón de manos del hombre delgado y moreno con quien había estado hablando. Se dijo el muchacho que seguramente habían llegado a un acuerdo. Hawkes ayudó a Alan a llevar a Steve.
—El
El viaje duró cerca de una hora. Steve iba sentado entre Alan y Hawkes. El cuerpo del dormido se movía de un lado a otro sin que Steve se despertase. Lo raro fue que esto no llamase la atención ni en el coche del
El astropuerto era un bosque de naves que descansaban sobre la cola, esperando el momento de salir. Muchas de ellas eran naves de carga, tripuladas sólo por dos hombres, que iban de la Tierra a las colonias establecidas en la Luna, en Marte y en Plutón. Alan se alzó sobre las puntas de los pies para echar una mirada al dorado casco de la
Vio, sí, la
En el campo de aterrizaje se les acercó un robot y les dijo:
—¿En qué puedo servir a ustedes?
—Soy tripulante de la
—Con mucho gusto.
Alan se volvió hacia Hawkes. Había llegado el momento de la despedida. Notó que
—No es necesario que entre usted en el astropuerto con nosotros, amigo Hawkes. Le debo gratitud eterna por la ayuda que me ha prestado. Sin usted, no hubiera encontrado a Steve. En cuanto a la apuesta que hemos hecho… como al fin y al cabo vuelvo a la nave… se la he ganado a usted. Pero no le pido que me entregue esos mil créditos. Después de lo que usted ha hecho por Steve, no debo hacerlo.
Alargó la mano a Hawkes, y éste se la estrechó. Pero el jugador sonreía de un modo extraño.
—Si te debiese dinero, te lo pagaría, Alan. Yo obro así. Los siete mil créditos que he entregado en nombre de tu hermano son cuenta aparte. Pero no has ganado la apuesta todavía; no la ganarás hasta que la
El robot daba muestras de impaciencia.
—Lleva ahora a tu hermano a bordo —dijo Hawkes—. No me despido de ti aún. Vuelve después de dejar a Steve en la nave, y nos daremos un abrazo. Aquí te espero.
Alan movió la cabeza.
—Sentiría mucho que tuviera que esperar en vano. La
—Eso de que no volverás, ya lo veremos. Te apuesto diez contra uno.
—Perdería usted esta apuesta también.
La voz de Alan dijo esto con un acento que no convenció ni a su propio dueño. Con el ceño fruncido, atravesó el campo con Steve a cuestas. Todo el tiempo que tardó en llegar a la
Capítulo XII
Se emocionó Alan, sintió algo semejante a la nostalgia al volver a ver a la
Alan, con su hermano a cuestas, siguió andando. Gritaba en aquel momento Kelleher:
—¿Es que tenéis los músculos blandos, que no tenéis fuerza para mover las manivelas de los tornos? A ver si… —. Y al darse cuenta de la presencia de Alan, dijo bajito —: ¡Alan!
—¡Hola, Dan! ¿Anda mi padre por ahí?
Kelleher estaba mirando con curiosidad al dormido Steve.
—Está franco de servicio. Está de guardia Art Kandin.
—Gracias —respondió Alan—. Voy a hablar con Kandin ahora mismo.
—Bueno. ¿Traes a…?
—Sí, es Steve.
El chico pasó por entre las grúas y subió a la nave por la rampa mecánica. Estaba cansado, pues hacia rato que llevaba la carga de su hermano. Sentó a Steve junto a una ventana, frente a una pantalla televisora, y dijo a
—Estáte tú aquí, y si alguien te pregunta quién es, dile la verdad.
—Está bien.