Pero tú y yo tenemos un problema: necesitamos dinero. (Dinero, dinero, metal sin corazón, no compra lo que quiero, que decían el tango y mi tía Reme, pero sí paga las facturas.) Y la única forma en la que tu madre ha demostrado, hasta el día de hoy, que sabe conseguir tan vil metal es escribiendo. La pena es que ahora mismo tu madre, yo, se ve incapacitada para hacerlo sobre otra cosa que no seas tú y tus circunstancias, las razones por las que llegaste, a través de mi cuerpo, hasta aquí. Y escribir sobre ti es arriesgarse mucho, es poner la propia vida en bandeja, festín en una orgía de palabras que muerden, a disposición de cualquiera que desee trincharla y desmenuzarla. Sí, por supuesto, estas notas se expurgarán convenientemente y se eliminará cualquier referencia que pueda hacer reconocible a algunos personajes, se cambiarán los nombres y me escudaré además en eso que se dice de que la ficción es siempre ficción y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Aunque, a fin de cuentas, ¿qué es realidad? Algo tan maleable, gaseoso e inasible… En fin, no tengo ni idea de si esto se publicará o no. Puede que te dé estas notas cuando cumplas los dieciocho años y entonces tú decidirás. O, si resuelvo publicarlo antes, lo haré previa poda y censura y luego tú tendrás el dudoso honor y privilegio de acceder a las partes no rechazadas, para que sepas qué tipo de madre te ha tocado en gracia. De todas formas, para cuando estés en condiciones de leer esto, me temo que ya tendrás una idea bastante precisa sobre el particular.
(Por cierto, cuando yo dudaba sobre si aceptar o no el encargo de
Verás, me acuerdo de cuando tú llevabas cuatro meses o más dentro de mí y eras un feto que medía aproximadamente dieciocho centímetros y pesaba cerca de ciento veinte gramos. Algunas partes de tu esqueleto ya se habían endurecido en forma de huesos y los músculos del cuello y la espalda ya podían sostenerte la cabecita hacia arriba. Eras todo